lunes, 4 de enero de 2016

Luciano Olivera : "El disparador de mi libro fue el descenso de Independiente y que mi viejo ya no estaba"






Por Matías Méndez - Especial para Infobae



Luciano Olivera sintió la necesidad de compartir con su padre ausente la tristeza que estaba atravesando como "hincha apasionado" y "tipo sensible". Así nació "Aspirinas y caramelos. Postales de una infancia"



El 15 de junio de 2013 ocurrió algo inédito e inesperado: Independiente descendió a la Primera B. Aquel viejo Rey de Copas que en los setenta y ochenta ganaba todo se iba a jugar a la segunda categoría. Los hinchas rojos estaban destrozados ante lo inevitable. En medio de esa tristeza, hubo uno que utilizó las redes sociales para dar a conocer una catarsis pública que se llamó Aspirinas y caramelos. Se trató de una carta a su padre muerto en la que le explicaba lo que estaba viviendo. De pronto, ese texto se unió a los de Eduardo Sacheri y ambos se convirtieron en los salvavidas de diablos caídos en desgracia. Esas líneas saltaron a los diarios, las revistas y los noticieros. Hasta los medios extranjeros las reprodujeron.



El autor se llama Luciano Olivera y esa súbita popularidad lo incentivó a escribir más. Y a recordar y repasar sus años de infancia, en una casa de clase media, con un padre periodista, antiperonista y fanático de Independiente, una madre ama de casa y dos hermanas. Por esa mirada de niño atento pasó la muerte de Juan Domingo Perón, la guerra de Malvinas, el regreso a la democracia o las interminables crisis económicas argentinas. Aquel niño es hoy un periodista que supo dirigir Canal 7 y UBA TV, el canal de la Universidad de Buenos Aires, y que está al frente de su propia empresa, que produce ciclos de televisión. Aquel texto forma parte del primer libro de Olivera que Aurelia Rivera distribuye en esos días, Aspirinas y caramelos. Postales de una infancia.



Luciano Olivera estuvo en la redacción de Infobae para conversar sobre estos textos breves que, lejos de la melancolía, llevan al lector a recorrer su propia infancia.



"El disparador fue la pérdida de categoría de Independiente -explica el autor sobre el origen del libro- pero lo que yo sentí ahí fue la falta que tenía de un bastón para atravesar ese momento, que algunos vivimos con más pasión que otros, hay que reconocerlo. Soy un hincha muy apasionado y también soy un tipo sensible en definitiva, por eso a veces esas cosas golpean más. Fue la primera vez en muchísimos años que me pasaba que había algo que era únicamente de mi viejo y mío, en donde él no estaba. Es probable que eso haya sido el disparador de la necesidad de contar qué me pasaba con haberlo perdido. Habíamos perdido algo como la categoría y se me venía a la cabeza la pérdida enorme y muy temprano (porque fue a los 12 años) que había significado la de mi viejo".



—¿Cómo se trabaja cuando la materia prima es la memoria propia y los recuerdos familiares?



—Por un lado, evocar es un ejercicio que muchas veces intentamos no hacer, porque nos lleva a un pasado que con frecuencia no queremos recordar. Me propuse un ejercicio de memoria que fue empezar a anotar las cosas de las que me iba acordando y luego las comencé a desarrollar, temiendo que se me fuesen olvidando, porque la carta Aspirinas y caramelos provocó una rotura de dique. Aparecieron un montón de recuerdos que tenía muy tapados y que evidentemente estaban vinculados con la falta de duelo por la muerte de mi viejo. Como me fueron apareciendo, los fui anotando y luego los fui desarrollando y es verdad que hubo muchos en los que tuve que, como dicen los psicólogos, atravesar el fantasma, porque se me aparecían todo el tiempo cosas que quizás no quería recordar, pero ya estaba entregado al texto y quería ser auténtico. No me parecía sano censurarme demasiado, de todos modos es un desnudo cuidado y no está todo. Es el viaje de un nene hincha de Independiente fanático y enfermo con su papá, que es lo mismo, y de repente lo pierde. Y ese viaje de la niñez feliz a la niñez un tanto trágica y el inicio de una adolescencia en un punto sin referencias traté de hacerlo atravesando esos dolores.



"Uno pone en palabras, como otros en imágenes y sonidos, algo que nos pasa a todos"



—Hace unos días, hablando con Martín Kohan, que es también un hincha apasionado, me decía que él vive el fútbol y la literatura con distintas intensidades. El fútbol como lugar en donde se siente parte de un colectivo, por más que vaya solo a la cancha, y la escritura como el lugar del ensimismamiento.



—No sé si tanto, para escribir sin duda hace falta soledad y concentración. Es muy difícil hacerlo en un ambiente público y con otras cosas en la cabeza. Lo que yo hice en el libro fue colectar momentos que más bien son de rasgos populares, entre la barriada, el fútbol y la historia familiar. Si tiene algo de interesante, es que son cosas que nos pasan a todos. La literatura y el género humano van completamente de la mano y después cada uno lo procesa como puede. Uno pone en palabras, como otros en imágenes y sonidos, algo que nos pasa a todos.



—A lo largo de las páginas se va construyendo o quizás buscando edificar una identidad. ¿Está de acuerdo?



—Sí, totalmente porque estoy seguro de que lo que sentimos como hombres cotidianos es que las cosas que nos van pasando son únicas. Siempre uno siente "me pasó a mí" y después cuando uno charla e interactúa, te das cuenta que lo que te pasó es algo que te pasó a vos, que le pasó a él y que son cosas bastante comunes. En un punto lo que sucede con estas historias es que son mías, y a veces hago el chiste de decir: "No se crean que escribí mis memorias, porque sería un poco presuntuoso, pero lo que sí hice fue ir ideando postales que podrían ser de cualquiera". Me ha pasado mucho con alguna gente que la leyó y me dice: "Yo también perdí el Prode faltando un minuto". O "A mí también me llevaron a la Chacarita a ver los tíos que estaban muertos". Hay como una construcción de una identidad personal, pero que en gran parte es bastante común a cosas que nos pasan a todos. La construcción de lo que escribo está muy vinculada con fenómenos de la cotidianidad de cualquiera, lo podría escribir cualquiera.



—Si uno pudiese resumir las historias, podría decir que es como se vivían en una casa de clase media las cosas que le pasaban al país...



—Soy un hijo de una clase media, un viejo periodista, una madre ama de casa que dejó de trabajar para casarse y ocuparse de la casa. Fuimos formados en la educación pública mis dos hermanas y yo. Vivimos siempre en departamentos del conurbano o barrios como San Telmo o Barracas como inquilinos. Son esos impactos que en ciertos sectores, o muy bajos o muy altos, quizás se perciban de otro modo. En la clase media más típica, todos vivimos esa ruptura de, por ejemplo, una gran devaluación. Mi viejo hacía el chiste, cuando cobraba, de darnos la plata y nosotros se la llevábamos a mi mamá y un día en lugar de un sobre trajo un paquete de plástico muy grande y nosotros nos pasamos no sé cuánto tiempo llevándole plata a mi mamá, porque nos daba fajos. Pero después, cuando tuve que ir a comprar fiambre a la noche, tuve que llevar un fajo así de grande, porque se había devaluado todo. Así, muchos chicos nos íbamos enterando de lo que significaba una devaluación, la guerra de Malvinas o cosas que nos pegaban de una manera particular.



—En un fragmento dice: "Conocí la muerte con la cara de Perón".



—Sí. Mi viejo era un antiperonista furioso, guardaba el Libro negro de la dictadura de Perón, guardaba los manuales escolares donde decía "Eva me ama" para defenderse en peleas que tenía con sus amigos peronistas. Cuando muere Perón, se pone contento y yo era muy chico, pero lo recuerdo bien poniéndose contento. Él no era un tipo de clase alta, pero había sido muy perseguido por el peronismo, la había pasado mal. Había nacido en el 27, con lo cual vivió su juventud en pleno peronismo y como un tipo militante en contra, la había pasado mal. La chica que trabajaba en casa se puso a llorar cuando Isabelita comunica la muerte y para mí ese momento fue muy fuerte. Viví esas rupturas sociales y culturales; efectivamente el primer cadáver que yo vi fue Perón en el cajón. Fue un debut extraño con la muerte.



"Andar por la vida con la necesidad de la moral es una obligación extra"



—Leyendo cómo narra qué le dejó su padre, recordé algo que escribe Pablo Ramos en el comienzo de una novela. Cita a su abuelo que decía: "La patria del hombre es su moral".



—Mi viejo era un tipo que le adjudicaba a la moral un valor enorme y, a veces hasta escuché decir, exagerado, "Pero, no sé, no soy quién para juzgar". Vi a un tipo muy preocupado por la moral y no sé si es lo que me legó, porque tampoco puedo juzgar mi moral. Pero sí sé que me dejó la preocupación por el tema. La moral en mi formación no fue un tema menor, fue un tema importante, con toda la carga que eso implica, porque andar por la vida con la necesidad de la moral es una obligación extra. Me legó esa preocupación por el tema y no mucho más, pasiones en todo caso, el Rojo y la música. La moral fue un hilo conductor en nuestra relación. Por ejemplo, como hincha de Independiente y si bien no era de paladar negro, no soportaba una trastada, no le hubiese gustado ganar un partido con trampa.



—Me gustaría que terminemos la charla con la historia de aquel que murió dos veces.



—Yo vivía en la calle Hipólito Yrigoyen, en Lomas de Zamora. Es una avenida ancha que atraviesa el sur, justo enfrente del diario La Unión, en donde mi viejo estaba trabajando medio en una especie de exilio interno en los años de los inicios de la dictadura. Como había venido de la capital y había tenido un paso exitoso por algunos medios, era como la estrella de ese diario zonal. Esa avenida se cruzaba con otra, también muy transitada, que se llamaba Boedo y cada dos por tres había un choque. Hubo un día que yo estaba en el balcón mirando para abajo y veo una furgoneta que viene por Yrigoyen y un colectivo por Boedo, chocan y se van para los costados. Dos personas salen expedidas de la camioneta: una para adelante y otra para atrás y quedan los cuerpo tirados en la calle. Llega una ambulancia muy rápido y empiezan los ejercicios de reanimación, hasta que ven que no reaccionan y lo tapan con un plástico. En un momento llega mi viejo, que baja del colectivo y se mete en la escena y se va al diario. Desde la ventana de mi casa, lo veo sentarse en la máquina de escribir la noticia y me voy a dormir un poco traumado, porque había visto un muerto. Al día siguiente, cuando leo el diario que mi viejo traía a casa a la mañana, veo la nota y no veo ninguna referencia al muerto hasta que llego a un sueltito que se llamaba Murió dos veces. Resulta que la furgoneta era una camioneta que llevaba un cadáver de un hospital a la sala mortuoria y cuando el cuerpo cae, los médicos no se dan cuenta de que estaba muerto y empiezan a reanimarlo. Mi viejo escribe el suelto ese del muerto que murió dos veces y yo lo rescaté, porque fue un golpe muy fuerte ver ese muerto y después entender que el tipo ya había estado muerto todo ese tiempo.






Fuente Play Fútbol

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