viernes, 7 de noviembre de 2014

Jugar para irse







Por Eduardo Verona



El ambiente del fútbol argentino naturalizó las partidas de los jugadores al exterior como circunstancias irremediables. Mientras esos jugadores se están formando, actúan acá; pero cuando se afirman y crecen, se van.

Protagonistas, representantes, intermediarios y no pocos dirigentes, felices de la vida; mientras los hinchas se quedan mirando el techo.



En varias oportunidades, el Flaco Menotti, con cierto aire de resignación, supo comentar: “Ahora los entrenadores parece que trabajáramos para los representantes y los intermediarios que hay en el fútbol.
Por distintas circunstancias potenciamos a un jugador para que después ese jugador sea transferido y hay que volver a potenciar a otro para que en un tiempo también sea transferido y los equipos se terminan desarmando permanentemente.
Nosotros, en definitiva, laburamos para que otros ganen mucho dinero”.



Esa observación de Menotti es de vieja data, pero expresa una realidad incuestionable. Jugador que crece, jugador que se va. O pretende irse. O los representantes, intermediarios y en muchos casos dirigentes, mueven cielo y tierra para que emigre en operaciones y triangulaciones sospechadísimas.

¿Qué les queda a los hinchas? Mirar lo que pasa. Y esperar a que aparezca otro jugador que vuelva a repetir la historia del que ya se fue.



Es realmente desalentador ser hincha de algún club en el fútbol argentino. La lógica institucionalizada es bancar al jugador en el club en la medida en que no se destaque. Cuando se destaca, negociarlo.

Por citar un caso entre tantos otros casos similares: Federico Mancuello explotó en Independiente no hace más de tres o cuatro meses. Es el goleador y la figura del equipo. Antes de este momento, Mancuello languidecía como un jugador polifuncional y voluntarioso, pero muy desordenado e impreciso para manejar la pelota. Y sus respuestas mediocres dentro de la cancha precipitaron que Independiente lo cediera a préstamo durante una temporada a Belgrano de Córdoba.



Volvió Mancuello a Independiente con las pequeñas luces y las grandes sombras de siempre. Hasta que su fútbol evolucionó de manera inesperada y notable bajo la conducción de Jorge Almirón. Si fue Almirón el que potenció a Mancuello o si es todo mérito exclusivo de Mancuello esta versión de volante con pegada, recursos ofensivos y gol, no es la cuestión esencial. Lo central es que ahora que juega bien, después de haber rendido en un nivel discreto durante varios años (debutó en Primera en diciembre de 2008 ante Arsenal), según las leyes no escritas, Mancuello debería partir al exterior como una especie de imposición tácita e irrevocable producto de su crecimiento. Irse en lo posible en calidad de jugador libre, según los ideales del negocio globalizado y rehén de los fondos buitre del fútbol que florecen en todas partes.



Esta dinámica tan particular el fútbol argentino la naturaliza desde hace varios años, como si fuera una lógica imposible de cuestionar.

Mancuello, por supuesto, no deja de ser un caso testigo que representa a decenas o a cientos de casos parecidos más cercanos o más lejanos. El no es responsable de ser considerado un objeto de consumo. El medio y los medios lo ubican en ese rol (deseado por los protagonistas) que hoy ostenta: jugador en la vidriera para los clubes del exterior. 

Así pasó con Manuel Lanzini (hoy en Al-Jazira).  También con Luciano Vietto (Villarreal), Rodrigo De Paul (Valencia), Luis Fariña (Deportivo La Coruña ), Ricardo Centurión (fue al Génova y luego de 8 meses regresó a Racing) y Angel Correa (Atlético de Madrid); por citar solo algunos ejemplos que van en la misma dirección.



El guión de la película que interpretan los jugadores jóvenes con posibilidades de ser transferidos o colocados en Europa o en cualquier otra geografía, no es original. Todos los que frecuentan el fútbol conocen su desarrollo desde el arranque hasta el final. Los únicos que se quedan con las manos vacías son los hinchas. Ven la versión incipiente del jugador que se proyecta y cuando se proyectó, ya se fue en búsqueda de mejores mercados económicos. No importa cuales.

El destino de Lanzini (21 años) lo ratifica. De salir campeón con River en el primer semestre de 2014, pasó a la liga del fútbol árabe del Golfo Pérsico. Su pase demandó, desde una lectura oficial, una inversión de Al-Jazira de 10 millones de dólares.



River reemplazó a Lanzini con la llegada de Leo Pisculichi. Y le salió bien la operación, aunque cambió a un jugador de 21años por uno de 30. Desde la dirigencia de River afirmarán que salieron ganando, que van tapando agujeros, que van equilibrando el enorme desequilibrio que dejaron otros. El guión de la película tampoco es original. 

Mancuello, meses más, meses menos, se irá al exterior en el marco de una operación con demasiadas particularidades y datos ocultos o como jugador libre.

La dirigencia de Independiente liderada por Hugo Moyano, hará lo que pueda hacer en estos casos: poco y nada.



Algunos hinchas dirán que es lo que corresponde.

Que el negocio no puede cortarse nunca.

Y que hoy el fútbol no puede dejar de pensarse como un show business a escala planetaria.

Otros hinchas, en cambio, se sentirán defraudados.

Son los que bancan al fútbol argentino en la cancha, en la TV y en los medios. Y son los que persiguen una ilusión. Los inocentes de toda inocencia. Los que pierden siempre.  







Fuente Diario Popular

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