El Moncho volvió al Rojo tras 16 años para trabajar como ayudante de Falcioni y aún está golpeado por la muerte de Maradona, quien lo ayudó a transitar sus horas más difíciles.
“Él me salvó la vida sin saberlo”, contó. Una larga y cruda
charla con un hombre que conoció el cielo y el infierno, pero que sigue dando
pelea y tiene anécdotas imperdibles.
Pedro Monzón charló largo y tendido con Olé.
Hay que escucharlo con mucha atención a Pedro Damián Monzón. A los 58 años, el hombre que volvió a su casa para trabajar como ayudante de Julio Falcioni lleva con orgullo las cicatrices que la vida le dejó marcadas a fuego. La suya es una historia de superación y de lucha contra la adversidad. El Moncho salió de abajo, pero no fue en ese momento cuando experimentó el amargo sabor de la tristeza más profunda. El verdadero dolor lo conoció de grande, cuando cayó en picada después de haber escalado a lo más alto y de jugar una final del mundo, lo máximo a lo que puede aspirar un futbolista.
"Lo más duro no es cuando no tenés nada porque en ese
momento vos no conocés otra realidad. Lo que te pega más fuerte es cuando pasás
a tener todo y lo perdés", relata el ex defensor, al que la vida le dejó
muchas lecciones que hoy recita con la sapiencia que concede la experiencia.
Monzón no olvida y nunca reniega de sus humildes orígenes en Goya, el pueblo de
Corrientes en el que creció y forjó su temple. Ni siquiera cuando estuvo en lo más
alto perdió la humildad. Ahora defiende los colores de Independiente desde otro
rol y la gente se le acerca para pedirle fotos y autógrafos en el restaurante
de Avellaneda en el que concede esta entrevista. Volvieron los flashes, pero el
Moncho no se la cree ni por un segundo. "Yo disfruto de esto, siempre
peleé por esto. Me esforcé mucho desde muy chico para ser reconocido, para
ganarme un aplauso. Yo soñaba con eso. Y al principio, cuando arranqué en el
Rojo, escuché murmullos. Imaginate que después de Trossero y Villaverde, si me
ponían con la 6 en la espalda tenía que ser rubio y de ojos claros como ellos
para caer bien de entrada. Entonces ya empezábamos mal, jajaja", cuenta.
-Además la platea de Independiente siempre fue muy exigente
y complicada, ¿no?
-Claro. Yo siempre soñaba con ganarme un aplauso más cada
día. Nunca pensé que iba a ser ídolo. Y no lo soy tampoco. A mí me quiere mucha
gente en Independiente, socios, hinchas... Pero los ídolos son otros, los que
ganaron todo. Esos son mis ídolos también. ¿Sabés lo que fue para mí la primera
vez que entré a un vestuario con ellos? Yo venía de dormir todos los días en un
colchón abajo de la tribuna, en lo que era la vieja pensión del club. Y
recuerdo que iba a ver a los jugadores cuando entraban y salían del vestuario.
De a poco fuimos llegando los Clausen, Clara... Y después Merlini, Percudani,
el Luli Rios. Todos queríamos estar ahí adentro. Y cuando llegamos sabíamos que
teníamos que ser muy respetuosos. Los grandes nos enseñaron a cómo convivir en
un plantel. Nos protegían mucho, pero teníamos que hablar poco y escuchar
mucho.
-Vos arrancaste bien de abajo...
-Sí, yo en la vida arranqué de abajo. Nací en un lugar muy
humilde: en Goya, Corrientes. Ahí había que luchar día a día. Mis padres me
enseñaron a no robar, no matar, no hacerle daño a nadie a pesar de nuestra
humilde condición. Allá en Goya había que sobrevivir día a día.
-¿Y cómo hacías para sobrevivir?
-Hice de todo. Desde los ocho años vendía pan casero,
bolitas, papas fritas, helados. Me las rebuscaba. Desde los 11, cuando ya
estaba un poquito más grande y tenía más fuerza, pasé a ser peón de albañil.
Empecé a soñar cuando arranqué a jugar al fútbol en Huracán de Goya. Todavía me
hablo con mis compañeros de ese club, somos hermanos de la vida. Y estamos en
contacto. Yo era el que menos talento tenía, pero contaba con un espíritu más
fuerte: corría, metía, dejaba la vida. Iba de 10, de 9, de defensor, jugaba de
todo, pero no por ser bueno, sino por mi temperamento. Empecé a jugar de 2
porque en el año '73, mi mejor amigo, mi hermano, Víctor Hugo Furlán, se olvidó
la cédula de identidad en un Torneo Evita. Yo había ido a ver al equipo y me
pusieron a mí. Ahí comencé a ser defensor. La pobreza era tan grande que
empezamos a tener documentos gracias a esos torneos, para poder presentarnos.
Un día viajé a Buenos Aires a probarme en Independiente. Me probé con una
camiseta de Estudiantes a la que le faltaba una manga y sin botines, porque no
tenía plata para comprar nada. Y me vio Nito Veiga. Ni ropa tenía. A los 15
minutos me sacan del partido. Yo ya me estaba preguntando “¿para qué vine? En
un cuarto de hora se me fue el sueño de jugar en el Rojo. ¿Por qué no trabajé
más para comprarme los botines para no resbalarme tanto?”. Pensaba que estaba
afuera, pero Veiga me dijo “Andá a buscar el pase porque te quedás”. Yo no
tenía un peso para ir a Corrientes y él me pagó el viaje. En ese momento pasó
algo increíble: si arrancaba el campeonato, yo ya no podía fichar. No me daban
los tiempos. Por suerte llovió cuatro fines de semana seguidos y se
suspendieron los partidos hasta que pude firmar: me salvó la lluvia.
-¿Por qué no todos se acuerdan de su origen humilde cuando
llegan arriba?
-No sé, pero hay que tenerlo presente siempre, para seguir
luchando. No tenés que olvidarte de tu pasado. Y menos si cometiste errores.
-¿Qué fue lo que te motivó para seguir adelante en los
momentos más duros de tu vida, que fueron varios?
-El hecho de darles a mis hijos todo lo que yo no tuve en mi
infancia. Tengo ocho hijos: Jonathan, Braian, Kevin, Damiana, María Luz,
Florián, Azul María y Octavia. Siempre me esforcé por ellos, pero nunca se los
dije. En mi familia éramos pobres, pero jamás me faltó cariño. Después cometí
errores y me faltaron cosas, pero luché mucho para salir. Y eso siempre se los
digo a mis hijos. A ellos les cuento que cumplí el sueño de ser campeón del
mundo en Independiente y subcampeón en la Selección, pero también les cuento
que tuve momentos en los que estuve preso de una adicción. Yo quiero que lo
sepan. Y lo supieron desde chicos. Gracias a Dios dejé de consumir y estoy muy
bien. Hago lo imposible para administrar mi vida de la mejor manera, pero nunca
dejo de contar mi pasado. La vida es una lucha de supervivencia y superación.
Hubo momentos en los que no tenía ni para comprarme un libro y aprender a leer.
Cuando aprendí, eso también fue un triunfo.
-¿Qué fue lo que más te dolió no tener en tu infancia?
-¿Por qué decís que lo más duro es tener y después dejar de
tener?
-Mirá, yo tuve muchas casas y después viví en la calle. No
es que la plata me la quemé o la fumé yo: se las di a mis hijos. Y después su
madre no sé qué habrá hecho. Pasé de tener bastante dinero a no tener ni para
comer otra vez. Y en ese momento tampoco envidié a nadie. Lo único que siempre
me desveló fue ayudar a mis hijos. La satisfacción más grande que da la vida es
poder ayudar, aunque sea con la palabra. Yo tuve un millón de dólares y un
millón de amigos. Y cuando se me fue la plata se me fue el millón de amigos.
Pero en la vida todo pasa y lo lindo es poder contarlo. Doy las gracias todos
los días por seguir viviendo. Hoy estoy en Independiente, pero no me olvido que
dirigí Tristán Suárez, Platense, Chacarita, Flandria, San Martín de Tucumán o
Argentino de Quilmes. Hace muchos años que quería estar en el Rojo, pero nunca
deseé que le vaya mal para estar en el club que amo. Estoy muy agradecido a la
dirigencia y a Falcioni. Hoy me deja trabajar con mucha libertad, me da mucho
espacio. Y estoy aprendiendo también de él a pesar de que llevo 19 años
dirigiendo.
-La de Falcioni es también una historia de superación:
venció un cáncer.
-Sí, también, es cierto eso. Estoy contento acá, me siento
preparado para estar. Muy bien preparado. Dios me dio en este momento la
posibilidad de volver a Independiente tras 15 años. Ahora voy a demostrar con
trabajo.
-¿Cuándo y por qué decidiste tatuarte a Maradona?
-Este tatuaje es nuevo. Lo hice cuando Dios se llevó a
nuestro Dios. Hace mucho tiempo que tenía ganas de hacérmelo, con la imagen de
él en el Mundial 90. Me hubiese gustado que él pudiera verlo. ¿Pero quién iba a
pensar que él se iba a ir para arriba? Todos creíamos que Diego no se podía
morir. Era imposible pensarlo. Iba a salir, tenía que salir. Nadie se imaginó
esto. Si yo hubiese imaginado que le iba a pasar eso, no hubiese estado tan
arrepentido como estoy ahora...
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El tatuaje de Maradona que luce en su brazo derecho.
-¿De qué te arrepentís?
-Me arrepiento de no romper los portones para rescatar a
Diego. Muchas veces soñé y pensaba en irme solo, o con algunos que conozco, y
hacer eso. Porque encima sé que a él le hubiese gustado. Yo lo conocí muy bien,
y eso le hubiera encantado. Pero a veces uno necesita trabajar, llevar el pan a
la casa. ¿Y qué iban a decir de Monzón? Iban a decir que estaba loco de vuelta,
como dijeron cuando iba al para avalanchas a alentar a Independiente. Yo nunca
estuve loco. Yo era hincha del Rojo. Y si no jugaba, iba a la tribuna a
alentar. Esta vez pensé en el qué dirán. Por todas las cosas extrafutbolísticas
que viví, la gente te margina. Y a mí me cerraron las puertas muchísimo. En el
2000, cuando yo estaba mal, Don Julio Grondona me dignificó metiéndome en el
ruedo en el fútbol al darme trabajo. Él me dio la posibilidad de trabajar con
los más chiquitos de Arsenal. Recuerdo que algunos padres se sacaban fotos,
pero otros desconfiaban de mí. Pensaban: “¿Qué va a hacer este loco con los
chicos?”. Quizá no se daban cuenta que yo también era padre. Ese pequeño gran
gesto de Julio lo voy a recordar hasta la muerte.
-¿Maradona también te ayudó mucho?
-Sí, Diego me salvó la vida sin saberlo. Pero nunca me animé
a decirle que estaba pensando en suicidarme si él no venía. Me hice el
juramento de no decírselo. Yo no tenía nada. Pero nada, eh. Recuerdo que salí
de mi casa en Avellaneda y llamé a Diego desde un teléfono público. A la hora
estaba en mi casa. Le dije: “Tengo ganas de verte”. Y él me dijo: “¿Qué te
pasa?”. Al poco tiempo me golpeó la puerta. No lo podía creer. Él me salvó la
vida y ni se dio cuenta. Pero yo nunca le dije que estaba pensando en
suicidarme. Y después nunca más se lo quise decir, porque Diego me hubiese
agarrado a las piñas y yo no me hubiera animado a levantarle la mano a él. Se
iba a enojar mucho. Lo llevé y lo llevaré siempre en el corazón. Y ahora lo
llevo en la piel para siempre. Diego hizo muchas cosas por mucha gente, no sólo
por ex compañeros o jugadores...
-No tengas ninguna duda. Diego fue el hombre más famoso del
mundo, todos querían tocarlo y hablarle. Todos los que lo conocíamos decíamos “Qué
difícil es ser Maradona”. A mí me hubiese gustado ser Diego 10 minutos, pero
vivir así toda una vida es imposible. De último me hubiera gustado ser él
aunque sea un minuto en la cancha. Pero afuera, un día de Maradona era
inaguantable.
-¿Cómo fue compartir vestuario con él en el Mundial 90?
-Diego siempre trató a todos por igual. Era respetuoso,
ganador, motivador. Te hacía creer que eras el mejor defensor del mundo. Y te
lo hacía creer de verdad, eh. En el minuto antes de entrar a la cancha, te
hacía estallar la cabeza. Si el mejor te dice que vos sos el mejor, es
imposible que no te la creas. Era muy buen compañero. A mí también me tocó ser
compañero de Bochini, que era muy humilde. Un crack: nosotros sabíamos que
cuando él se iluminaba, ganábamos seguro.
-¿Qué te genera que Velasco, quien no vio jugar a Diego, se
lo haya tatuado en la espalda?
-Me pasa algo muy lindo cuando lo veo. Él y Pablo Hernández
lo tienen tatuado. Ellos no se dan cuenta de que yo los miro. Me genera orgullo
ver que lo quieran, porque yo a Diego lo amo con toda mi alma. Me trae mucha
felicidad. Los padres seguramente le hablan de Maradona. Diego es de todos, de
los grandes y los chicos, de los que lo vieron en vivo o por videos. Él era una
parte de los argentinos. Y es nuestro, no de los tanos o de otros. Bien
nuestro, no me jodan. Y te voy a contar una anécdota de Diego que nunca le dije
a nadie.
-A ver, cuente nomás...
-Un día estábamos en la concentración del Mundial '90, en
Trigoria. Yo compartía la habitación con el Patón Bauza. Al costado del predio
de la Roma, en el que estábamos, había una calle de 200 metros que no
transitaba nadie. Diego tenía estacionadas las dos Ferrari. Uno de sus
hermanos, Lalo o Hugo, fue a dar una vuelta con el auto por esa calle y los
carabinieri (NdeR: La policía italiana) le pidieron los documentos. Y se lo
querían llevar porque no los tenía. Al rato, desde el balcón de la habitación
vi que Maradona se estaba agarrando a trompadas con la policía. Entonces salté
desde ahí arriba, me tiré. Y fui a pelear con Diego, a las piñas mientras todos
dormían la siesta. Fui a morir con él. No sé si me pegaron o si cobré, pero
Diego, que terminó con un poco de sangre en la boca, me lo agradeció siempre.
Siempre me recordaba: “Vos viniste a pelear conmigo, Moncho”.
-Independiente es para mí un sentimiento enorme. Yo siento
amor, orgullo por haber vestido esta camiseta, por haber vivido abajo de la
tribuna y por ir a alentarlo a la popular. Todo lo que viví en Independiente
fue maravilloso. Ya hablé con muchos chicos y me escuchan bastante. Me gustaría
que el que se pone la camiseta del Rojo sienta orgullo por usarla. Eso es lo
que les pido. Y el que no lo sienta, que lo diga. Pero vos tenés que sentirlo,
porque Independiente es muy grande. En el '84 ganamos la última Libertadores y
seguimos siendo el Rey de Copas.
-¿Las nuevas camadas saben dónde están jugando y lo que
demanda esta camiseta?
-Yo creo que sí lo saben. Porque los padres, los tíos y los
abuelos les cuentan. Saben lo que es. Hace rato que Independiente no sale
campeón, anda con algunos problemas económicos. Hay que ayudarlo a salir. Yo
estoy acá para trabajar, para aportar soluciones. No quiero ser un problema
nunca para el club. Voy a pagar con trabajo. Y a agradecer con trabajo. Pero es
Falcioni el que decide quiénes van a salir a la cancha, cuáles van a ser los
cambios, el planteo. Yo estoy para aportar lo que esté a mi alcance y apoyar a
Julio en todo, porque lo conozco y sé que él quiere tomar las mejores
decisiones por el club. No sé si en el cuerpo técnico soy el dos, el tres o el
cuatro, pero si tengo que estar para alcanzarle la pelota o llevar un conito y
nada más, voy corriendo a alcanzar la pelota y pongo el conito.
-Vos tenés mucho sentido de pertenencia con Independiente.
¿Por qué tu hijo Florián se fue a jugar a Vélez y no al Rojo?
-Siempre me preguntan eso. La realidad es que a los 14 años
él me dijo que no quería correr con ningún tipo de ventaja por su apellido. Y
por eso se probó en Vélez. Él quiere hacer su camino, me lo dice siempre desde
muy chico. Y yo valoro eso. Pero siempre me marcó que en un futuro le
encantaría poder jugar en Independiente.
-A vos te tocó dirigir a Agüero y hoy te toca tener a
Velasco. Salvando las distancias, ¿les ves algunas similitudes?
-Sí, similitudes y diferencias. Nosotros tenemos que darle
herramientas para que se desenvuelva de la mejor manera posible. Pero también
hay que darle herramientas para que se maneja afuera de la cancha, porque si
antes se le arrimaban tres hoy se le arriman 10, mañana 100 y a fin de año se
le van a acercar 1.000.000. Yo le puedo hablar de la vida afuera y adentro de
la cancha.
-¿En ese interinato que tuviste en 2004 te vinieron a
apretar para que pierdas en la última fecha y que Newell's salga campeón?
-Sí, vinieron muy mal. Vino gente al predio de Domínico, de
muy mala manera. Yo no arrugué: les dije que a mí me iban a sacar muerto de la
cancha, que me iban a tener que matar. Gracias a Dios ese plantel salvó el
honor de Independiente. Y siempre se los voy a agradecer. No nos amedrentaron,
ni a ellos ni a mí. No nos asustaron con nada. Pero con nada, eh. El que quería
que pierda Independiente, no era de Independiente. Acá no hay que regalar nada.
Yo fui al frente afuera de la cancha y los jugadores adentro.
-¿Hay que endurecerlo a este Independiente? En el último
semestre dio la impresión de ser un equipo medio blando...
-Mirá, no es tan fácil juntar tantos chicos en un equipo por
necesidad, como le pasó al técnico anterior. A Pusineri se le fueron muchos
jugadores y le tocó bailar con la más fea. Él tuvo que hacer recambio. Y el
recambio fue mucho. No quedaba otra, sin menospreciar a los chicos, que juegan
bien y se lo merecieron. Pero les faltaba un poco más de acompañamiento. Debe
haber sido difícil para Pusineri vivir eso. Hoy están los mismos y hay que
armarse y jugar con esto, pero Julio tiene mucha experiencia y trabaja pensando
en que le vaya bien a Independiente y a los jugadores. Él va a armar el mejor
equipo que puede armar. Confío mucho en Julio porque sabe lo que hay que hacer.
Así como potenció y pulió a Agüero, hoy va a hacer lo mismo con Velasco. Julio
es un animal, trabaja sin parar: se queda tres horas y media abajo de la
lluvia, corre. Tiene un compromiso total. ¿Cómo no te la vas a jugar por él?
-¿Cómo es Velasco en las prácticas?
-Por ahora lo vimos poco, porque se trabajó mucho en lo
físico y en muchos movimientos tácticos. Falcioni quiere que el equipo aprenda
a jugar con línea de cinco, pero eso no quiere decir que va a jugar así: lo
hace para que el equipo se acostumbre a distintos sistemas. El técnico,
dependiendo del rival, va a adecuar el sistema. No hay que apurarse a decir que
va a jugar con cinco: él quiere que los jugadores se familiaricen con distintos
esquemas. Y algunos futbolistas se van a potenciar: Alan Franco va a ser un
jugador de Selección, ya te lo digo. Tiene muchas condiciones, se está
entrenando con muchas ganas. Hablamos de esto, él quiere volver a la Selección,
pero para eso primero la tiene que romper en Independiente. Y estoy seguro de
que va a jugar muy bien.
-En el último semestre Independiente cometió errores que
costaron goles por tratar de salir jugando siempre. Vos fuiste defensor, ¿eso
es algo que hay que cambiar?
-Te lo puedo contestar como defensor o como entrenador, pero
te lo voy a decir en palabras de Falcioni: “Ante la duda, se saca la pelota”.
Eso es lo que dijo Julio:
“Si das un buen pase lejos, mejor. Pero sacala. ¡Sa-ca-la!
Si querés apuntale al nueve o tratá de que llegue al otro arco”.
-¿Se va a ver un Independiente de pierna fuerte y templada,
como dice el himno del club?
-Este es un plantel con una gran capacidad física. Pero se
puede mezclar pierna fuerte con buen fútbol.
Independiente lo puede hacer. Estoy confiado de que los
chicos van a dar todo lo que esté a su alcance.
-La gente quiere un título después de una larga sequía. ¿Hay
material para pelear? ¿Alcanza con este plantel?
-Sí, porque en la cancha entramos 11 y tenemos la ventaja de
que jugamos con la camiseta de Independiente. No podés no pensar eso, no me
jodas.
-¿Hay que hacerle creer al jugador que es posible?
-Sí, por supuesto. ¿Cómo Independiente va a jugar un torneo
sólo para participar? No puede ser. Yo quiero que todo el mundo diga
“Independiente es el gran candidato”.
-Pero los jugadores últimamente le escapaban a la palabra
candidato, ¿no?
-Si yo fuera futbolista saldría a la calle con el pecho
inflado si dicen que soy el candidato. Me encantaría que la gente diga “ahí va
el candidato a ser campeón”. Sería hermoso que digan eso. Hay que hacerse
cargo, saber lo que representa la camiseta de Independiente. Yo quiero que
digan que somos candidatos. Siempre.
-Conociste y mucho a Pastoriza. ¿Qué le hubiera dicho el
Pato a este plantel?
-Eso mismo. Él y Nito Veiga nos enseñaron estas cosas, a
tener mentalidad ganadora. Nos metían en la cabeza que teníamos que ser
campeones. Dios quiera que los jugadores lo entiendan y se den cuenta de lo
lindo que es ser candidato.
-¿Qué te genera cuando pibes que no te vieron jugar te dicen
“Lo que pegaba el Moncho”?
-Me encanta que digan “Este pegaba como loco”. Me gusta
porque por lo menos se acuerdan de mí. Antes les decía: “Me pagaron 18 años de
contrato por pegar, mirá si hubiera jugado un poquito...”. En realidad, si
hubiera sido por jugar duraba sólo un año, jajaja.
Fuente Olé
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