Por Gustavo Lombardi
El gran entrenador italiano, como la mayoría de los
entrenadores, hace una interpretación distinta de la utilización de la
habilidad individual en relación al conjunto. Distinta a la que cualquier
espectador puede hacer al observar un partido de fútbol.
Distinta, incluso, a la interpretación que el mismo
jugador le puede dar a su propio talento.
“El jugador debe tener una idea de cómo funciona el
conjunto, y esa idea se la debe transmitir el entrenador. Un buen entrenador
transmitirá la idea general para que el jugador sepa dónde encaja. Cuál es su
contribución y qué relación tiene con los que debe interactuar”.
Este perfecto resumen de cómo un director técnico debe
ensamblar las piezas que conforman un equipo no lo hizo ningún “hombre de
fútbol”, sino que lleva la firma de
Antonio Damasio, un profesor de neurociencia de la Universidad de
California al que le bastó con analizar algunos partidos para identificar, tal
vez, el gran secreto de este deporte.
Ahora bien, el entrenador debe ser el que trasmite la
idea original, pero ésta sólo podrá ser llevada a cabo si del otro lado
encuentra un receptor que la interprete correctamente. Para que esto ocurra es
fundamental que el jugador posea y ejercite una habilidad muy poco entrenada en
el fútbol: la inteligencia.
El núcleo de esta nota trata sobre cómo jugadores de una
gran riqueza técnica, poseedores de un talento individual superior a la media,
reducen su capacidad real por una deficitaria interpretación del juego (errónea
toma de decisiones, un mal posicionamiento, etc.) y otros que, con menores
cualidades desde lo técnico, emparejan o superan sus propias limitaciones a
partir de un desarrollo en su inteligencia aplicada al juego.
El doctor Howard Gardner, director del Proyecto Zero y
profesor de psicología y ciencias de la educación en la Universidad de Harvard,
ha propuesto desde 1993 su teoría de las Inteligencias Múltiples. A través de
esta teoría, Gardner llegó a la conclusión de que la inteligencia no es algo
innato y fijo.
A partir de la investigación acerca del desarrollo del
progreso de aprendizaje, Gardner señala que no existe una sola inteligencia,
sino que existen siete: la lingüística-verbal, la lógica-matemática, la física-cinestésica,
la espacial, la musical, la interpersonal y la intrapersonal.
Llevando esta teoría al fútbol, observaremos que la
diferencia real entre unos y otros futbolistas radica en la forma en cómo cada
cual desarrolla cada una de esas inteligencias, en la intensidad y en la forma
en que recurren a éstas y en la manera en que las combinan para analizar,
ejecutar y solucionar las distintas dificultades que propone un partido de
fútbol.
La lingüística-verbal
La capacidad para usar palabras de manera efectiva. Esta
inteligencia incluye la habilidad del uso del lenguaje para convencer a otros a
tomar un determinado curso de acción. Aquellos jugadores que dentro de un campo
de juego influyen en propios y extraños mediante el uso de la palabra.
La lógico-matemática
La inteligencia lógico-matemática es la capacidad para
usar los números de manera efectiva y razonar adecuadamente. Esta inteligencia
incluye la sensibilidad a los esquemas y relaciones lógicas, las afirmaciones y
las proposiciones de tipo si hago… (causa), entonces… (efecto). Los jugadores
que poseen esta inteligencia desarrollada son aquellos que interpretan
fácilmente esquemas tácticos propios y rivales y las posibles variantes que
estos tengan durante el partido. Y, desde lo individual, saber interpretar
rápidamente antes de cada jugada la causa y el efecto a provocar.
La musical
Es la capacidad de percibir, discriminar, transformar y
expresar las formas musicales. Esta inteligencia incluye la sensibilidad al
ritmo, el tono y la melodía de una pieza musical. Muchos podrían pensar que
esta inteligencia poco tiene que ver con el fútbol. Todo lo contrario, negar
que el fútbol tiene diferentes tempos sería obtuso de nuestra parte. Mientras
que Bochini fue siempre un adagio, hoy Messi vive inmerso en un allegro
prestísimo.
La física-cinestésica
Es, tal vez, la inteligencia “futbolística” por
excelencia. Se la aprecia ya en los niños que se destacan en actividades
deportivas. Es la habilidad para usar el propio cuerpo para expresar ideas y sentimientos,
y sus particularidades de coordinación, equilibrio, destreza, fuerza,
flexibilidad y velocidad.
La inteligencia espacial
Es la habilidad para percibir de manera exacta el mundo
visual-espacial y de ejecutar transformaciones sobre esas percepciones. Esta
inteligencia incluye la sensibilidad al color, la línea, la forma, el espacio y
las relaciones que existen entre estos elementos. Incluye la capacidad de
visualizar, de representar de manera gráfica ideas visuales o espaciales. Para
muchos especialistas, el fútbol está entre las cinco tareas deportivas con
mayores exigencias visuales, entre las que se destacan la visión periférica, la
fijación, la capacidad de persecución o de seguimiento de movimientos, la
habilidad binocular de juzgar distancias relativas entre objetos y el tiempo de
reacción visual. Percibir entraña cierto saber acerca de las cosas observadas y
sentidas.
La inteligencia interpersonal
Es la capacidad de percibir y establecer distinciones en
los estados de ánimo, las intenciones, las motivaciones y los sentimientos de
otras personas. Esto puede incluir la sensibilidad a las expresiones faciales,
la voz y los gestos, la capacidad para discriminar entre diferentes clases de
señales interpersonales y la habilidad para responder de manera efectiva a
estas señales en la práctica (por ejemplo, influenciar a un grupo de personas a
seguir una cierta línea de acción). Esos jugadores que tienen la capacidad de
“leer” en el rival qué le está ocurriendo individualmente o como equipo tienen
una ventaja considerable al resto y les permite actuar en consecuencia en cada
momento de un partido.
La inteligencia intrapersonal
Es el conocimiento de uno mismo y la habilidad para
adaptar las propias maneras de actuar a partir de ese conocimiento. Esta
inteligencia incluye tener una imagen precisa de uno mismo (los propios poderes
y limitaciones), tener conciencia de los estados de ánimo interiores, las intenciones,
las motivaciones, los temperamentos y los deseos, y la capacidad para la
autodisciplina, la auto-comprensión y la autoestima. Es fundamental para todo
jugador reconocer cuáles son sus virtudes y limitaciones, desde lo técnico
hasta lo emocional, y poder trabajar sobre ello tratando de reducir el uso de
lo negativo y potenciar lo positivo. De nada sirven las virtudes, por más
excelsas que sean, si no sabemos “comprenderlas”.
En este fútbol súper profesionalizado de hoy existe una
gran obsesión por identificar qué factor de rendimiento tiene mayor injerencia
en el juego, ya sea en lo individual como en lo colectivo, y entre los
especialistas hay gran consenso en creer que el factor táctico-estratégico es
el más determinante.
Muchos señalan que las capacidades de anticipación e
interpretación son características diferenciadoras de un jugador que resuelve
de la mejor forma y en el menor tiempo posible una situación dentro del campo
de juego.
Por eso la inteligencia debe ser una habilidad ejercitada
a la par del entrenamiento tradicional, ya que permite seleccionar los
estímulos más relevantes, interpretarlos correctamente, procesar la información
y tomar la decisión más apropiada para cada momento.
El jugador inteligente es aquel que posee una ventaja frente
a los demás porque suele estar mejor situado y anticipa lo que va a suceder, de
manera que asume una posición favorable y se mueve antes que los rivales.
Por todo esto, sabemos entonces que no existe una
inteligencia general, sino un elenco múltiple de aspectos de la inteligencia,
algunos mucho más sensibles que otros a la modificación de estímulos adecuados.
Tal vez, en el futuro, dejaremos de escuchar frases como: “no es muy
inteligente, pero tiene una gran habilidad para jugar al fútbol…”, una afirmación
que desconoce que la inteligencia es
mucho más de lo que podemos ver u escuchar en una entrevista.
Muchas veces, por estas tierras, somos propensos a creer
que sólo con el talento podemos llegar a lo más alto. Pero sin inteligencia,
convencimiento y trabajo que complementen nuestra habilidad innata, será
difícil hacer la diferencia.
Como bien lo señala el escritor francés Michel
Houellebecq en su libro Las particulas elementales, “cierto cinismo tradicional en el estudio de
la historia humana tiende a presentar la ‘habilidad’ como un factor fundamental
para el éxito, mientras que en sí misma, sin la ayuda de una fuerte convicción,
es incapaz de provocar un cambio realmente decisivo”
Fuente Un Caño
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