Marginalidad y fútbol. El miedo callejero en Rosario y
clubes que levantan paredones contra las balas perdidas
Víctimas de tiroteos entre bandas narco, clubes rosarinos
cambian los alambrados por ladrillos para protegerse; historias de terror en el
interior del país
Cristian Grosso
El club Defensores de America, en zona norte de Rosario,
donde el año pasado resultó herido un nene que jugaba al futbol, tras
enfrentarse a tiros dos bandas del bariio. Allí ya se observa el muro para
proteger a los chicos de las balaceras
El club Defensores de America, en zona norte de Rosario,
donde el año pasado resultó herido un nene que jugaba al futbol, tras
enfrentarse a tiros dos bandas del bariio. Allí ya se observa el muro para
proteger a los chicos de las balaceras. Foto: LA NACION / Marcelo Manera
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ROSARIO.- Primero se escucharon los disparos. Después los
gritos, luego los llantos. Hace algo más de un año el terror paseó por
Defensores de América, un club ubicado en la zona noroeste de Rosario, en un
pulmón verde en medio de un barrio copado por bandas vinculadas al
narcotráfico. Un tiroteo entre dos grupos provocó que dos pibes de 7 y 8 años
resultaran heridos de bala. Más tarde la policía confirmó que se dispararon más
de 60 balazos, y varios terminaron en el interior de la precaria institución.
Los chicos se recuperaron, pero sigue ahí esa sensación de abandono y
desprotección.
Dos meses estuvo cerrada la canchita. Un alambrado era
insuficiente. Un escudo absolutamente permeable frente a la violencia
callejera. Ahora el predio de Defensores de América luce un paredón. Es sólo un
muro de ladrillos huecos, en definitiva siempre insuficiente ante los fantasmas
que sacuden a este club, donde alrededor de 120 chicos de la zona se entrenan
dos veces por la semana y muchos sueñan en seguir las huellas del defensor
Fabián Monzón, el ex Boca, que dio sus primeros pasos en ese barrio que no era
tan bravo como ahora.
Las balaceras se repiten le cuentan a la nacion los vecinos.
Los ajustes de cuenta suelen tener una raíz en la discusión por algún búnker de
drogas. Estos hechos se repiten con frecuencia en Rosario. Cinco instituciones
deportivas barriales, aparte del club Defensores de América, están construyendo
paredones para proteger a los chicos. En el club 17 de Agosto, ubicado en el
barrio donde se gestó la banda de los Monos, el Estado aportó fondos a través
del programa Abre para la edificación de un muro. Nuestra Señora de Itatí, el
Millonario, General San Martín A y Renacer son otras instituciones que también
están cerrando el perímetro de las canchas con ladrillos para cuidarse de las
balas zumbonas. Los gobiernos municipales de Mónica Fein y el provincial de
Miguel Lifschitz colaboran con partidas especiales para afrontar los
aproximadamente $ 70.000 que cuestan las murallas.
La violencia marca el pulso y cambia la geografía del
fútbol. San Martín de Los Hornos, un club de la Liga Amateur Platense, que en
2013 jugó el Federal C, estuvo casi una década sin jugar la Liga platense por
haber sido desafiliado en 2001 debido a la violencia que rodeaba sus partidos.
Una hinchada numerosa y agitada, con integrantes de un barrio marginal de Los
Hornos. También Cambaceres estuvo casi dos años sin jugar en Ensenada: desde
noviembre de 2011 hasta agosto de 2013, por decisión de los organismos de
seguridad. Sucesivos hechos de violencia en la zona hicieron que el club
tuviera que hacer de local en diferentes canchas del conurbano, algunas a más
de 50 kilómetros de su ciudad.
"Si descendemos a la C, hay balas en las piernas para
todos", alertó el jefe de la barra brava de Cambaceres. La historia
ocurrió en el mismísimo vestuario y es bien conocida por Ensenada. Sucedió hace
algo más de una década, cuando el Rojo se jugaba la permanencia en primera B.
Aquella vez, el plantel zafó. El estadio de Cambaceres se encuentra a unas
cuadras del barrio "5 de Mayo", una zona complicada de monoblocks en
la que viven la mayoría de los barras del club.
La película en el gran Mendoza sigue el mismo guión. Sobran
ejemplos que erizan la piel. El club Atlético Argentino, en el departamento de
Guaymallén, hoy en la Liga provincial, está acechado por serios problemas de
inseguridad, incluso la sede llegó a ser tomada por una porción de la hinchada
de 'Los Bolis'. Atlético Palmira, en General San Martín, vive en el ocaso. Su
estadio Jarillero, junto a la ruta 7, quedó atrapado por una zona de baldíos y
asentamientos. Y mientras el club Huracán Las Heras tiembla azolado por
crecientes villas de emergencia, el club Jorge Newbery hace tiempo que
directamente dejó de existir.
Pobres contra pobres
"¿Te acordás cuando el club era como la iglesia, es
decir un lugar de culto, el refugio del barrio? Ese tiempo ya pasó", se
angustia Rodrigo Gaitán, jugador del club Los Andes, de la B de la Liga
cordobesa y periodista deportivo. "Hace poco nos robaron hasta la leche y
el azúcar del club y nos quedamos sin nada en el merendero. Increíble, la gente
que robó quizá eran los padres o los hermanos de los pibes que iban a recibir
la comida. Es una guerra entre pobres", cuenta Gaitán, que reconoce que el
barrio José Ignacio Díaz de la periferia cordobesa con los años se puso "más
áspero y picante". El cantante 'La Mona' Giménez identifica cada barrio
con un gesto, es un código con sus fanáticos. Y en éste caso no puede ser más
elocuente: la rosca que dibujan los dedos de una mano, sí, el símbolo del
'choreo'.
La pesadumbre de Gaitán no tiene límites. "Dos semanas
después de que nos robaran el merendero, un sábado llegamos al club y habían
desaparecido tres paños del alambrado olímpico que limita la cancha. ¡Sabés lo
que costó reponerlo!", exclama Gaitán, a punto de terminar la tesis para
la licenciatura en periodismo, a los 32 años. Hace mucho que juega en la Liga y
recuerda que entre sus compañeros ha habido ex presidiarios y algún analfabeto
también.
Fuente Cancha Llena
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