Por Juan Pablo Varsky
Foto: LA NACION / Aníbal Greco
En junio de 2006 Javier Mascherano y Lionel Messi
compartieron su primer Mundial y su primera frustración. Ninguno era líder. Ese
rol les correspondía a Sorin, Ayala, Crespo, Riquelme y Heinze.
Empezaron a
conocerse durante esa Copa del Mundo.
En 2007 se presentó otra oportunidad en
la Copa América, con un plantel parecido y un nuevo DT, Basile. Dominó la fase
de grupos y llegó a la final con goleadas. No hubo vuelta olímpica: Brasil lo
cacheteó 3-0. Una semana después, otro grupo de juveniles se consagró campeón
mundial en Canadá por quinta vez en las últimas siete ediciones. Sería la
última para el fútbol argentino, cada vez peor en el ámbito formativo. Sergio
Romero, Gabriel Mercado, Ever Banega, Ángel Di María y Sergio Agüero integraron
ese equipo. Salvo Mercado, el resto se sumó a la nómina olímpica para defender
el título en Pekín 2008. El entrenador Batista incluyó en la lista a Ezequiel
Lavezzi, que venía pidiendo pista desde San Lorenzo.
En los Juegos, compartieron su primera celebración. Ese año
la selección mayor volvió a cambiar de timonel. Llegó Maradona. Dejaron de ser
chicos. La capitanía para uno, la 10 para el otro. Una frase matadora:
"Masche + 10" y luego un componedor "Masche y Messi más 9".
Diego puso de arquero titular a Romero, el tercer hombre de esta saga. Costó
llegar a Sudáfrica. Apareció Gonzalo Higuaín en el tramo final de las
eliminatorias. Javier Pastore entró en la lista de los 23. El Mundial era una
fiesta hasta que Alemania lo noqueó en Ciudad del Cabo. Otra frustración, más expuesta
que la de 2006. Eran grandes ya. Uno llevaba la cinta. El otro mostraba el
Balón de Oro como mejor futbolista del mundo en el Barcelona de Guardiola.
"Por qué no juega como allá?", comenzaron a preguntar en la
Argentina.
El verano europeo de 2010 les cambió la vida. El pase de
Mascherano de Liverpool a Barcelona les selló el destino de indivisibles. En su
temporada estreno juntos, ganaron la Champions. El contraste fue inmediato. Un
mes después el seleccionado fracasó en la Copa América Argentina 2011. Al 10 lo
silbaron feo en Santa Fe. En el plantel también estaban Romero, Andújar,
Banega, Biglia, Rojo, Lavezzi, Higuaín, Banega, Di María y Agüero. Ya era el
equipo de Messi y Mascherano. Despidieron a Batista, que había reemplazado a
Maradona, y llamaron a Sabella. Alejandro viajó a Barcelona y concretó el
traspaso de la cinta. Messi capitán. Tras un arranque tormentoso, el equipo
apareció en Barranquilla y llegó a Brasil 2014 sin sobresaltos. Allí dejó de
comer mierda, según el propio Mascherano. Del Mundial de Leo brillante en la
fase de grupos rodeado por Gago, Di María, Agüero e Higuaín, pasamos al de
Masche, clave en los duelos de mano a mano rodeado por Biglia, Enzo Pérez y
Lavezzi. De los goles de Messi a los #MascheFacts. Mario Götze irrumpió en la
final y todo acabó en lágrimas.
Sabella renunció y llegó Martino. Ellos lo habían tenido en
Barcelona durante la floja temporada anterior. El nuevo técnico comenzó a
renovar el bloque defensivo para la Copa América 2015. Convocó a Facundo
Roncaglia, a Nicolás Otamendi y a Nahuel Guzmán, un arquero de su gusto. Los
capitanes llegaron a Chile tras ganar el triplete en el Barça. Se frustraron
otra vez, en los penales contra el local. La clasificación para Rusia comenzó
mal pero el equipo volvió a resurgir en Barranquilla, sin Messi lesionado.
La Copa América Centenario termina mañana. Argentina está de
nuevo en el partido decisivo. Es la tercera final en tres años de alto nivel,
un hecho que debe valorarse hoy, más allá del deseo y el mandato de victoria.
Se ha visto la mejor versión del ciclo Martino, que completó la remodelación
del fondo con Ramiro Funes Mori, Jonatan Maidana, Víctor Cuesta y Matías
Kranevitter. Sólo queda Rojo de los defensores mundialistas en Brasil. Le
agregó variantes creativas con Nicolás Gaitán y Erik Lamela. Augusto Fernández
se ganó ese lugar que no pudo en Brasil 2014.
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Han pasado 10 años juntos. Vieron pasar seis entrenadores y
un montón de jugadores. Se convirtieron en referentes. Definieron esta
extraordinaria generación, que tapa la preocupación por el futuro de nuestro
fútbol. "¿Después de Messi, qué?", se pregunta Diego en el final de
su libro sobre México ?86. Ayudaron decisivamente a construir este grupo sin
grietas. Maduraron. Nacieron Lola, Alma, Thiago y Mateo. Las hijas de Javier y
los hijos de Leo. Compartieron todo, hasta los problemas con Hacienda y la
Justicia de España por fraude fiscal. En junio de 2016, Javier Mascherano y
Lionel Messi irán por lo único lo que les falta: un título con la selección mayor.
Nadie lo merece más que ellos, dos líderes tan distintos como inseparables.
Fuente Cancha Llena
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