Foto: LA NACION /
Sebastián Rodeiro
Por Sebastián Fest
LONDRES - "¡Messi, Messi, Messi!". Gritar ese
nombre que tantos argentinos siguen considerando un asunto menor ayudó a que
Santiago López Menéndez, el ingeniero agrónomo secuestrado en Nigeria,
encontrara el camino hacia la libertad. La anécdota pasó relativamente
inadvertida en medio del tramo final de la Copa América, pero confirmó una vez
más lo que es Messi para los argentinos: un enano al lado de Maradona.
Imaginen a "D10s" en la misma situación, un
"¡Maradona, Maradona, Maradona!" y un argentino libre.
"D10s" pasaría a ser un acrónimo absurdo por insuficiente, los memes
glorificadores se multiplicarían hasta el infinito y el asunto desembocaría en
una frase: "Diego gana en todas partes".
Messi gana en todas partes, menos en su país. La selección
-quirúrgico ayer Cristian Grosso- sería un equipo impotente sin él. Pero eso no
alcanza en el país que más sabe de fútbol del mundo. ¿Fue Messi brillante en
las finales de Brasil 2014 y Chile 2015? No, pero a las dos se llegó sobre todo
gracias a él. Tampoco fue brillante Maradona en 1986 en el Azteca, pero cuando
el chispazo del genio salió del botín, otro compañero estuvo ahí con capacidad
para transformarlo en gol.
Messi hace mucho, pero no puede hacer todo. Fue interesante
ver la final con Chile en la televisión británica y escuchar a sus
comentaristas. "¡Genio, genio, genio!", gritaron en un momento. Es
así de desconcertante: los "piratas" nos admiran y no tienen reparos
en decirlo.
"No hay un delantero de clase mundial en Chile
-decían-, toda una diferencia con la Argentina". Que esos delanteros
fallaran en el momento justo ya es otra historia. Lo que está claro es que
aquel grito de "¡Animales!" es una simpática anécdota de hace medio
siglo. Del siglo pasado. Si existiera un artefacto mágico para convertir a
Messi en inglés, millones de hinchas pondrían con gusto dinero de su bolsillo
para financiar su compra. Y otros 200 países del resto del mundo harían lo
mismo. También Brasil, sí, donde en Recife o en Río de Janeiro es posible
encontrar a niños en la playa jugando con la camiseta del "10". La
celeste y blanca, no la del Barcelona.
Pero en la Argentina, Messi es casi siempre un problema
antes que una solución. ¿Es envidia? ¿Es porque se fue del país y le fue bien?
¿Es porque gana en euros?
Messi hablará "en rosarino" en Barcelona, porque a
su acento y cadencia no se le pegó casi ni un deje español o catalán, pero su
error es ser notablemente antiargentino: debería hablar más, expresarse de otra
manera, manejar los códigos de la demagogia. Se lo querría más. Su problema,
quizás, no pase por no ser brillante en las finales. Hay otros caminos para
llegar a ser un jugador del pueblo.
Foto: EFE
Gerardo Martino estará amargado aún por lo que sucedió el
sábado, pero en realidad no hay nadie más habilitado que él para resolver la
encrucijada messiánica: es el único que conoce en profundidad los dos mundos de
Messi, el de la Argentina y España, el de Rosario y Barcelona. Sabe -o debería
saber- porque allá no es como acá. O al revés.
"Así no, míster, así no", le decía Xavi Hernández
a Martino durante los entrenamientos de aquella temporada en la que dirigió al
equipo de Messi.
No le fue fácil lidiar con el "cerebro" del Barca,
tampoco entenderse con los periodistas y el mundillo locales: de un lado y del
otro brotaron incomprensiones, en parte por equívocos idiomáticos, porque
españoles y argentinos hablarán la misma lengua, pero no el mismo idioma.
Le sirvió ese año a Martino, en cambio, para conocer a Messi
como nadie en la Argentina. En aquella temporada en Barcelona pecó a veces por
soberbia, pero muchas más por timidez. Se fue frustrado. Ahora dirige la
selección, no quiere otra frustración. Conoce al Messi de afuera y al de
adentro.
Y conoce a los de adentro.
Fuente Cancha Llena
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