Por Jorge Mario Trasmonte
En un área de la cancha de Independiente había el martes
cabezas de ajo. En esta edición se desarrolla la larga cadena de infortunados
episodios que por esas veredas de Avellaneda ansían cortar apelando a cualquier
recurso. Amuletos, espantamufas diversos como las ristras de ajo, todo vale.
Pero no hubo caso: el Rojo jugó mejor que su rival, llegó muchas veces pero no
pudo meter un gol ni de penal.
Ni en el área de los ajos ni en la otra.
El ambiente del fútbol (como también muchos otros entornos)
es muy cabulero. Abundan y son aceptadas costumbres con las que los
protagonistas parecen asegurarse que alejan los malos espíritus y también
pueden dañar al adversario. Las practican los jugadores, los entrenadores, los
allegados, los dirigentes y hasta los hinchas, en la cancha y en su casa: ¿o
ninguno de ustedes hace que todos se sienten frente a la tele en la misma silla
en la que estaban la última vez que se ganó aquel clásico?
Finalmente, los partidos se ganan con talento, con laburo,
tratando de reducir al mínimo posible el factor imponderable que tiene el juego
y que llamamos azar. No está probada por nadie la eficacia de “tácticas” como
entrar al campo saltando sobre el pie derecho, armar un amistoso contra el
equipo al que le ganamos la vez anterior o hacer el mismo cambio a los mismos
minutos que en la última victoria.
Aunque los expertos en manejo de energía pueden explicar
cómo a veces se la canaliza inconscientemente a través de falsas creencias, las
cábalas son superstición. La superstición está lejos de la razón.
Ni una ristra de ajo ni usar siempre el mismo calzoncillo
van a conseguir lo que no logren la virtud y el trabajo.
Fuente Olé


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