Por Eduardo Verona
La política que emprendió el Rojo, otorgándole grandes
poderes al técnico Ariel Holan en el área de refuerzos y salidas, provocó daños
irreparables que pueden prolongarse.
Independiente se sigue desarmando casi alegremente.
Del equipo que enfrentó hace poco más de un año al Flamengo
por la final de la Copa Sudamericana (Campaña; Bustos, Franco, Amorebieta,
Tagliafico; Domingo, Diego Rodriguez; Meza, Benítez, Barco; Gigliotti) solo
quedan cuatro jugadores: Bustos, Franco, Domingo y Benítez, ya que Campaña está
a punto de emigrar al Santos de Brasil.
Esta política de desmantelamiento sin pausas, sin embargo,
se estrelló con el arribo de 12 futbolistas durante el último año, lo que
provocó una erogación de 18 millones de dólares. Ninguno de los 12 jugadores
que llegaron a Independiente, justificaron en rendimientos la gran apuesta
económica que el club realizó.
Los dos casos más significativos fueron los de Fernando
Gaibor y Silvio Romero.
Por ambos, Independiente desembolsó 9 millones de dólares y las
prestaciones, siendo optimistas, no superaron la mediocridad, aunque para el
técnico Ariel Holan, los aportes del ecuatoriano Gaibor y Romero resultaron muy
positivos y eficaces.
Los parámetros específicos de Holan por supuesto le
pertenecen a Holan.
El sabrá por qué dice lo que nadie ve. O casi nadie. Porque
se supone que la plana mayor de la dirigencia que lidera Hugo Moyano, secundado
por su hijo Pablo, deben interpretar algo muy similar a lo que interpreta el
entrenador.
La realidad es que Independiente se fue cayendo después de
la conquista del 13 de diciembre de 2017 frente al Flamengo en el estadio
Maracaná.
Ese punto de inflexión que pudo haber sido un gran envión
futbolístico, político, económico e institucional, se resignificó en el
desarrollo del último año en un retroceso evidente que sigue su curso.
En lugar de crecer, Independiente, decreció, aunque en los
últimos dos años haya vendido jugadores en una cifra que orilló los 54 millones
de dólares.
En lugar de fortalecerse, se debilitó. En lugar de
enriquecer su plantel, eligió empobrecerlo en recursos y contenidos. Y esa
brillante oportunidad de construir un ciclo que trascendiera la estupenda
coronación en Río de Janeiro ganando la Copa Sudamericana, la tiró por la borda
con decisiones que Holan en muchísimos casos alentó desde su perspectiva de
conductor que pretende en vano erigirse en un bronce que no es.
Todo indica que Independiente en su momento de gran
reencuentro deportivo no supo advertir el microclima favorable que tenía por
delante.
E incurrió en errores fatales.
Holan renunció y volvió en aquellos días felices de
diciembre de 2017, después de quebrar su relación con el preparador físico
Alejandro Kohan. Era una señal. Una mala señal. Esa despedida fulminante y
regreso fulminante en dos días ya expresaba un desconcierto existencial que se
intentó ocultar en nombre de la victoria reciente.
Persiguió Holan con una perseverancia inequívoca la suma del
poder para consolidar su construcción. Y la dirigencia lo avaló en esos
delirios de grandeza que no se sabe dónde finalizan. Por lo pronto, Holan y los
Moyano decidieron incorporaciones que no estaban a la altura de Independiente y
de los desafíos que el equipo iba a emprender.
La Suruga Bank que obtuvo ante el Cerezo Osaka el 8 de
agosto pasado terminó siendo una anécdota. El equipo tuvo una actuación digna
en la Copa Libertadores y cayó en el Monumental en cuartos de final con el
bochornoso arbitraje del brasileño Anderson Daronco, muy funcional a los
intereses de River.
Pero Independiente ya no era el equipo aguerrido, dinámico,
convencido y templado que había sido en la última recta de 2017 cuando hasta
denunciaba capturar cierta mística.
Lo habían ablandado las malas decisiones. Y la relación
tirante que jugadores muy influyentes del plantel mantenían con Holan, quien
sobreactuó su autoridad, desalentando armonías colectivas siempre fundamentales
para avanzar y darle aire y proyección a un grupo.
La partida de Gigliotti al Toluca de México responde a esa
atmósfera despojada de transparencia. No se lo bancaba Holan a Gigliotti. Y el
delantero lo sabía como lo sabían todos los que frecuentan Independiente. En
esa mismo escenario también desfilan Sánchez Miño, Domingo y Campaña,
prácticamente afuera del Rojo.
Preferiría no tenerlos Holan. Siente que le quitan espacio
de maniobra. Que lo incomodan. Que le restan autonomía. Un despropósito
absoluto. Pero nada que no se sepa. Se sabe. Y no desde hace unos días. Desde
hace varios meses.
Así se fue desmantelando un equipo campeón. Un equipo que
parecía haber llegado para quedarse. Esta sensación no se nutría de
voluntarismos o de expresiones de deseos. Irradiaba eso Independiente. Eso que
se transmite y se contagia.
Pero la deconstrucción paulatina del plantel más las
inseguridades de Holan y una política de refuerzos que no reforzaron a nadie,
fueron sometiendo la estructura y el funcionamiento del equipo. Lo
arrinconaron. Lo confundieron. Y lo empujaron a hacer equilibrio en zonas
demasiado peligrosas.
El costo y los graves daños colaterales que se pagaron
quedaron al desnudo en la errática e insustancial temporada de 2018. Y amenaza
seriamente con prolongarse en el 2019.
Fuente Diario Popular
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