Teníamos un juguete.
Por Hernán Casciari:
Teníamos un juguete; era el más divertido del mundo. No lo
habíamos inventado nosotros pero jugábamos mejor que sus inventores. Aceptamos
algunas palabras de su idioma original: ful, corner, orsai, pero enseguida lo
llenamos de palabras nuestras: sombrero, rabona, pared. Empezamos a jugar en la
vereda, en los patios, en invierno y verano, hasta que un día algunos de
nosotros, los que jugaban mejor, dejaron sus empleos y se dedicaron por
completo. ¡Y qué bien jugaban!
Era tan grande la belleza de sus movimientos que muchos
dejamos de jugar y nos pusimos a mirarlos. Armamos clubes sociales, construimos
tribunas de madera y de cemento, solamente para ver de cerca a los mejores de
cada barrio. Después organizamos torneos semanales, discutimos reglas y
elegimos colores para las camisetas. Éramos hombres, pero actuábamos como chicos
la mañana del seis de enero.
Y claro, los que habíamos nacido en un barrio queríamos que
el domingo ganaran los nuestros, y que los vecinos perdieran. Entonces le
incorporamos una variante al juego: mientras durase el partido, los que
mirábamos teníamos que cantar a coro y a los gritos. Y así lo hicimos.
¡Qué bien nos salía cantar! Pronto averiguamos que no solo
éramos buenos con el juguete, sino también mirando el juego. No habíamos
resultado espectadores tristes, como en otros continentes. Nosotros nos
involucrábamos, tirábamos kilos de papel picado para recibir a los nuestros y
componíamos canciones de aliento. «Sí sí señores / yo soy de Racing. / Sí sí
señores / de corazón». Nos divertíamos durante la semana inventando estrofas, y
hasta empezamos a componer otras, más picarescas, para fastidiar al vecino.
«River tenía un carrito / Boca se lo sacó / River salió llorando / Boca salió
campeón». Qué risa nos daba molestar a los vecinos.
Imagínense. Si el juguete ya era divertido en silencio, con
el contrapunto de las tribunas el pasatiempo se convirtió en un espectáculo
asombroso. Tanto, que venía gente de todo el mundo a conocer nuestra fiesta
popular, llena de papel picado y de cantitos. Empezamos a decirle «hinchar» a
la acción de fastidiar al rival con canciones picarescas. Y nos bautizamos a
nosotros mismos «hinchas», y al grupo enfervorizado de la tribuna le pusimos de
nombre «hinchada». Habíamos aprendido a vestir al juguete con accesorios.
Un día se hicieron tan numerosas las hinchadas, y tan
efusivas, que tuvimos que poner barras de fierro en las tribunas, a la altura
de la cadera, para no caernos en avalancha por culpa de la emoción. Más tarde
esa barra de metal sirvió para que el hincha con mejor garganta, subido a ella,
dirigiera el coro improvisado. Bautizamos a este hincha con el nombre de
«barrabrava», porque sus malabares eran de vértigo.
Nuestros mejores jugadores, que ya empezaban a jugar en
otros países, al debutar en el extranjero sentían un vacío: la emoción de las
tribunas no era igual. Todos sentados, nadie cantando. Muchos elegían volver al
club de su origen, incluso perdiendo fortunas, con tal de escuchar otra vez el
rumor de las hinchadas dirigidas por los barras. Fue entonces cuando nos empezó
a interesar más el accesorio que el juguete.
En esa época empezamos a exagerar la emoción que sentíamos.
Los hinchas, que hasta entonces caricaturizábamos pequeñas guerras ficticias,
olvidamos que actuábamos en chiste. Empezamos a llamarle «pasión» a nuestra
simpatía por un club.
Y los cantos se volvieron literales. «Corrieron para acá /
corrieron para allá / a todos esos putos los vamos a matar». A muchas empresas
esto les pareció muy rentable y reforzaron la idea de «pasión». La pasión del
encuentro. Todos unidos por una pasión. El juguete se había vuelto tan
importante como la vida. Era, incluso, un resumen de la vida.
Entonces, una tarde, dejamos de alentar a los jugadores y
empezamos a ser hinchas de nuestra propia pasión. «Pasan los años / pasan los
jugadores / la hinchada está presente / no para de alentar».
Mientras en el pasto ocurría el juego, las tribunas se
felicitaban a ellas mismas, y creímos sensato fundar periódicos, emisoras de
radio y canales de televisión que informaran durante las veinticuatro horas
sobre el juego, aunque el juego solo ocurriera una vez por semana. No nos
pareció excesivo. Porque de martes a sábados queríamos saber sobre las
hinchadas, sobre los barrabravas y sobre las pasiones.
Los periódicos le daban la misma importancia, en la portada,
a un conflicto entre hinchas que a la guerra de Medio Oriente. Y los
barrabravas empezaron a tener nombre y apellido en la prensa. Les sacaban
fotografías, se hablaba de ellos en las tertulias. Cuanto mayor era su salvajismo,
más grande su fama y su titular.
Los relatores del juego, que al inicio solo decían los
nombres de los jugadores por la radio, también empezaron a fingir emoción
exagerada en el relato. Durante los partidos gritaban los goles durante
cincuenta segundos en el micrófono, como poseídos, como si no hubiera nada más
importante en el universo, y después le pedían calma a las tribunas.
Nadie sabe cuándo fue, exactamente, que todo se fue al
carajo. Nadie recuerda cuándo murió el primero de los nuestros, ni a manos de
quién. Nadie sabe cómo algunos se hicieron dueños del juguete. Pero un día las
tribunas se convirtieron en campos de batalla. Y la prensa no hablaba de la
muerte de seres humanos, sino de la muerte de «hinchas de». Para alimentar la
pasión.
Los jugadores que triunfaban en el extranjero ya no
quisieron volver, y los dueños del juguete se llenaron los bolsillos sin
mejorarle el mecanismo. Hoy, cuando vamos a ver jugar a los nuestros, ya no hay
sombreros, ni rabonas, ni paredes. El pasto está alto y descuidado. Y pusieron
una manga de plástico para que los jugadores puedan entrar a la cancha sin
morir.
Teníamos un juguete. Era el más divertido del mundo. Todavía
no sabemos si fue un accidente, pero rompimos el juguete en mil pedazos. Lo
hicimos mierda.
Y lo más triste es que no sabemos jugar a otra cosa.
Fuente http://editorialorsai.com/blog/post
Fuente http://editorialorsai.com/blog/post
Hernán Casciari
Nombre de nacimiento: Hernán Casciari
Nacimiento:16 de marzo de 1971
Nacionalidad : Argentina
Ocupación: Periodista
Se le conoce por su
trabajo, por la unión entre literatura y weblog, destacado en la blogonovela.
Recibió el 1º Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), con
la obra 'Subir de espaldas la vida', y el premio Juan Rulfo (París, 1998), con
'Nosotros lavamos nuestra ropa sucia'. Desde el año 2000 está radicado en
Barcelona. En Argentina había trabajado como jefe de redacción de la revista La
Ventana, columnista en el Semanario Protagonistas y director del periódico El
Domingo.
Su obra más conocida
en la red, Weblog de una mujer gorda1 (ganadora del concurso de weblogs de la
cadena alemana Deutsche Welle), ha sido editada en papel, con el título Más
respeto, que soy tu madre (Plaza & Janés). También fue el artífice de
"El diario de Letizia Ortiz", contando los primeros meses de la vida
de Letizia Ortiz en primera persona desde el anuncio de su compromiso con el
heredero de la Corona de España.
En 2005 puso voz en
Internet al protagonista de la serie de TV 'Mi querido Klikowsky'. A fines del
mes de septiembre de 2006 se publicó en la Argentina y otros países de habla
hispana su novela "Diario de una mujer gorda", por parte de Editorial
Sudamericana. En septiembre de 2007 publicó su segundo libro, 'España,
perdiste', editado bajo el sello Plaza & Janés.
En 2007 inicia un
nuevo blog sobre series de televisión en la edición digital del diario El País.
Y en el 2008 empieza a colaborar semanalmente en el suplemento EP3, de El País,
y en el periódico argentino La Nación.
El año 2010 renuncia a
ambos periódicos por razones personales y comienza el proyecto de una revista
trimestral,2 llamada Orsai, de distribución mundial, carente de publicidad.
Dicha revista se vende a un precio equivalente a quince de los periódicos de
mayor circulación del país donde se adquiera. Para la primera edición, que
apareció en enero del 2011, vendió 10.080 ejemplares.3
Hernán Casciari en
Rosario. Taller de anécdotas mejoradas, 2014
En 2012, la revista
comienza a ser de distribución bimestral.
Desde 2012 tiene un
micro en radio Vorterix Rock de Buenos Aires en donde relata historias escritas
por él mismo.
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