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El equipo sufre la psicosis de los promedios. El juego
está en un segundo plano ante tanto temor y el fatalismo latente.
Hay un concepto de Dante Panzeri muy oportuno para el
momento de Independiente; incluso los que pierden entran a la cancha con la
conciencia de la victoria.
Sin embargo, muchas veces, la sugestión y el temor a
la derrota resultan determinantes.
A un equipo lo definen factores como la táctica, la
estrategia o bien las contingencias del juego... Pero es principalmente la
cabeza la que gobierna las tendencias grupales.
Sin una cabeza fuerte un equipo resulta permeable.
Termina siendo más propenso a subir con viento a favor y a caer con viento en
contra. Ver el partido frente a Unión para entender de qué se trata.
La mayor dificultad de Independiente es interna. Es la
propia psicología del equipo. Y es esa palabra molesta como omnipresente: el
descenso.
Independiente tiene una trayectoria de grandísimas
satisfacciones. Su historia está poblada de Copas. Por eso cada herida duele
más.
Y cada mensaje de desesperación contribuye a rellenar la psicosis.
Bajar
de categoría en el fútbol argentino se ha tornado algo cercano a la catástrofe.
No existe un manual para conducir en estos caminos
movedizos. Hay equipos curtidos, que parecen más duros para asumir la presión
de los promedios. Claro, no es el caso de Independiente.
El estilo, el sistema, la línea de tres, etcétera, son
ahora detalles menores. En un contexto de extrema paridad, solamente desnivela
la cabeza.
En muchos partidos, Independiente fue mejor que el rival.
Pero
perdió.
Hay algo que llama al fatalismo, que sobrevuela y empuja a la
derrota...
Al sumergirnos en los hechos puntuales, se puede decir
que no fueron casualidad los goles errados debajo del arco ni los penales
desperdiciados.
Aunque también habría que preguntarse qué grado de eficacia
tuvo Farías durante estos años o cuál había sido el verdadero nivel de
Montenegro.
El momento pide un líder. Ante tanto ruido, el jugador
queda desamparado.
El técnico que llegue por Gallego debe serenarse y de
serenar al plantel.
Quizá deba aparecer un gran sociólogo más que un
entrenador.
Alguien que sepa hablar, que le brinde paz al jugador. No es fácil.
Una cosa es razonar desde el escritorio y otra es meterse en la piel de los que
están adentro de la cancha.
En el fútbol resultan igual de peligrosos la
autocomplacencia y el fatalismo. El jugador necesita equilibrio. No debe
anticiparse a los hechos cuando todavía no sucedió nada.
En fin, Independiente tiene que enfocarse en el paso a
paso.
El desafío es pensar en la próxima acción. Porque es común mirar hacia el
horizonte. Y el horizonte está muy lejos.
Pero el Rojo todavía está a tiempo de
frenar este efecto cascada.
Fuente Olé
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