Benítez volverá a pisar su tierra ante Crucero. El pibe,
quien hoy la rompe, no olvida su difícil pasado en Posadas.
Martín, que está en su mejor momento, repasa sus orígenes en
el club La Picada.
Por Favio Verona
En su casa la plata a veces no alcanzaba para llegar a fin
de mes. Martín Benítez sabe lo que es sufrir la pobreza. La padeció durante su
infancia en Posadas, donde varias veces tuvo que recurrir al mate cocido o al
té para engañar a su estómago y combatir el hambre. Sus padres, Alfredo y
Norma, siempre hicieron todo lo que estaba a su alcance para que tanto a él
como a sus hermanos, Cristian, Noelia, Mariel y Dana, no les faltara el pan en
la mesa. Pero sus esfuerzos no siempre alcanzaron. “Sufrí mucho en esa época,
los problemas que puedo llegar a tener hoy no existen en comparación a los de
antes”, le contó Benítez a Olé .
Las cosas cambiaron. Con seis goles y varias asistencias en
los 17 partidos que jugó con Pellegrino, se transformó en un engranaje
fundamental de un equipo que aspira a ganar la Sudamericana o, como mínimo,
conseguir el boleto para jugar la Libertadores. A los 21 años, el pibe cumplió
con su primera misión: despojarse del cartel de promesa para comenzar a
convertirse en realidad. Mañana, cuando el Rojo visite a Crucero en Garupá, un
pueblo situado a 17 kilómetros de la capital de Misiones, el atacante jugará,
por primera vez desde su debut, en la tierra colorada que fue testigo de sus
primeros pasos: “Estoy muy feliz de ir a mi provincia. Voy a ser local: tengo
muchos amigos, conozco la cancha y el clima cálido. Y me formé jugando en el
tipo de césped que hay allá. No podemos relajarnos si queremos entrar a la
Liguilla”.
Ramón Díaz lo hizo debutar un 19 de noviembre del 2011, en
una victoria por 3 a 0 frente a Olimpo en el Libertadores de América. Rambert,
quien hoy dirige a Crucero, estaba como ayudante.
Además de sus padres y sus cuatro hermanos, en Posadas vive
su tío Leopoldo, quien le enseñó a jugar al fútbol. “Cuando comencé en el club
La Picada, ni siquiera tenía zapatillas para entrenar. Jugaba con un par de
botines destrozados que arreglaba con cinta adhesiva. En ese momento no me
importaba nada, lo único que quería era jugar. Mis padres, con lo poco que
tenían, siempre trataron de ayudarme”, relató Benítez. A pesar de sus botines
destartalados, el juvenil la rompía en la canchita del club de su barrio. En
alguna oportunidad, Boca fue a buscar jugadores a Posadas y le prometieron que
lo iban a llamar para ficharlo, aunque pasaron varios meses y el teléfono nunca
sonó. “Eso me golpeó, me deprimí”, recordó el punta. Fue en ese momento cuando
su tío se comunicó con Pancho Sá y le consiguió una prueba en el Rojo. Con 13
años, comenzó jugando en la Octava: “Fue duro, veía a mis padres cada seis
meses porque no tenían plata para viajar a Buenos Aires. Sufrí mucho, pero mi
tío fue mi sostén. Varias veces pensé en largar todo, pero él me convenció de
que mi futuro era éste. Valió la pena seguir”.
Hoy, Benítez disfruta los frutos de su siembra, pero asegura
que el recuerdo de su pasado en Misiones es lo que lo impulsa: “No me olvido de
cuando tenía que salir con mis hermanas a vender moras para ganar unos pesos y
colaborar con nuestros papás. Me costó mucho llegar hasta acá, pero más allá de
los goles, mi mayor satisfacción es poder ayudar a mi familia”.
Fuente Olé
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