Por Rodrigo Tamagni
Pibes fanáticos de Independiente se criaron entre malos
resultados y filosofías de goma: la generación perdida. El "Rojo" de
antes se diluyó y se amoldó a una etapa donde sólo se exige resultados, sin
importar los estilos, proyectos y sus consecuencias. Con una nueva era a punto
de empezar, aportemos lo nuestro para reconstruir aquella institución que nos
heredaron nuestros ancestros... Una opinión a corazón abierto
Nací en la época en que Ricardo Enrique Bochini ganaba su
último título con la camiseta de Independiente y al poco tiempo se retiraba.
Quizás el punto exacto del quiebre de la historia o por ahí lo que me lleva a
pensar eso es la susceptibilidad misma de sentirme parte de la piedra angular
de lo que llamo la generación perdida. Miles de hinchas, millones, que crecimos
entre la sequía y la debacle.
Formo parte de la generación perdida y, aviso antes de que
sigan leyendo, voy a ser duro en mi análisis. Crudo. Lastimaré orgullos, hasta
el mío. Pero crecí en casa de psicólogos y creo que la realidad, por más
sangrienta que sea, sirve para empezar a construir o reconstruir el camino
deseado. Temo que ganaré más enemigos que elogios, aunque mi única finalidad es
aportar un granito de arena desde mi rol de comunicador.
Entre los sinuosos caminos del profesionalismo (sin contar
los títulos amateurs como otros clubes prefieren hacerlo) y aquellos últimos
tiempos del "Bocha", Independiente acostumbró a los hinchas a ganar 1
título cada un año y medio, aproximadamente. Y coronas de real fuste: 7 Libertadores
y 2 Intercontinentales brillando en el pedestal máximo. A partir de ese punto,
fueron más de 25 años de éxitos esquivos: 1 título cada cuatro años y medio,
con un descenso en el centro de la escena.
En una etapa donde el común del hincha celebra derrotas
ajenas y la cantidad de papelitos tirados desde las tribunas, pretendo un baño
lacerante de realidad. Busquemos volver a crear aquel Independiente. No puedo
negar que a pesar de que la idea daba vueltas desde hace tiempo en mi cabeza,
Pellegrino fue quien terminó de asentarla: "No nos podemos quedar mucho en
la historia, porque es buena para transmitir valores, pero a veces te estanca.
Debemos defender la historia, pero debemos tener presente la realidad".
¡Qué huevos, viejo! Un entrenador resistido a priori, con
una idea de juego que no enamora en la génesis, se sentó delante de todos y
dijo lo que muchos sabemos pero intentamos nublar. Tapar con las derrotas
ajenas, con los papelitos de la hinchada, con los despechados gritos de goles
en el extranjero de algún ex. Desde el público no hubo mayor resistencia.
Entonces me envalentoné y decidí escribir esta columna, con mucho más tono de
carta, donde intento hablar -hablarnos a todos- a corazón abierto.
Mi generación creció desértica, en medio de algunos
inciensos con aroma pasajero a buen fútbol para que aquellos que vivieron los
casi 90 años de alegrías puedan graficarnos en carne vivía lo que es
Independiente. No sólo me refiero a éxitos y hazañas, sino a estilos. El famoso
paladar negro, que algunos quieren defenestrar en base a la globalización del
triunfo como único objetivo, es una pieza clave de nuestra identificación.
A menudo intento hablar con los longevos, escucharlos,
aprender y recordar. Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz. Maril, de la
Mata, Erico, Sastre y Zorrilla. El "Bocha" haciendo goleador a
cualquier nueve. Bertoni siendo su socio implacable. Boneco. Pastoriza al mando
de la epopeya en Córdoba con 8 jugadores. –"Vayan, hagánse hombres,
jueguen y ganen", frase que me emociona y la siento representativa por el
"jueguen", antes que el "ganen"-. El título, el día que
nuestro clásico se iba al descenso. Pepe Santoro, ídolo devenido en bombero de
los incendios forestales recientes. No quiero mentirles: temo que esa sea mi
única fuente de transmisión a la hora de explicarles a mis hijos lo que es
verdaderamente Independiente.
Estoy más cerca de ser padre que pequeño hijo. Y hay algo
que no se va a negociar: serán de Independiente. Es la única herencia que
tienen prohibido esquivar. Por tal motivo, quiero pelear para que crezcan con
un Independiente mejor, el de antes. El que mamó mi viejo y mis abuelos (ya expliqué
en otra ocasión el fanatismo de mi abuela).
Supongo que usted, que está leyendo y a regañadientes
mascullando la bronca por esta penosa realidad, quiere lo mismo. El fin de la
generación perdida. Que los Agüero, Milito, Gustavo López, Montenegro, Insúa,
Cambiasso, florezcan de las tierras de Villa Domínico. Que nos guíen rumbo a
títulos con la impronta nuestra. Que cuando los Tevez o Saviola decidan volver
a sus clubes, no miremos a los costados y terminemos rogándoles a referentes de
papel (¿tanto nos aportaba el retorno de Denis o es escasez de recursos?).
La reconstrucción real empieza con usted y yo comprometidos
en la causa. Derrumbemos estos años de malaria. Que aquellos fósforos de
esperanza que se encendieron con el "Kun" o el "Mariscal",
decididamente se transformen en una fogata que nos devuelva el fuego interior
que logró distinguirnos aquí y en el mundo.
¿Por qué escojo este momento para este análisis? A un año de
dejar en el camino el peor momento de nuestra historia, con un proceso a punto
de empezar, creo que es necesario afianzar las bases para construir un proyecto
acorde a lo que siempre fue Independiente. No nos ceguemos con pobres triunfos
pasajeros. No exijamos más de lo que hay y sí demandemos bases que asienten la
estructura desde los juveniles. Que el club no gaste más de lo que tiene –la
vieja administración de los gallegos–. Que Independiente vuelva a ser
Independiente.
Fuente Play Fútbol
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