Por Matías Bustos Milla
Llegó de España y prefirió hablar con la prensa al igual
que sus compañeros. Su liderazgo se afirma.
Alcanza con esquivar un par de cabezas, gambetear una
docena de cámaras de televisión, pedirle permiso a veinte fotógrafos, correrles
sus lentes, sortear una valla y estirar el cuello sobre mil brazos con
micrófonos, grabadores y celulares para dar con él.
Y lo vale. Al final de esa aventura, ahí está Lionel
Messi, el jefe de la Selección Argentina.
El capitán.
El que llega a las 4 de la mañana al país, el que no
cruza la aduana del aeropuerto ni presenta papeles que le interesen a la AFIP
para salir de Ezeiza por la pista de aterrizaje.
Para irse a un hotel céntrico pero estar puntual en el
horario que fueron citados sus compañeros en el predio de la AFA. Messi no
falla.
Con dos horas de sueño pide entrenarse a la par del resto
pero recibe el único NO que hoy le devuelve el cuerpo técnico.
Luego exige: “No voy a dar una conferencia. Quiero hablar
como lo hace el resto del plantel”. El jefe de prensa de la Selección accede
sin medir las consecuencias.
A Messi no le importa. Habla, no sin antes quejarse por
el atril que le montaron como si fuera el presidente de la Nación.
Se ríe,
tímido. Cansado. Pero no se guarda ante las preguntas:
“Soy el capitán, tengo
que hablar. No los atendí en el aeropuerto pero tengo que hablar con el
periodismo” le asegura en la intimidad a quienes preferían que se vaya a dormir
un rato.
Y Messi dice: “Es verdad que me gustó cuando jugué con
dos delanteros y un poco más atrás, pero no es un tema mío, es un tema de
Alejandro (Sabella) que está a cargo del equipo y decide si tenemos que jugar
de una manera u otra”.
Lo marca al pasar. Antes, claro, lo comentó con el
técnico de la Selección, que piensa en incluir a Ezequiel Lavezzi para que Lio
se sienta cómodo con el esquema, aunque no tendrá a su amigo Sergio Agüero.
“Que no esté nos perjudica, es un jugador importantísimo para nosotros y a mi
también me gusta jugar con él”, resalta para contarle a todos quién es su
compañero preferido para jugar cerquita del área.
Messi no se parece a ningún otro líder. No es polémico
como en tiempos de Maradona, no calla como en épocas de Verón ni mueve piezas
de ajedrez como Riquelme.
Messi es el jefe del equipo porque el resto así también
lo siente.
Emergió solo, aunque todos igual lo ubiquen en esa
posición. Y es la voz de una Selección que según él
“Volvió a ilusionar a la gente. Ganamos varios partidos
seguidos, algo que no se hacía hace tiempo. Hace un tiempo dije que había que
contagiarlos y lo estamos logrando”.
El viernes, en Córdoba, el as del Barcelona volverá al
único lugar del país en el que recibió una ovación cuando las voces, en plena
Copa América, eran críticas.
Esa noche, tras el 3 a 0 ante Costa Rica, empezó su
liderazgo: apareció de la nada en la sala de conferencia de prensa y pidió un
micrófono.
“Simplemente quiero agradecer a la gente de Córdoba por el apoyo
hacia a mí y a todos. Me hacía falta este cariño”, lanzó sin que nadie le
preguntara.
Comenzaba su reinado. Ahora imagina “Un recibimiento espectacular
para el partido del viernes” y no se equivoca, porque en Córdoba habrá 57 mil
personas en el Mario Alberto Kempes.
¿Cómo hace para ser el líder?
Lo explica así:
“Siempre fui muy exigente conmigo mismo y eso me llevó a conseguir todo lo que
pude conseguir. Gracias a Dios no me hizo falta tener alguna responsabilidad
para exigirme al máximo. Tanto en los entrenamientos como en los partidos doy
todo y no es porque ahora sea el capitán”.
El propio Alejandro Sabella lo confirma en la intimidad.
“En todos los partidos, cuando faltan diez minutos, Alejandro le pregunta cómo
está físicamente. Nunca dice que está cansado y creo que jamás va a pedir el
cambio”, le cuenta a Clarín un integrante del cuerpo técnico.
“Tengo la suerte de estar en el Barcelona, donde tengo
grandísimos jugadores, y en la Selección, en donde están los mejores. Eso también
me hace ser mejor a mí”, dice con su humildad.
La de siempre, aunque ahora sea el jefe.
Fuente Clarín
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