Diego Latorre
La dinámica de un equipo es un hilo invisible que influye en
rendimientos y resultados. Podría pensarse que no hay argumentos racionales
para explicarla, pero siempre existen razones que la propician. Cuando es
positiva, todo fluye, los jugadores se liberan y hasta la suerte se pone a
favor. En el caso contrario, la más mínima piedra toma el aspecto de obstáculo
insalvable.
Hoy por hoy, dos equipos de nuestro ámbito ejemplifican a la
perfección esta realidad tan habitual. Uno es San Lorenzo y su envidiable
estabilidad. El otro es Independiente , que está pagando como pocos la
devastación sufrida por el fútbol argentino en los últimos años.
El conjunto dirigido por Diego Aguirre es, quizás, el mejor
del momento en nuestro fútbol. Un equipo al que todo parece salirle bien sin
mayores esfuerzos, que cuenta con un técnico que transmite la seguridad que
debe poseer un buen guía, y con las piezas justas para manejar las diferentes
alternativas que presenta un partido.
Puede llamar la atención que San Lorenzo haya logrado
semejante armonía luego de cambiar tres técnicos en un año
-Bauza/Guede/Aguirre-, y no todos con iguales características e ideas. Pero a
pesar de estas transiciones existe una continuidad.
Ortigoza, Mercier, Caruzzo, Romagnoli, Torrico, Mas. Son
varios los jugadores que han perdurado en el plantel azulgrana estos años, y
esa ausencia de "revoluciones" en cada mercado de pases suele ser una
buena base para aumentar las posibilidades de jugar bien. Si además cada
técnico que llega sabe aprovechar los aspectos positivos implantados por su
antecesor, los factores favorables aumentan.
Instalar a Mussis como volante defensivo en perjuicio de un
ídolo del club como Mercier a Pablo Guede casi le costó el puesto. Y trasladar
a Cauteruccio hacia el costado para juntarlo con Blandi le trajo un sinfín de
críticas. A veces los innovadores, sobre todo en este fútbol vertiginoso que
vivimos, son tratados de locos o delirantes, pero bien aplicadas y con el
tiempo de sedimentación suficiente sus ideas pueden ayudar a enriquecer
futbolísticamente a un plantel.
El caso de Cauteruccio es el ejemplo perfecto para demostrar
algo que debería ocurrir con cualquier futbolista. En su carrera, uno va
encontrándose con diferentes entrenadores, y aunque reniegue con la exigencia
de nuevas tareas y funciones, estas se convierten en archivos que van
agregándose al disco duro personal para mejorar como jugador y ser más
completo.
San Lorenzo está aprovechando este largo proceso, y además
añade tres elementos fundamentales. Por un lado, la experiencia y madurez de
buena parte de su plantel. Por otro, la convivencia en la construcción del
juego de dos arquitectos como Ortigoza y Belluschi. Uno más retrasado y el otro
con mayor presencia ofensiva, ambos funcionan como eslabones de una cadena de
fútbol a la que se agregan la proyección de los laterales, la capacidad de
asociación y gambeta de Blanco y el oportunismo para estar siempre en el lugar
adecuado de Blandi y/o Cauteruccio.
El último elemento es el propio Aguirre. Alguien dijo que
para ser buen técnico hacen falta pocas cosas: no romper nada natural, poner a
los jugadores donde corresponde e influir sobre el grupo. Y desde que llegó, el
uruguayo cumple con todos estos preceptos. Aguirre ofrece una imagen saludable
de persona sobria, que habla de una obra todavía en construcción y sabe que el
fútbol argentino invita a la prudencia. Mantener el equilibrio emocional de un
plantel, evitar la complacencia y manejar los peligros que acompañan al éxito
también son tareas de un técnico. Por eso resulta gratificante escuchar a
Aguirre después de cada partido ganado.
Le falta a San Lorenzo ratificar todo lo bueno que viene
haciendo contra rivales de mayor exigencia, ya que hasta ahora ha enfrentado a
equipos de nivel inferior, y el primero le llegó ayer por la tarde. Con menor dosis de
brillantez, Estudiantes también está demostrando ser un equipo con identidad,
compacto y que sabe lo que quiere. El encuentro servirá para calificar a
ambos y es el primer choque del torneo entre dos equipos con aspiraciones de
estar en la conversación hasta el final.
También Estudiantes vivió una transición relativamente
continua y reciente, de Pellegrino a Milito y de este a Nelson Vivas. Pero tal
como pasa en San Lorenzo, no hay oposición absoluta entre los ocupantes del
banco. De hecho, el propio Vivas afirmó haber tomado elementos de juego que
había puesto en práctica Milito.
Tal vez menos puntilloso en el origen de las acciones, el
actual Estudiantes tiene mucho vuelo por las alas, pasa muy bien de defensa a
ataque, es punzante, llega a posiciones ofensivas con sencillez y posee gol. Resta
por ver cómo se resuelve la ausencia de Andújar, lo más cercano a una garantía
en un puesto tan sensible como el de arquero, pero el crecimiento de gente como
Schunke, Solari o Auzqui parece asegurar la continuidad.
Y de la mano de Gabriel Milito, el presente de Estudiantes
nos traslada al de Independiente. La crisis que ha estropeado la AFA deterioró
al mismo tiempo la jerarquía del futbolista medio en la Argentina. En una
época, los equipos con grandes jugadores ganaban partidos y títulos. Hoy esos jugadores
se extraviaron y casi todos los que salen a la cancha cada semana se parecen
entre sí, sin que existan saltos cualitativos apreciables entre unos y otros.
Esta situación ha impactado con más fuerza en algunos
lugares donde durante años se hicieron mal las cosas, como es el caso de
Independiente. El club acumula urgencias, que no solo se dan en la necesidad de
títulos sino en la llegada de jugadores con pocos partidos en Primera, sin la
formación adecuada para estar a la altura de la historia que demanda la
institución. Su caso no es único, pero sí uno de los más evidentes.
A ningún jugador le añade virtudes el escudo de una camiseta
prestigiosa. Por el contrario, lo pone a prueba, porque le otorga más
visibilidad y repercusión. Entonces suele ocurrir que se les pide a jugadores
buenos pero inmaduros que tengan la entereza suficiente para luchar contra la
adversidad, bancarse los silbidos, resolver siempre bien y ganar los partidos.
Es decir, se les exige ser grandes jugadores sin darles tiempo para crecer y
llegar a serlo.
Ese parece ser el problema principal al que se enfrenta
Milito en Independiente. Da la sensación de que su equipo precisa más tiempo de
desarrollo que el resto. Para plasmar la idea de juego, pero también para que
los intérpretes adquieran el carácter capaz de soportar el peso de esa
camiseta. Y como además el equipo carece de futbolistas con capacidad
estratégica del tipo Belluschi, Ortigoza, Pablo Pérez o Román Martínez, que
sepan manejar los ritmos y darle fluidez al juego, Milito no encuentra un
funcionamiento integral. Por eso, cada gol en contra genera angustia y bloquea
la mente.
Volvemos entonces al punto de partida. Las dinámicas suelen
determinar la marcha de los equipos. Si son favorables, el viento sopla a
favor; si son negativas resultan muy difíciles de desactivar. Pero no son
inocentes: siempre hay razones que las ponen en marcha.
Fuente Cancha Llena
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