Así fue reflejado el triunfo en la edición de Olé del 8 de
diciembre de 2013.
Por Favio Verona
A Independiente le quedaban apenas tres minutos para evitar
pasar las peores Fiestas de su historia. Precisaba ganar para terminar el año
en zona de ascenso. Fue el 8 de diciembre de 2013. El partido iba 0-0. Un calor
y una humedad insoportables hacían del estadio de Patronato un sauna. Los
jugadores estaban abrumados y muchos ya habían agotado sus últimas reservas de
oxígeno.
El Rojo irradiaba desesperantes señales de impotencia. El árbitro,
Patricio Loustau, cobró una infracción de Roberto Brum sobre Martín Benítez en
la mitad de la cancha. Los de Avellaneda disponían de un tiro libre que se
presumía intrascendente en el círculo central, un metro detrás de la línea de
la mitad de la cancha. Es decir, en campo propio.
El grito de Omar De Felippe retumbó en cada rincón de un
estadio aplacado por un partido soporífero: “¡Pegale!”. Marcelo Vidal le hizo
caso. El volante central advirtió que el arquero Sebastián Bértoli estaba
adelantado. Y acató el pedido del entrenador. Casi sin tomar carrera, sacó un
disparo perfecto. No fue un zapatazo, sino un remate medido, con la intención
de que la pelota viajara sin elevarse demasiado y a gran velocidad para hacer
estéril cualquier intención del arquero de retroceder.
Fue un golazo. Una
réplica de los que el cinco solía convertir en los entrenamientos. Algunos
hinchas infiltrados no pudieron contener la euforia y se desgañitaron en plena
tribuna de Patronato. La noche terminó con un vestuario en el que las paredes
vibraron al ritmo de la cumbia. La sensación no era de festejo. “No hay nada
que celebrar”, dijo el DT. Pero se vivió como un desahogo. Como un renacer.
Independiente había logrado escapar del patíbulo. Estaba vivo. Y dispuesto a
pelearla.
Hoy, al Rojo le tocará jugar en esa cancha por segunda vez en su
historia.
Fuente Olé

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