El siguiente texto fue compartido por el autor en un chat
privado de un grupo de amigos hinchas de Independiente.
¿En qué momento se jodió Independiente?
No puedo evitar que la pregunta adopte, en mi cabeza, la
misma forma que propone Mario Vargas Llosa en una gran novela cuando uno de sus
protagonistas se pregunta “¿En qué momento se jodió el Perú, Zabalita?”
La estructura de la pregunta es, creo, inmejorable para lo
que ese personaje siente y piensa en ese momento. Es una pregunta hecha desde
el desconsuelo, desde la melancolía pero, sobre todo, desde la constatación de
que en algún momento del pasado nos extraviamos, nos perdimos, equivocamos el
camino y terminamos en el sitio equivocado o, al menos, en un sitio muy
distinto al que queríamos ir, pensábamos ir o, por qué no, merecíamos ir.
¿En qué momento se jodió Independiente?
Es una pregunta que me hago mucho, por no decir siempre. Es
una pregunta que me callo. Como mucho la dejo salir cuando conversamos con mi
hijo sobre el club, en algún momento de particular tristeza.
Desde hace unos cuantos años no hablo públicamente de
Independiente. Me limito a expresarme en la confianza de un círculo de amigos,
o en una conversación íntima con mis hijos, o en el anonimato de la tribuna,
donde lo que uno dice se mezcla con lo que dicen los demás, y uno solo escucha
a los cinco, siete o doce que tiene más cerca.
Son varias las razones que me han recomendado hacer
silencio. La principal, me parece, es el deseo de no discutir con gente que ama
al mismo club que yo. Mejor dicho, no quiero pelear, con gente que ama al mismo
club que yo. Es verdad que no toda discusión se transforma en una pelea. Pero
una discusión en la que uno no consigue ponerse de acuerdo lleva implícito un
alto riesgo de terminar en un nivel mayor de incomprensión que el que existía
al principio. Una complicación adicional es, me parece, el morbo ajeno. Una de
las cosas que me enseñó mi papá cuando era chico es que hay que tratar de no
darle “pasto a las fieras”, porque es peor. Tardé en entender a qué se refería
mi papá. Sobre todo porque me costaba imaginarme a las fieras comiendo pasto.
Pero al final creo que lo comprendí: Si te asustan, es peor que te vean
asustado. Si se burlan, es peor que te vean fuera de tus casillas. Si te
lastiman, es peor que te vean llorando. Porque tu miedo, tu enojo y tus
lágrimas son lo que buscan los que te atacan. Por eso es mejor que no lo
obtengan. O que no se enteren de que lo obtuvieron.
De hecho, ya es todo un motivo de alarma pensar qué pasa si
este texto cae en manos de gente que odia a Independiente, y que disfruta con
nuestro desasosiego. Supongo que la única precaución posible es no perder los
estribos. Tampoco redactarlo “para ellos”, en el sentido de querer dar a
entender que “acá no pasa nada”. Sí pasa. Pasa mucho. Y por eso esta vez,
además de pensarlo, lo escribo.
Pero lo escribo para nosotros. Los que amamos a
Independiente. Que los de afuera sean de palo. Pero como es para los de
adentro, y los de adentro somos muy distintos entre nosotros, y no vemos lo
mismo, ni pensamos lo mismo, ni vemos las mismas soluciones, voy a tratar de
hablar sólo de cosas que puedan representarnos a todos. Es difícil. Porque lo
que tenemos en común es lo que sentimos. No lo que pensamos. Sentimos un amor
enorme por Independiente. Pero en lo que pensamos no estamos de acuerdo en casi
nada. Y no está ni bien ni mal. Supongo que es inevitable. Nuestros corazones
laten igual. Pero nuestras cabezas piensan distinto.
¿En qué momento se jodió Independiente?
Creo que ni siquiera esa pregunta la vamos a contestar todos
de la misma manera. Es más, tal vez a una parte de nosotros le parezca que no,
que Independiente todavía no se jodió. Yo, con todo respeto, creo que sí nos
jodimos. Que en algún momento extraviamos el camino. Y que estamos en un lugar
muy distinto al que quisimos, deseamos, y merecimos.
Les comparto algo, que no sé si es propio de mi generación o
de mi casa. Yo soy de Independiente porque ese amor enorme, ese amor infinito,
me lo dio mi papá. Pero no sólo me dio la dimensión de ese amor. También me dio
la forma. El estilo de cómo querer a Independiente lo aprendí de él. Y ¿saben
qué? En ese amor por el Rojo la rivalidad con Racing no era una cuestión
central. Tengan en cuenta que yo empecé a mirar fútbol, con él, en los años 70.
Y los grandes rivales que mi papá me puso sobre la mesa eran River y Boca, en
la Argentina, y los brasileños y los uruguayos en la Copa. Por supuesto que me
enseñó que nuestro clásico era Racing. Pero la vara del desafío era dirimir con
los otros dos gigantes de la Argentina, y los gigantes del vecino gigante, cuál
era el sitio de Independiente. ¿Y saben por qué lo traigo a colación? Porque me
parece que en los últimos años hemos achicado nuestros horizontes. No pretendo
echarle tierra a los vecinos. No es mi estilo, ni mi intención. Estoy hablando
de otra cosa. Lo pongo en estos términos. Creo que Independiente se empezó a
joder, entre otros momentos, cuando empezamos a conformarnos con “salvar el
año” ganándole a Racing. Y cuando los cánticos de la hinchada (podríamos
ponernos a hablar del daño que nos ha hecho la cultura del “aguante”, pero se me
iría demasiado largo el texto) empezaron a tomarlos como manida referencia
perpetua.
Me detengo acá, con cierta precaución. ¿Me dio lo mismo que
el papelón de este domingo de febrero lo hayamos hecho frente a Racing que
frente a otro equipo? Por supuesto que no. Por supuesto que siempre quiero
ganar el clásico, y que me encanta llevarles un montón de partidos en el
historial y bla-bla-bla. Pero estoy -intento estar- hablando de otra cosa.
Creo que ponernos a la altura de Racing fue una conducta
defensiva. Cuando nos empezamos a joder, cuando nos seguimos jodiendo, cuando
nos jodimos del todo, esos rivales que mi papá me señalaba empezaron a
escapársenos. Nuestros pergaminos empezaron a amarillear. Nuestras estadísticas
a torcerse. Con nuestros logros y nuestros rivales cada vez más lejos,
empezamos a mirar a dos cuadras como para seguir sintiéndonos mejores. ¿Está
bien? ¿Está mal? No tengo ninguna autoridad para decidirlo.
Pero pensemos cómo trabaja ahora nuestra cabeza. Supongamos
que ayer el equipo hacía gala de un mínimo de fútbol y de hombría y ganaba el
partido, por simple peso numérico. La alegría, las cargadas, la paternidad,
tendrían la virtud de distraernos.
Distraernos de lo que todos sabemos: que ni futbolística ni
institucionalmente estamos en buenas condiciones, ni siquiera en regulares
condiciones.
No creo que esté mal que nos alegremos cuando ganamos los
clásicos. Creo que está mal que nos conformemos con eso. Que esa alegría
barrial nos tape nuestra decadencia nacional y continental. Que esos sí eran
nuestros merecidos marcos de referencia.
Me leo y me mando en cana solo. Evoco nuestras imágenes de
ayer y me parece absolutamente imposible remontar la cuesta, encontrar el
camino, retomar la senda en el lugar en el que nos jodimos. Somos un desastre y
un equipo apenas correcto nos gana con nueve jugadores, además del morbo
consiguiente y subsiguiente. ¿Y en medio de semejante papelón yo vengo a decir
que tenemos que tener claro que nuestro desafío es pelear el podio con River y
con Boca, y con los brasileños en el continente? Sí. Vengo a decir eso.
No sé si podremos hacerlo. Ni sé cuál es el camino para
conseguirlo. Pero hay un camino que estoy seguro que es el equivocado: tomar
como expectativa esa estupidez chiquita chiquita de que “en el barrio mando
yo”.
Y repito: no es que no me guste mandar en el barrio. Pero
tengo que disputar el liderazgo en el país, no en el barrio.
¿En qué momento se jodió Independiente?
Me permito ensayar una respuesta que me viene con forma de
cantito de cancha. Una que se cantaba mucho en los 90, con la música de
Tuta-tuta de los Decadentes. “Ya tenemos quince copas, todos los años damos la
vuelta”. Seguro que unos cuantos se la acuerdan.
Era cierto. O casi, porque los cantitos siempre exageran un
poco. Se cantaba bastante en el 94, en el 95, cuando metimos unos cuantos
títulos juntos. Claro, nos sentíamos reconfortados porque no pegábamos
consagración desde el del equipo de Solari, en el 88-89. Y claro, habían pasado
5 años de sequía. Y cinco años nos parecían un montón. Y eran un montón.
¿En qué momento se jodió Independiente?
Mi respuesta personal, y por lo tanto incompleta, parcial y
probablemente inexacta, es que fue a mediados de los 90. Precisamente después
de esa última racha de títulos hechos con nuestro ADN. Precisamente en una
época en que los parámetros económicos del fútbol empezaron a cambiar mucho.
Pero no quiero aburrirlos más de lo que ya debo haberlos aburrido, aventurando
hipótesis. En todo caso, si nos cruzamos en una vereda, o en una tribuna, o en
un asado, la seguimos.
¿En qué momento se jodió Independiente?
Vuelvo a mi papá. Espero que sepan disculpar. Ese que me
leía los diarios cuando hablaban del Rojo. Me acuerdo de una nota que me leyó
alborozado, una vez, en plena década del 70. No hablaba de Bochini, ni de
Bertoni, ni del Chivo, ni de Pastoriza. ¿Saben cuál era el titular?
“Independiente es un banco”. Suena poco heroico, ¿no? Era un reportaje a un
jugador. No me acuerdo a quién. Ni siquiera sé si era famoso. Pero comentaba
que jugar en Independiente era tratar con el club más serio de la Argentina.
Por eso, en una época en la que la clase media todavía confiaba en el progreso,
y en ahorrar, veía que un banco era un lugar bueno y prestigioso. Mi papá me
explicó lo que significaba. “Mirá, tipito, dice eso porque tenemos muy buenos
dirigentes. Son honrados, y cuidan mucho la plata del club. Y por eso todos
quieren venir a jugar a Independiente.”
Ahí lo entendí. Y asumí, porque me lo estaba explicando mi
papá, que tener dirigentes honestos e inteligentes era tan importante como
tener al Bocha y tener a Bertoni (mis ídolos absolutos, de más está
recordárselo).
¿En qué momento se jodió Independiente?
Yo creo que cuando dejamos de tener esos dirigentes. Cuando
dejamos de ser ese banco donde se cuidaba cada peso, y cada peso que se gastaba
se rendía, y cada peso que se gastaba se hacía valer.
¿Existen, entre los millones de hinchas y los miles y miles
de socias y socios de Independiente gente capacitada como para emular a esos
dirigentes? Tienen que existir. Somos tantos que tiene que haber gente así de
inteligente, y así de honrada. Y necesitamos las dos cosas. Urgentemente, las
necesitamos. Es un club tan grande que no nos alcanza con una sola de las dos
condiciones.
Me encantaría poder decirles “yo confío en tal persona” o
“confío en tal otra”, para tratar de sacarla del anonimato. Pero no las
conozco. Y además, votando dirigentes no soy ninguna maravilla, se los aseguro.
Voté, convencido, a Comparada. Voté, convencido, a Cantero. No voté a Moyano,
pero con mis anteriores “decisiones” creo que les muestro que no tengo ni idea.
Pero tiene que haber. Tienen que aparecer. Y como para evitar cualquier
suspicacia: jamás me atrevería a postularme para ningún cargo en Independiente.
No tendría ni idea de lo que hay que hacer. Y necesitamos personas que sí
sepan. Imperiosamente las necesitamos.
¿En qué momento se jodió Independiente?
No lo sé. Y es posible que sus respuestas difieran de las
mías. Y también sus posibles soluciones. Pero aunque me duela hablarlo entre
nosotros, y aunque me de vergüenza que este monólogo termine ofreciendo un
festín a quienes disfrutan nuestras tristezas, lo quería compartir con ustedes,
diablos y diablas.
Somos enormes. Pero estamos jodidos.
Tenemos una historia fenomenal y centenaria. Pero estamos
jodidos.
Espero no haber ofendido a ningún hincha de bien con este
largo texto. Si lo hice, disculpas desde ya. Cada vez que uno dice algo corre
ese riesgo. Y por eso no hablo. Para no ofender a nadie. Ni a pacientes ni a
impacientes, ni a viejos ni a jóvenes, ni a aplaudidores ni a estrictos, ni a
optimistas ni a melancólicos.
Lo que tenemos en común es un enorme, gigantesco y
desinteresado amor por el Club Atlético Independiente. Pero con el amor no
alcanza para volver a ponernos de pie. Y ojo, que no nos derribó un partido
pésimo jugado sin carácter y perdido de manera humillante contra tu rival
clásico. Hace mucho, hace años, que estamos extraviados. Y seguiremos jodidos
hasta que no encontremos esas personas capaces de conducir al orgullo nacional.
Sería lindo encontrar alguna frase rotunda para cerrar este
texto de manera optimista, emotiva, profunda o vaya a saber qué. Sería lindo,
pero no creo que sea momento de frases emotivas, ni profundas, ni mucho menos
optimistas. Estamos jodidos desde hace años. Y nadie va a sacarnos de acá.
Salvo nosotros.
Abrazo rojo. Eduardo Sacheri, vía Orgullo Rojo.
Fuente Infierno Rojo
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