Una insólita propuesta para acabar con la violencia que
empezaba a insinuarse en las canchas argentinas, lanzada por Panzeri desde las
páginas de El Gráfico en los albores de los '60.
Por Mariano Hamilton y Fabián Mauri
Se vivían momentos difíciles, cuándo no, en la Argentina de
1962. Arturo Frondizi que había ganado las elecciones con el peronismo
proscripto, gobernaba vigilado por los militares, divididos en azules y colorados. ¿Crispación?, se preguntarán
algunos con la mirada de hoy. No, gorilismo rabioso. En aquella Argentina, los
demócratas no le hacían asco a los golpes de Estado para derrocar presidentes.
Esas movidas eran moneda corriente, siempre perpetradas por militares que
representaban otros intereses, los de una parte minoritaria de la sociedad que
no estaba dispuesta a deponer sus privilegios.
En ese contexto, el mundo del fútbol estaba conmovido por la
aparición de incipientes hechos de violencia en las tribunas, en algo que bien
podríamos definir como los primeros palotes de lo que fue creciendo en forma
exponencial hasta llegar a la insostenible situación actual.
En medio de este menjunje estaba la revista El Gráfico,
dirigida por el mítico Dante Panzeri, a quien -más allá del bronce que hoy
recubre su recuerdo- bien se lo puede definir como un hombre de su tiempo, con
sus errores y contradicciones. Porque Panzeri era una suerte de justiciero que
no medía consecuencias a la hora de decir lo que pensaba. Era un periodista
comprometido con la transparencia del deporte y un fervoroso defensor del
amateurismo. Pero en esa defensa de las que él consideraba causas nobles,
Panzeri se convertía en un cruzado, en un moralista y, lo que es peor aún, en
un fanático que no medía los alcances de las soluciones que proponía.
Mientras la Argentina se preparaba para
defender en la 8ª Reunión de Cancilleres de Punta del Este la expulsión de Cuba
como miembro de la OEA y la administración de Frondizi era apretada como un
tomate por factores de poder económicos y militares, Panzeri lanzaba el 10 de
enero de 1962, desde la página editorial de El Gráfico, lo que llamó La Cruzada
Honoraria de la Decencia, que expresaba lo siguiente: “Si usted es de los que
quieren el orden, el respeto recíproco y la civilización del fútbol, mándenos
este cupón. Una vez reunidos los suficientes ‘soldados’ de la Cruzada Honoraria
de la Decencia elevaremos su ofrecimiento a la AFA y a la Policía Federal para
que sus servicios sean sanamente utilizados en bien del fútbol y del
espectáculo. Antes del 17 de febrero les diremos a la AFA y a la Policía: ¡Aquí
están los nombres de los 10 mil argentinos dispuestos a terminar con el caos
del fútbol! Ya no se podrá hablar de insuficiencia de medios para combatir el
delito”. Panzeri terminaba ofreciendo un cupón que los lectores debían
completar y enviar a la dirección de la revista y se comprometía a cruzar los
datos personales de los lectores dispuestos a participar con los archivos de la
Policía, para asegurar la falta total de antecedentes de los interesados en
integrar la cruzada moralizadora.
La curiosa propuesta era la conformación de un grupo
parapolicial. Eso sí, con un carnet que habilitaba a su poseedor a denunciar
ilícitos en las comisarías correspondientes, ya persuadidas de responder en
forma prioritaria ante los datos de inteligencia espontánea que aportaban los
“hinchas decentes”. Para insuflar el fervor militante, las páginas de la
revista estaban plagada de arengas como “Se necesitan 10 mil hinchas de paz”,
“Terminar con el botellazo, el insulto, lo obsceno y antihigiénico del fútbol
es contribuir a sanear el país”, “Las soluciones no deben llegar solamente del
Gobierno, la Policía o la AFA: también nosotros debemos darlas”, “Un domingo de
fútbol pacífico puede ser seis días de vida argentina placentera. Logrémoslo
desde la cancha de fútbol. Ayúdese usted mismo persiguiendo la delincuencia,
denunciando al energúmeno, haciéndolo detener”, “¿Usted prefiere no molestarse,
no discutir, ‘no meterse’ donde vea un delito y encontrarse algún día con el
delincuente en su casa? Si no es así, persiga al delincuente allí mismo donde empieza,
en la cancha de fútbol, en la calle, en el subte, en el tranvía, en el tren, en
la patota que sale del estadio a asaltar comercios, a destruir transportes
festejando una victoria o exteriorizando disgusto por una derrota”, “Frenemos
al caos antes que el caos termine con el orden”, “La batalla tiene un fácil
ganador, el bien, usted, los demás, todos”, “Antes de que las turbas acaben con
el orden, terminemos con las turbas” “Derrote al Mal” y ni se imaginan cuántas
otras frases por el estilo.
La propuesta se siguió fogoneando durante las sucesivas
ediciones de la revista, con mucha menos respuesta que la imaginada por
Panzeri, que pretendía llegar a las 10.000 firmas. La primera semana mandaron
su cupón 26 personas, y en la segunda llegaron a las 156 adhesiones. Cada
semana se duplicaba o triplicaba la apuesta y se arengaba con fervor religioso.
Mientras El Gráfico seguía agitando su cruzada, Frondizi se
vio obligado por presiones militares y de Estados Unidos a romper relaciones
con Cuba; moría radical Crisólogo Larralde y se oficializaba la fórmula
Framini-Anglada como candidatos justicialistas a gobernador y vice de la
Provincia de Buenos Aires, aunque desde el Ejército se anunciaba que no se
toleraría un triunfo peronista en las elecciones de medio término que se iban a
realizar el 18 de marzo. En síntesis: se vivían los últimos días de Frondizi.
El 14 de marzo Panzeri, enojadísimo, al tiempo que comenzaba
el campeonato, dio por terminada su cruzada. En el número 2214 de El Gráfico
publicó: “Hemos fracasado. Más de 20 millones de habitantes tiene el país.
Alrededor de quinientos mil son espectadores de fútbol. De ellos, solamente mil
cien apoyan esta cruzada”. Y cerraba su proyecto diciendo: “Por lo visto
prefieren darle la espalda al mal. ¿Seguir como estamos? ¡¡No!! No corresponde.
Pero duele pensar que somos ‘una ínfima minoría’. Por eso decimos: hemos
fracasado. ¿Nosotros? ¿El Gráfico? ¿Por qué no los argentinos?”.
Ése fue el final de La Cruzada Honoraria por la Decencia
promovida desde El Gráfico por Dante Panzeri, quien poco tiempo después
perdería su cargo de director, al negarse a cumplir una orden del dueño de la
revista, Constancio Vigil, de publicar una columna de opinión sobre un
Boca-River del entonces Ministro de Economía, el tristemente célebre Álvaro
Alsogaray. ¿Les suena?
Fuente revista Un Caño
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