Messi no quiere ni mirar. Decepción. (Gustavo Ortiz)
Por Leo Farinella
El equipo no dio la talla en otra final. Principalmente el
capitán Messi, que deambuló por la cancha. Y ojo: esta vez no fue la poderosa
Alemania sino Chile. "Es un karma, una tortura", dijo Mascherano.
¿Hasta cuándo?
Basta de excusas. Basta, por favor. Un poco de respeto para
esa gente que se abrazó al televisor o llegó como pudo y gastó lo que no tiene
para verlo entre miles de chilenos en el Nacional de Chile. Nada. Hay que pedir
perdón, agachar la cabeza como Messi sabe hacerlo perfectamente, y darle para
adelante. Apretar los dientes para la próxima vez ser un equipo más parecido a
Mascherano.
Está mal puesta la cinta de capitán. Terminemos con esto. El
mejor jugador del mundo no nos representa en los momentos importantes. Su
actuación de ayer fue, directamente, indignante. Hay veces que se puede jugar
bien, otras no. Pero nunca puede uno caminar y caminar ausente mientras los
compañeros se pelan el traste. Ser el mejor no sólo da derechos. También,
obligaciones. Esta era la gran oportunidad para tener una revancha de lo que
fue la final del Mundial en Brasil, ésa que también perdimos, pero contra la
gigante Alemania. Esta vez fue una dolorosa derrota por penales con Chile, pero
no es eso lo más grave. Lo que más duele es la sensación que deja una Selección
amarga. Amarga de amargura y también de la otra. Mascherano, Biglia, los
defensores zafan. Pero nos faltó arriba. Bah, dejemos de dar vueltas. Nos faltó
Messi. Y sin Messi y sin la idea, porque no hubo ninguna idea de juego en la
final que tuviera algo que ver con lo que se intentó el resto de la Copa,
Argentina fue muy parecido al equipo que Sabella intentó remendar para el
combate en el Mundial. Defendimos fuerte, Chile buscó pero no inquietó.
Entonces, no está ahí el lío. Está más adelante. La idea de Martino puede ser
muy interesante pero éstos son los momentos en los que hay que sostenerla.
Porque si en las difíciles vamos a aflojar, no son tan profundas nuestras
convicciones. A las ideas, en todos los rubros, las ejecutan hombres. Y hay
hombres que dan la talla en las finales, en los momentos importantes, y otros
que no. Corta la bocha, diría Coco Basile. Argentina no tuvo casi nunca el
control del balón, no tuvo circulación, no manejó el partido. Nada de nada. Y
el coraje lo mostró para bancar el cero en el aspecto defensivo. No tuvo la
convicción de sentirse superior y querer ganar la final. Esta derrota duele
diferente que la del Mundial. No es tan importante, por supuesto. Pero aquella
vez la tristeza fue porque se escapó de las manos un gran éxito por falta de
eficacia en las situaciones generadas. Esta vez nos pasó lo peor que le puede
pasar a un equipo argentino. No tuvo carácter. No jugó la final con la
autoridad que la juegan los que están convencidos de ganarla. Si tanto pesa el
hecho de no haber ganado nada, por favor, den vuelta la página y miren con
alegría la vida que tienen. Toda la presión, el respeto y el miedo que decíamos
tenían los chilenos, que lo percibíamos en las calles, dentro de la cancha
cambió de camiseta. A todos los que hicieron el aguante en Santiago, en Buenos
Aires o en cualquier rincón del mundo que un futbolero se pone la camiseta de
la Selección, hay que pedirles perdón. Como pide perdón al borde de las
lágrimas Mascherano. Pero sirve el perdón del que dejó todo en la cancha.
Una nueva decepción, una nueva angustia se apodera de la
Selección. Otra vez pegamos en el palo y nos quedamos con las lágrimas,
mientras otros enloquecen de felicidad. Es de una crueldad impensada este
final, esta final. Karma, maldición, estigma, la palabra que quieras. Pero
cuando tu mejor jugador, el mejor del mundo, mira para abajo y quiere que se lo
trague la tierra, se esconde en ese subterráneo que lo lleva a algún lugar
lejano, baja en una estación sin nombre y se queda parado mirando una y otra
vez que el tren pasa y se va... El tren pasó otra vez en una final. Es hora de
aceptar el problema y tomar decisiones fuertes. Felicitaciones, Chile. Otra vez
será, Argentina.
Ojalá.
Fuente Olé
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