Por Jonathan Wiktor
Meza celebra con Rigoni, autor de dos goles en Entre Ríos;
los Rojos se despertaron tras tres empates seguidos. Foto: Fotobaires
PARANÁ.- Fue increíble, casi de guión. Luego de tres empates
consecutivos, el primer triunfo de Holan en Independiente sucedió a 462
kilómetros de Avellaneda, en un estadio que solía volverse rocoso para los
equipos que buscan asumir la iniciativa, pero que ayer por la tarde fue apenas
una fortaleza en ruinas tomada por asalto. Esta ciudad se nubló durante todo el
día, la lluvia fue constante y sobre un campo de juego que soportó el traqueteo
sin grandes inconvenientes, los Rojos desataron la tormenta más hostil de los
últimos años. Patronato, que hacía siete partidos que no caía en su casa, quedó
a merced de su rival, que no le tuvo piedad y le metió cinco goles ante la mirada
de su gente, que luego del duelo quedó confundida por semejante diferencia.
Independiente, que fue un equipo primaveral, lleno de vigor, dejó atrás la
imagen tibia y anodina para hacer saltar la banca en poco más de 90 minutos.
Hubo un tiempo para el análisis. Independiente se alineó
detrás de sus conectores externos -Rigoni por la derecha y Barco por la
izquierda- para empezar a construir la victoria. Toda la estructura que dispuso
Holan -con cuatro defensores, dos mediocampistas centrales, tres conectores y
un punta- funcionó en armonía y con fluidez. Fue, sin embargo, recién en los
pies del cordobés y del joven santafecino donde estuvo la proliferación del
juego. Fueron las puntas de lanza de un equipo que distrajo por el medio pero
que lastimó por las bandas. Rigoni, autor de dos goles, y Barco, responsable de
uno, fueron los que tiraron del carro. El equipo ya se intuía en los partidos
anteriores, cuando merecía pero no podía convertir, pero esta vez evolucionó.
Independiente se descargó con una goleada bestial. Hacía 11 años, desde el 1º
de febrero de 2006 cuando goleó a Instituto, que no marcaba cinco tantos en
condición de visitante. En aquel equipo jugaba Agüero. Un recuerdo lejano.
Mientras Patronato se empecinaba en ser una cáscara vacía,
un conjunto desalmado desde el cuarto minuto -cuando quedó abajo en el
marcador-, Independiente, astuto y vertiginoso, vio sangre y fue por todo. El
compromiso siempre estuvo de su lado. Gobernó el partido con tal seguridad que
no hubo ni siquiera un arresto que lo pusiera en serios aprietos. El local, que
no fue ni una sombra, se abrió para ensanchar el ataque, pero despobló el medio
campo y se quedó sin zona de transición. Sin herramientas ni intensidad que
pudieran equilibrar las diferencias de talento entre ambas plantillas, los once
titulares de Forestello quedaron obligados a buscar en largo a Quiroga o a
reducir sus intentos a pelotas quietas. El fútbol tiene sorpresas, pero ayer,
cuando la visita marcó el primero, no quedó espacio para ninguna. Fue como si
el desarrollo hubiera durado hasta ese momento.
Tampoco había mucho lugar para esperar una goleada de tal
magnitud con los antecedentes cercanos de Independiente. Antes del duelo con
Patronato, registraba una estadística antipática: en 16 partidos en el torneo
local, apenas tenía 12 goles a favor. Si se sumaban la Copa Sudamericana y la
Copa Argentina, la cifra era de 15 en 21 juegos. Un promedio de 0,71. Ayer, en
una sola tarde, convirtió el 33,3 por ciento de los que acumulaba en la
temporada.
Sí pudo haber habido una suerte de anticipo de que ganar era
posible: de los 27 puntos que tiene Independiente en el campeonato, 17 fueron
conquistados afuera de su casa. Sólo diez los consiguió en el Libertadores de
América. Los Rojos, si sólo se tuvieran en cuenta los partidos como local,
ocuparían el 27º lugar de la tabla de posiciones, apenas por sobre Arsenal, San
Martín (San Juan) y Belgrano. En cambio, si sólo se contaran los encuentros de
visitante, estarían en el segundo puesto, detrás de Boca, que tiene dos
partidos más.
La goleada fue tan liberadora que desató la euforia del
plantel entero. El vestuario, ubicado debajo de la prolija platea oficial, fue
el escenario donde los jugadores y el cuerpo técnico festejaron a los gritos el
primer triunfo del año. Hubo dos casos que tuvieron luz propia. El primero fue
el de Rodríguez Berrini -que busca recuperar su mejor versión-, quien entró en
la segunda parte, cumplió su función y anotó un gol de antología, al ángulo y
de media distancia, imposible para el experimentado Bértoli. Pocas veces un
remate tan violento tuvo tal suavidad. El segundo fue el de Albertengo, que se
rompió los ligamentos en 2015 y se desgarró en 2016, quien ayer volvió a
convertir un gol. No lo hacía desde el 16 de septiembre de 2015. Esta semana el
delantero se enteró de que será padre. En la conferencia de prensa se lo vio
emocionado.
Tal vez el único capítulo que no se cerró fue el de
Gigliotti. El ex delantero de Boca, tras el penal desperdiciado ante Alianza
Lima, luce un tanto frustrado, falto de confianza. Tuvo oportunidades para
marcar y sacarse la bronca, pero no hubo manera. Contó con una posibilidad muy
clara, a los 26 del segundo tiempo, pero definió con dudas, a las manos de
Bértoli. No tiene goles en Independiente. Lo positivo fue que le cedió el
tercero a Rigoni, el que desató la goleada posterior. En otro momento, con más
hambre, Gigliotti no hubiera dado la asistencia.
Tal vez a partir de ahora Independiente se moverá con otra
soltura. Holan precisaba un triunfo así. Los jugadores, también. La gente ni
que decir. Será cuestión de ver cómo se desenvuelve en Avellaneda, donde más le
cuesta.
Fuente Cancha Llena

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