Por Eduardo Verona
Cuando todo parecía indicar que estaban dadas las
condiciones y alineados los planetas para pegar un gran salto de calidad luego
de la conquista ante el Flamengo en 2017, una suma de errores futbolísticos e
institucionales vinculados a la conducción, terminaron por jaquear una
oportunidad histórica que fue desaprovechada
Aquel miércoles 13 de diciembre de 2017, Independiente se
consagraba en el Maracaná campeón de la Copa Sudamericana. Y daba toda la
sensación que ese plantel que dirigía Ariel Holan y conducía en el plano
institucional Hugo Moyano secundado por su hijo Pablo, había comenzado a dar un
paso fundamental para afirmarse como un club consagrado a reivindicar sus
mejores momentos.
A casi dos años de aquellos días, la realidad ofrece un
perfil muy lejano a esa presunción. Hoy, Independiente está en caída libre. Con
todo a favor, después de muchos años de decadencias indiscutibles que se
patentaron con el descenso a mediados de 2013, no supo y no pudo aprovechar las
circunstancias favorables que tenía por delante.
Y poco a poco se fue entregando a una dinámica de errores
permanentes. En fútbol, hizo todo lo contrario a lo que, por ejemplo, está
haciendo River.
En lugar de mantener lo que tenía y fortalecerse a partir de
esa valiosa conquista en Brasil, empezó a confundirse. Con Holan trepado a su
ego indisimulable, arrojando por la borda lo que había construido. Y con la
dirigencia, denunciando en continuado sus escasísimos conocimientos en el área
del fútbol.
Esa etapa que concluyó con la vuelta olímpica en el Maracaná
nunca más se reeditó. La oportunidad perdida de reinstalar a Independiente en
una zona de confort en el plano nacional e internacional, se estrelló en la
misma medida en que se sucedieron horrores a la hora de incorporar y transferir
jugadores y de darle poderes totales al entrenador Holan, como si su figura se
mimetizara con la de Pep Guardiola. O con la del Pato Pastoriza en sus largos
períodos de gloria.
Este nivel de absoluto desconcierto político se fue
extendiendo como una auténtica mancha venenosa. Y se aisló Independiente. Se
aisló intentando protegerse de las críticas que expresaron sus malas
decisiones. Un equipo que estaba acompañado por una atmósfera ganadora se fue
transformando en un equipo acompañado por una atmósfera perdedora.
Holan, sin dudas, fue un apéndice importante de esa caída,
encontrando y promoviendo conflictos donde no parecía que existían. No bancó al
plantel que había salido campeón frente al Flamengo. Por el contrario: alentó
despedidas. Incluso la del preparador físico Alejandro Kohan, luego de muchos
años de convivencia profesional.
El deterioro se hizo evidente. La dirigencia repetía
consignas y no lo advertía. Y el equipo, sin pausas, se desintegró. Quizás la
partida del goleador Emmanuel Gigliotti en los últimos días de diciembre de
2018, empujado por los fantasmas y las inseguridades crónicas que venían visitando
a Holan, simbolizó la magnitud de la desorientación que se había impuesto en
Independiente.
Una desorientación que abarcó todas las esferas. Con libros
de pases plagados de miradas y lecturas mediocres. Alcanza con describir lo que
fue el último, con las incorporaciones por 15 millones de dólares por Alexander
Barboza, Sebastián Palacios, Cristian Chávez, Andrés Roa y Lucas Romero. Al que
habría que sumarle el pase a principios de año de Cecilio Domínguez en 6
millones y medio de dólares. Los resultados futbolísticos, en este punto,
fueron paupérrimos.
El reemplazante de Holan, Sebastián Beccacece, no fue otra
cosa que el continuador del desamparo futbolístico. Porque esa imagen fallida
muestra Independiente.
La de un equipo desamparado. La de un equipo vacío. Que se
debate en la soledad. Que no tiene respaldos. Que no encuentra apoyos reales en
la dirigencia, más allá de las obligaciones económicas que por supuesto tienen
que cumplir.
Y se nota. Se nota demasiado esa insolvencia que se
constituyó mientras pasaban los meses. Y mientras se equivocaban los caminos y
se destruía el plantel sin que nadie detuviera la hemorragia. Las consecuencias
son las que Independiente está pagando en la actualidad. Las que lo delatan
como un equipo sin rumbo. También victimizado por arbitrajes que lo vienen
castigando duro y parejo con una perseverancia notable.
Entre otras cosas, es el precio de la soledad. De la no
presencia en AFA. A casi dos años de aquella consagración en Rio de Janeiro,
nada quedó. Una suma de impericias y mala praxis que se manifestaron adentro y
afuera de la cancha, pintaron el paisaje de lo que pudo haber sido y no fue. Y
a esta altura, todos los arrepentimientos son tardíos.
Fuente Diario Popular
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