Por Eduardo Verona
Enfocado como el gran responsable de la caída de la
Selección en Rusia 2018, Jorge Sampaoli quedó instalado como un entrenador sin
conocimientos y sin respuestas. El ambiente del fútbol argentino pide su
reemplazo inmediato como es habitual en estas circunstancias. El error más
significativo del técnico fue despersonalizarse para ganar la aprobación de
Messi. La subjetividad invadida. Y la contradicción haciendo su juego
¿Jorge Sampaoli demostró durante el desarrollo de Rusia 2018
que no sabía ni donde estaba parado? La pregunta casi en tono de sentencia
fulminante es la que se terminó imponiendo en el ambiente del fútbol argentino
durante el transito mundialista y más aún luego del colapso en octavos de final
ante Francia.
Quedó Sampaoli como un verdadero improvisado o una especie
de paracaidista virtual que se apropió de la Selección después de la salida de
Edgardo Bauza hace poco más de un año. ¿Pero es así? ¿Sampaoli arribó a la
Selección sin antecedentes, sin recursos, sin conocimientos y sin ninguna
respuesta valiosa que lo avalara?
Hoy, de cara a la presión mediática que le exige una
renuncia sin dilaciones (tiene contrato por cuatro años más y una cláusula de
rescisión posterior a la Copa de América del año que viene que se realizará en
Brasil), el entrenador argentino está solo en la madrugada y en el medio de un
baile al que no fue ni invitado. Elegido por la aldea global como el gran y
único responsable del fracaso de la Selección en Rusia, solo faltaría que
también lo responsabilizaran por el aumento descontrolado que viene
experimentando el dólar en lo que va de 2018.
Este nivel de facilismo brutal y exacerbado por la derrota
no es un episodio que alguien desconozca. Es más; forma parte del folklore
reaccionario que se pone arriba de la mesa para que lo consuman las distintas
audiencias, rehenes del discurso dominante que hace tabla rasa con todo lo que
encuentra a su paso.
No es que pretendemos exculpar a Sampaoli para ubicarlo en
un rol de víctima. No lo fue ni lo es. Pero tampoco es un protagonista
excluyente de la frustración futbolística argentina. La Selección fue un equipo
livianito y frágil porque también fueron livianitos y frágiles los jugadores en
las circunstancias decisivas.
Ese tono insustancial y light de la Selección que solo
pareció evaporarse cuando se le ganó 2-1 a Nigeria, se expresó con claridad
absoluta en el cruce frente a Francia, cuando después de estar 2-1 arriba en el
arranque del segundo tiempo, en apenas 11 minutos le convirtieron tres goles y
la eliminaron.
Si no quedan dudas que Sampaoli falló como estratega, los
jugadores con Messi a la cabeza (Mascherano pudo haber sido una excepción),
también fallaron al momento de jugar a la altura de lo que el compromiso
demandaba. La falla, en definitiva, fue colectiva. Abrazó a todos. Y por
supuesto esa estrella mundial que es Messi, tampoco reivindicó en la cancha sus
antecedentes de jugador genial. Fue, en general, uno más, salvo el golazo que
le clavó a Nigeria.
Entre tantas deudas se manifestó además una potente sensación:
apenas asumió, Sampaoli quedó subordinado al pensamiento no revelado de Messi.
Como quedaron en mayor o menor medida todos los técnicos de la Selección que lo
dirigieron desde Alemania 2006 en adelante. Esta dependencia y actitud siempre
complaciente con la mirada de Messi que parece ser inexpresiva pero quizás en
privado no lo es tanto, en lugar de fortalecer a Sampaoli, lo expuso y lo
debilitó por completo.
Y sobre todo lo expuso y lo debilitó ante el plantel.
Declarar como declaró Sampaoli que “está será la Selección de Messi”, no fue
otra cosa que un acto de resignada sumisión no exigida. Fue demasiado lejos
Sampaoli en su necesidad de ser aprobado en su totalidad por Messi.
Y Messi, como ya ocurrió en anteriores experiencias con la
camiseta argentina, en situaciones determinantes, no logró rescatar al equipo
ni se rescató él. Cayó sin atenuantes. La caída de Sampaoli entra en ese
contexto. Creyó que poniéndose al costado e incluso detrás de Messi, podía
encontrar un refugio que no era tal.
Se equivocó como se equivocaron otros en distintas
dimensiones. Y se despersonalizó hasta perderse en laberintos propios y ajenos.
En este plano conceptual también fue un mal estratega.
¿Lo mareó la Selección? Nadie puede elaborar una certeza a
favor o en contra. Lo irrefutable es que, sin pausas, se dejó invadir la
subjetividad. Y cuando eso ocurre, la contradicción nunca ausente se hace un
festín.
Fuente Diario Popular
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