Por Eduardo Verona
Se derrumbó Independiente desde el 1-0 que padeció en
Avellaneda frente a Santa Fe de Colombia. A partir de allí lo asaltaron al
equipo y al entrenador inseguridades y desconciertos que se precipitaron en la
eliminación sin grandeza en Bogotá y en la caída del último domingo ante
Aldosivi. Mauricio Pellegrino ahora tiene que trascender la adversidad y mostrar
una determinación futbolística acorde a las expectativas.
Hasta el primer partido ante Independiente Santa Fe,
disputado el jueves 22 de octubre en Avellaneda, Mauricio Pellegrino era un
crack. O un técnico fenomenal. Por esa vereda tan particular y exitista
caminaban los elogios para el entrenador de Independiente. La derrota por 1-0
en una noche que marcó un antes y un después en la relación del Ruso Rodríguez
con los hinchas, comenzó a abrirle la puerta a otro panorama.
En la revancha en El Campín de Bogotá, el 1-1 solo sirvió
para dejar a Independiente fuera de la Copa Sudamericana. Y se desató lo que
suele desatarse cuando se construyen ilusiones que terminan en grandes
frustraciones.
El último domingo, la derrota por 1-0 frente a Aldosivi apuró el pesimismo.
Y Pellegrino, calificado por el ambiente como un estratega frío y certero que había llegado a Independiente para acomodar un tablero futbolístico que se venía en banda bajo la conducción de Jorge Almirón, seguramente advirtió lo que todos advierten: el crédito que tenía a partir de los buenos resultados que había conquistado el equipo quedó en suspenso.
El último domingo, la derrota por 1-0 frente a Aldosivi apuró el pesimismo.
Y Pellegrino, calificado por el ambiente como un estratega frío y certero que había llegado a Independiente para acomodar un tablero futbolístico que se venía en banda bajo la conducción de Jorge Almirón, seguramente advirtió lo que todos advierten: el crédito que tenía a partir de los buenos resultados que había conquistado el equipo quedó en suspenso.
Hoy, a Pellegrino lo atienden sin sutilezas desde varios
sectores que le critican sus decisiones y sus planteos. La realidad es que el
equipo se cayó delatando su fragilidad estructural. Hace unos días ese mismo
equipo no estaba en ninguna cumbre, pero denunciaba algunas mejorías evidentes.
Y parecía que estaba en condiciones de dar un pequeño salto de calidad. No ocurrió. Todo lo contrario. Lo asaltaron todas las dudas y todas las incertidumbres.
Y parecía que estaba en condiciones de dar un pequeño salto de calidad. No ocurrió. Todo lo contrario. Lo asaltaron todas las dudas y todas las incertidumbres.
¿Qué le pasó? Ante una adversidad (aquella derrota 1-0 ante
los colombianos), el equipo se derrumbó. Perdió seguridad, soltura,
tranquilidad. Y a Pellegrino lo acompañó un exceso de prudencia para
interpretar los momentos y las necesidades. Esa prudencia excesiva se trasladó
al planteo insustancial y tibio del equipo en Avellaneda y en Bogotá.
Habría que considerar para no sorprenderse que la naturaleza de Pellegrino nunca fue compatible con las grandes audacias.
Habría que considerar para no sorprenderse que la naturaleza de Pellegrino nunca fue compatible con las grandes audacias.
Es un técnico moderado, austero, calculador, cuidadoso,
detallista. Este perfil no es ni bueno ni malo.
Claro, según como se mire.
Mientras el equipo iba dando pasos positivos, en especial en las dos victorias 3-0 ante Racing y River, daba señales que podía esperarse algo más para liberar una cuota mayor de agresividad futbolística.
Claro, según como se mire.
Mientras el equipo iba dando pasos positivos, en especial en las dos victorias 3-0 ante Racing y River, daba señales que podía esperarse algo más para liberar una cuota mayor de agresividad futbolística.
Sin embargo ese análisis pecó de un error fundamental:
Pellegrino no está perfilado para beberse los vientos.
E Independiente, ya en cuartos de final de la Copa Sudamericana, precisaba disponer de una determinación superior para imponerle condiciones taxativas al equipo colombiano. No lo hizo. Esperó demasiado.
Esperar no es refugiarse en el fondo. Esperar es no tomar decididamente la iniciativa. Ni de local ni de visitante. Esperar es ver que pasa. Hasta que las cosas pasan. Es jugar más con el pie en el freno que en el acelerador.
E Independiente, ya en cuartos de final de la Copa Sudamericana, precisaba disponer de una determinación superior para imponerle condiciones taxativas al equipo colombiano. No lo hizo. Esperó demasiado.
Esperar no es refugiarse en el fondo. Esperar es no tomar decididamente la iniciativa. Ni de local ni de visitante. Esperar es ver que pasa. Hasta que las cosas pasan. Es jugar más con el pie en el freno que en el acelerador.
Y no funcionó. Dejó hacer al rival. Dejó pensar al
adversario. Y se debilitó en los resultados y en los desarrollos. Faltó lo que
no debe faltar en instancias definitorias: una presencia dominante. La
presencia es lo que se transmite. Lo que contagia. Lo que se irradia. Aún no
jugando bien. Aún en la desprolijidad. Aún en el torbellino, que no significa
desorden ni desorganización. Es la polenta bien entendida.
Fue manso Independiente a jugarse las fichas. También había
ido manso a enfrentar a Lanús por la Copa Argentina cuando perdió 2-0. Después,
la caída inexpresiva frente a Aldosivi en Mar del Plata, lo expuso aún más. Y
lo mostró vacío. Despojado de cualquier fortaleza anímica o futbolística.
Entregado.
Pellegrino no es un fenómeno como anticipaban algunos
oportunistas infaltables en virtud del crecimiento que había expresado el
equipo, ni tampoco es un desastre como lo califican aquellos a los que las
derrotas los interpelan mal. Es un entrenador con poco pasado (dirigió al
Valencia y a Estudiantes) que recién está construyendo su carrera. Por
supuesto, ya muestra sus características. Sus lecturas del juego. Y sus
búsquedas tacticistas. Todo eso junto es nada más que un punto de partida. Solo
un punto de partida.
Ahora tiene por delante el gran desafío de trascender la
adversidad. Ahí se ve más que nunca la muñeca y la dimensión real de un
técnico. Y esto no se logra con más táctica, más entrenamientos, más videos o
más concentraciones. Está vinculado a la capacidad para transmitir una convicción
bien firme. Con más o menos juego. Pero con una fuerza expresiva que en el
fútbol de todos los tiempos tiene un concepto muy claro: ir al frente en serio.
Que no es suicidarse como dicen los eternos pacatos del fútbol. Suicidarse es
estar subordinado a los movimientos del otro.
Depende, en definitiva, de la autonomía de vuelo de
Independiente.
Y de la autonomía de vuelo de Pellegrino.
Y de la autonomía de vuelo de Pellegrino.
Fuente Diario Popular
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