El equipo sufrió mucho el 1-1 con Quilmes; nerviosismo,
impotencia, el fantasma de la barra, el fastidio con el árbitro Delfino y el
enojo de Gallego.
Por Francisco Schiavo
Las caras de los jugadores del Rojo lo dicen todo |
Emiliano Lasalvia - LA NACION
Independiente muestra chispa. Hay reacción en sus
músculos.
A veces parecen agarrotados, pero no se duermen en el hormigueo.
La
pregunta es si podrá contra tantos rivales.
Es cuestión de sacudirlos un poco.
Los empates ya no le sirven, pese al coraje con el que rescató el 1-1 con
Quilmes.
Los Rojos bracean y patalean contra muchos rivales.
Así se vuelve un
tumulto en el que todos pierden. El que lleva la camiseta distinta está
descontado, claro.
El dilema son aquellos que surgen por el solo hecho de estar
enrolados en la causa por la permanencia y que salen de sus mismas entrañas.
Aparecen de golpe, cuando abre una caja y el resorte empuja una careta que le
deja el pecho entre palpitaciones con eco. Los adversarios son tantos que, por
ahora, mientras no gana y acrecienta la racha negativa, no se da cuenta de cuál
ocuparse primero.
Tiene tiempo, tiene llama, pero la vela sigue acortándose.
Independiente juega contra su impotencia deportiva, sobre
todo en la elaboración del juego.
Quilmes lo superó durante buena parte y no
porque los Rojos no hayan corrido y trabado cada pelota con el corazón. Hoy,
seguramente, les dolerán las piernas después de tantos kilómetros sobre el
pasto (y la arena y los pozos por haber alquilado el estadio).
Queda claro que
no alcanzará sólo con empuje y voluntad. Hará falta más de esos toques cortos
que, por momentos, se hilvaron. Se precisará más del oportunismo de Ernesto
Farías y del temperamento de Julián Velázquez, que el viernes se bajó de un
avión con un pase a Italia frustrado, y de Cristian Tula, cuyo ligamento en una
rodilla amenaza con deshilacharse por un distensión.
Independiente jugó contra sus nervios.
De esa forma sólo
podrá explicarse que el bravo Claudio Morel Rodríguez haya ejecutado un lateral
en el que la pelota picó dentro del campo, no fue hacia ningún compañero y
salió afuera. Así se entenderá la imprudencia del joven Martín Benítez, en una
jugada sin trascendencia, que le valió la expulsión por una fuerte entrada
contra Joel Carli. Así entrará en algún contexto el enésimo pase errado por
Luciano Leguizamón; eso sin tener en cuenta un tiro que salió a unos 10 metros
del travesaño. Habrán jugado, en parte, los triunfos de Rafela, San Martín (San
Juan) y San Lorenzo.
Independiente jugó contra Américo Gallego. El envión
anímico que le dio su llegada se diluye en algunos gestos y reacciones del
entrenador. El Tolo es capaz de cambiarles la mentalidad a sus jugadores, como
ocurrió anoche en el entretiempo, y de irse expulsado entre gruñidos por los
mil y un ademanes frente a la decisiones del árbitro Germán Delfino. Les
contagia actitud, pero también ansiedad. Es el mismo que se presenta con la
palabra "campeón" en la mente y que dice estar "cansado" de
que le hablen del descenso. No hay enemigos imaginarios.
Curiosamente, suena
positivo darse cuenta a tiempo de la realidad para no caer en los mismos
errores que River, que jugó una temporada en la B Nacional, y que San Lorenzo,
que salvó la categoría en una sufrida Promoción con Instituto.
Independiente, aunque parezca mentira, jugó contra las
tribunas. Los oídos se pararon como antenas cuando, ni siquiera empezado el
partido, bajó de los escalones el "que esta tarde cueste lo que
cueste...". Hubo aliento y mucho, es cierto, pero también un clima
enrarecido que no podrá ocultarse.
La desconfianza está latente, a la espera de
cualquier boicot de la barra brava por la lucha que empezó el presidente Javier
Cantero, que les cortó los beneficios a los violentos.
Ellos sacan provecho del
mal momento del equipo y tratan de hacerse notar a cualquier costo. Como
anoche, cuando Quilmes estaba en ventaja y agitaban el alambrado o se subían a
él.
Los socios del aliento genuino reaccionaron. Algunos con silbidos y
cánticos moderados de repudio. Otros con el fastidio que jamás justificará las
palabras. "Pegale un tiro, la p... que te p...", se escuchó, cuando
la policía se puso cara a cara con varios de los exaltados.
De ellos, los jugadores, dependerá la continuidad en
primera. De su tranquilidad mientras sube el agua y de su puntería de cara al
arco. Cualquier otra reacción, de propios y extraños, será contraproducente.
Fuente La Nación
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