Foto DYN/Pablo Aharonian
Por Andrés Morando
Fue el 4 de abril. Una lluvia tenaz caía sobre el
Libertadores. El señor Ariel Holan se sentaba oficialmente por tercera vez en
el banco, pero ese cruce copero fue el partido fundacional de su ciclo.
El CAI debutaba en esta Copa ante Alianza Lima. Milagros de
la metafísica, fue el mismo Rojo de ayer. Porque no importan los nombres. Lo
esencial es la idea: fútbol ultra ofensivo en estado puro, audaz. Ya entonces
no hubo dos caras. No había lugar para las especulaciones. Aquella vez, el
equipo desbordó al rival, le generó más de diez situaciones de gol y hasta erró
un penal. Pero con la chapa del 0-0, tanto los neutrales como algunos propios
nos bajaron la persiana por la falta de eficacia.
Sin embargo, supe que había que celebrar ese camino (así
titulé aquella columna). Hoy, siete meses después, somos semifinalistas de la
Sudamericana. Y de un modo inobjetable, lúcido, brillante, de alto vuelo. Con
tres goles de ventaja en el bolso, ayer los nuestros salieron a asfixiar a
Nacional, a jugar como nuestra historia lo manda. Y a falta de la puntada final
en el primer tiempo, en el segundo surgió arrollador.
El primer gol del Burrito (¡salud!) y la vuelta de Gigliotti
(culminación de una obra de arte barcelonesca) ratificaron que estos jugadores
venderán cara una derrota (si es que la hay, claro).
El 4 de abril le pedí a este plantel que nos llevase lejos,
que no quería una despedida sin pena ni gloria. Y, ahora, ya estamos como en el
2010 (con más equipo, ¿eh?).
La familia Roja está unida (¿lo vieron disfrutar al Bocha?)
y no hay más remedio que pensar en la gloria.
Ah, me olvidaba. Un amigo neutral, anteayer a las 19, me
dijo: “Les conviene Libertad, lo otro es chivo”.
Y le contesté: “¿Te parece que puedo temerle a un equipo tan
poco afecto a las conquistas internacionales?”
No... Ni en 23 vidas.
Fuente Olé
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