Por Eduardo Verona
La caída libre que experimenta Independiente es atribuible a
los bajos rendimientos individuales pero también al desconcierto del entrenador
Mauricio Pellegrino, incapaz de sostener una estructura y darle un
funcionamiento al equipo. La ausencia de una idea y de una línea de juego
libera inseguridades, dudas y desconfianzas.
Lucas Alario - River vs Independiente - Primera División
2016 - Foto: Claudio Perin / Diario Popular
No podía tener peor arranque Independiente en el campeonato.
No solo por sumar apenas 5 puntos sobre 15 posibles mientras Rosario Central en
su zona llegó a 13 unidades. El tema principal es el juego. O mejor dicho, el
no juego que expresa el equipo en todas las líneas. Siendo prudente habría que
hablar de una insolvencia colectiva abrumadora. Dejando de lado la prudencia
salta a la vista que es un equipo que está para comerse una boleta detrás de
otra. Empezando por el arquero, siempre al borde de un blooper más o menos
anunciado. Pero blooper al fin.
Quizás lo del Ruso Rodríguez (frente a River dio una vez más
un rebote muy ingenuo que se tradujo en el único gol del partido) pueda resumir
la fragilidad estructural de Independiente. Porque tener al Ruso en el arco es
dar ventajas inocultables al rival de turno. Sin embargo, Rodríguez sigue ahí.
Bajo los tres palos. Y realmente juega debajo de los tres palos. No achica, no
anticipa, no sale a cortar ningún centro y además rebota todo lo que le tiran
con unas manos de manteca que delatan graves problemas en su formación. Hace
algunos años el gran Amadeo Carrizo, comentó: "Los arqueros que no
atenazan la pelota es por fallas técnicas".
Las inseguridades y dudas del Ruso son, en definitiva, las
inseguridades y las dudas que vienen atrapando al plantel y al cuerpo técnico
que lidera el inconmovible Mauricio Pellegrino, siempre tan correcto y tan
austero. No es que Independiente no transmita deseos de ganar. Ni denuncie no asumir
iniciativas. Ni vaya al frente como corresponde ir. El escenario es aún mucho
más comprometedor y complejo: no sabe lo que quiere.
Porque el entrenador tampoco parece saber lo que quiere. Si
trasciende algo en Pellegrino es la imagen del más puro desconcierto. Por eso
arma un equipo diferente todos los partidos, más allá de sus reconocidas
preferencias tácticas. La táctica sigue siendo su objeto de culto. Con dos volantes por adentro y dos por afuera,
más dos puntas o un punta y medio.
Pero no lo va a salvar la táctica a Pellegrino. Ni a él ni a
nadie. Sin juego, no hay táctica que resista. E Independiente no tiene fútbol.
No elabora. No construye. No perfila ni insinúa sociedades. No define búsquedas
consistentes y agresivas para recuperar la pelota ni para desequilibrar en los
últimos 30 metros de la cancha. Todo es absolutamente precario, urgente. Desde
la salida tumultuosa del fondo, que intenta ser prolija aunque por deficiencias
técnicas termina casi siempre en un festival de pelotazos y en proyecciones de
Toledo (demasiado limitado) y Tagliafico
(muy voluntarioso pero desordenado) que nunca prosperan.
El medio no tiene pase. Lo tenía con Méndez. Sin él, en bajo
nivel durante el 2016, no hay criterio ni panorama para manejar y administrar
la posesión de la pelota. Prevalecen el apuro y las imprecisiones. Y queda en
primerísimo plano la ausencia de una idea. Porque la táctica, por más brillante
que sea, no es una idea. Es un dibujo que adquiere relieve recién a partir del
funcionamiento.
Los de arriba decididamente la pasan mal. Juegue quien
juegue. Porque nadie lleva la pelota con cierta claridad hasta esa zona. La
empujan. La trasladan. La atropellan. No hay generación de espacios. No hay
distracción. No hay juego. Y no hay llegada. Se apuesta a una resolución
individual. A una corrida afortunada de Rigoni, a un rebote que pueda capturar
Denis, a los piques de Vera y Leandro Fernández, al empuje y la polenta del
Cebolla Rodríguez, a una apilada de Benítez cada vez más lejana e improbable y
a rezar para que se equivoquen los adversarios.
La realidad es que no tiene plan Independiente, precisamente
cuando a Pellegrino el ambiente del fútbol lo identifica como a un entrenador
que no improvisa porque cree en el método más que en la inspiración. Lo que a
esta altura queda claro es que el equipo se le terminó yendo de las manos casi
sin darse cuenta. Por eso los cambios permanentes en la zona de volantes y en
los puntas, que lo único que provocaron fue una pérdida progresiva de
confianza, incluso entre los que venían manteniendo un alto rendimiento.
Los técnicos más capaces se ven en las dificultades. No
precisamente cuando todo marcha bien. En las dificultades se advierte la
fortaleza y la convicción de un entrenador para no hacer lo más fácil que
siempre es sacar y poner jugadores, intentando licuar la propia
responsabilidad. No es que Pellegrino sea el culpable de que el Ruso Rodríguez
regale goles en todos los partidos (lo incomprensible es que lo haya mantenido
como titular hasta inmolarse), que los cuatro de atrás en cualquier momento
miren los aviones o que Méndez y Benítez no hagan lo que hacían en el segundo
semestre del año pasado. Pero sí es responsable de no haberle podido dar a
Independiente una mínima estructura colectiva. Y de dejar al equipo como una
hoja en la tormenta en tiempos urgentes.
Haciendo foco en las postales del pasado, no parece
desatinado recordar lo que declaró Juan Sebastian Verón (presidente de
Estudiantes) cuando el 15 de abril de 2015 rescindió el contrato de Pellegrino:
"Nunca le encontró la vuelta el equipo. El equipo no
aparecía, le costaba tener una identidad o una línea de juego. Hay que admitir
que no le llegó al jugador. No es algo malo, pero tendría que reconocerlo. No escuché ninguna autocrítica
de Pellegrino ni de su cuerpo técnico. Hablaron pero no dijeron que no pudieron
mejorar la situación. Siempre lo más fácil es mirar para los costados y no ver
que se llega a un punto donde no se puede seguir. Cerramos un capítulo donde
veíamos que no caminaba".
Aquellas durísimas palabras de la Bruja Verón pueden ser
calificadas como oportunistas, considerando que despidió a Pellegrino y que nunca
tuvo una sintonía fina con él. Pero revelan lo que no puede esconderse: la
ausencia de una identidad de juego. Esa deuda sustancial o ese sabor a nada
persiguió también a Pellegrino en Independiente. Y lo acerca inevitablemente al
colapso. Más allá de que el sábado conquiste una victoria ante Colón.
Fuente Diario Popular
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