Por Walter Vargas
Hacía bastante que un partido en el Libertadores de América
no generaba tanta expectación. Por varias razones. Porque se trataba de la
presentación oficial del Independiente 2017 y por la naturaleza de un director
técnico, Ariel Holan, que atravesado el fuego cruzado de los prejuicios (sus
orígenes en el hockey) se pasó de largo y devino con más prensa que Pep
Guardiola. Encima el hombre declaró su devoción por la camiseta del Rojo, pasó
el rastrillo y dejó al plantel limpito, bañado y perfumado, le trajeron al
jugador/sabio/creativo que pidió (Walter Erviti) y prometió la refundación.
¿Cuáles son las imágenes fundacionales del entrenador de los
drones y la selección de personal? Bueno, un equipo que dispone de la pelota más
de una hora y no es capaz de meter un gol, bien, lo que se dice bien, no ha
jugado. Le guste a quien le guste, así irrite a los propietarios del buen
gusto, en el fóbal hay que gravitar con la pelota al pie, dominar los 105 por
70, defender el arco de acá y meter la pelotita en el arco de allá.
Aclarado esto, por si las moscas, también es justo
establecer un par de distinciones. Una: que en el primer tiempo Independiente
se equivocó y jugó para presionar. Dos: que en el segundo tiempo afinó el tono
general, presionó para jugar y de a ratos funcionó como para aprobar el examen
de ingreso del optimismo. Compromiso y esfuerzos más compensados, pelota más
redonda, avances más fluidos y filosos y unas cuantas chances de conversión.
Esto que para el hincha más impaciente podrá sonar a
baratija, a consuelo de tontos, no deja de hablar bien del equipo. Con esa
intensidad, con esos modos, el Rojo ganará más de lo que empatará o perderá.
Fuente Olé
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