Por Javier Brizuela
Yo fui el primero de mi grupo de amigos en ser padre. Por
eso cada vez que le toca a otro y lo voy a felicitar, me tomo el atrevimiento
de reiterar la misma frase. “A partir de hoy, dejás de ser lo más importante en
tu vida”, les digo, aprovechando mi experiencia.
Los que tienen hijos pueden
dar fe de lo real que es esa afirmación. Cualquiera puede decir que da la vida
por los colores, por la patria, la vecina o lo que sea, pero es pura cháchara.
Ahora cuando se trata de un hijo se acaba la sanata y lo demás no existe. Para
bien o para mal, todo deja de tener sentido cuando vemos caer lágrimas de sus
ojos.
Aquel fatídico 15 de junio (tanto que ni hace falta decir el
año o agregar otro dato), me tocó no solamente sentir el enorme dolor de ver
sufrimiento en su rostro, sino también tener que soportar el mio y la culpa que
me generaba verlo así. En medio de tanta tristeza (uno podía girar y darse
cuenta que eramos miles los padres en la misma situación), padeciendo esos
instantes de belleza (algo que se entiende después) tan crueles, le agarré la
cara y le prometí que todo iba a estar bien.
Ese fanatismo a veces ridículo, otras enfermo, pero siempre
tan presente e inevitable nos estaba desgarrando por dentro, Independiente se
nos escurría de las manos y a mi no se me ocurrió otra cosa que decirle que
íbamos a volver a ser lo que siempre fuimos. Obviamente no tenía ningún tipo de
fundamento ni la más pálida idea de como sucedería, era simplemente una
expresión de deseo en ese marco de angustia y desesperación.
Quizá en ese mismo lugar, a lo mejor en su casa, o vaya a
saber uno donde, seguramente había otros padres prometiendo lo mismo, con la
enorme diferencia de tener la capacidad necesaria para lograrlo.
Uno de ellos
era ese ignoto Ariel Holan, que hace un año llegó a Independiente ofreciendo su
corazón Rojo mientras lo mirábamos de reojo. Y con la misma pasión que nos hizo
decir en medio de la peor de las pesadillas que todo estaría bien, él nos
devolvió la identidad y lo convirtió en una realidad soñada.
Si bien llevaremos por siempre la cicatriz de aquel 15 de
junio, en el mismísimo Maracaná cerramos la herida, con las mismas lágrimas,
los mismos abrazos, pero esta vez llenos de orgullo, desahogo y alegría. Porque
en Río ganamos mucho más que una copa, nos trajimos de nuevo a Independiente.
Gracias a ese padre que nos dejó por lo más importante en su
vida (por más que puedan agregarse otras razones), hace una semana pudimos
cumplir nuestras promesas.
Fuente Orgullo Rojo
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