En el predio del club América, para que el plantel tuvieran
dónde dormir hubo que improvisar cuatro habitaciones precarias en una vieja y
lejana construcción; los detalles de las increíbles experiencias que, entre
otros, atravesaron Bilardo, Passarella y Valdano
Andrés Eliceche
Los periodistas esperan para ingresar en la concentración
del América. Foto: LA NACION / Antonio Montano
Es de noche. Un grupo de hombres camina medio a tientas
después de haber cenado en el comedor principal del club América. Algunos
eligieron vermicelli al ajo y otros prefirieron pollo a la portuguesa; como
postre unos quisieron frutas, un par se inclinó por el helado y no faltaron los
que pidieron flan. Pero hay algo que ahora iguala a estos seis muchachos que
emprenden la retirada sin linternas por un amplio y sombrío espacio verde: son
los desterrados, los parias, los confinados a dormir en "la isla".
Aunque, las cosas por su nombre, se llamen Daniel Passarella,Jorge
Valdano,Oscar Ruggeri,José Luis Brown,Marcelo Trobbiani y Sergio Almirón.
La historia parece extraída de un libro de anécdotas del
Mundial de Uruguay en 1930, el primero de la historia, al que algunas
selecciones llegaron después de viajar durante semanas en barco desde Europa.
Pero es de 1986, cuando la vida ya era en colores, y forma parte de los puntos
que se fueron uniendo con trazo firme para construir el esqueleto la selección
argentina que se consagraría en el estadio Azteca el 29 de junio.
El sinuoso camino hacia Villa Coapa
Todo había empezado muchos meses antes, cuando Carlos
Bilardo buscaba el lugar ideal del Distrito Federal de México donde alojar a
sus jugadores durante el torneo. Y fue su amistad con el Zurdo López, el
argentino entonces entrenador del América, la llave que había abierto la
ventana del arreglo. Pero el entendimiento no resultó sencillo: para conseguir
el aprobado había que superar varios filtros. El campo de entrenamiento
-propiedad de Televisa, el holding de medios más grande del país- tenía
comodidades suficientes nada más que para 16 futbolistas y el cuerpo técnico:
¿dónde meterían a los otros 6 jugadores que formaban parte de la lista?
Bilardo con Almirón. Foto: LA NACION / Antonio
Montano
Fue la mano de Guillermo Cañedo, presidente del Comité
Organizador del Mundial y ex presidente del América, la que aceleró las
gestiones para que se realizaran las obras necesarias y la selección pudiera
instalarse en ese complejo deportivo ubicado en Villa Coapa, hacia el sureste
de la ciudad. El último gesto debía venir de Emilio Diez Barroso, máxima
autoridad del club en ese momento. Y aquí hay un apartado para esa zona
grisácea entre lo nunca confirmado pero nunca enteramente desmentido: Diez
Barroso habría puesto como condición que Bilardo incluyera en la lista al
arquero Héctor Miguel Zelada, con pasado en Rosario Central pero olvidado en
Argentina. En cambio, Zelada era un héroe del América: tricampeón nacional con
el equipo y debilidad del presidente. Si, como registra ese mismo lado B de la
gesta de México, Bilardo y Julio Grondona aceptaron de inmediato -lo que
supondría dejar fuera al Pato Fillol, nada menos-, también forma parte de la
opacidad. Lo real es que Zelada fue el tercer arquero del plantel, Fillol se
quedó en Buenos Aires y la selección vivió 40 días en el predio del club más
popular de Mèxico. Cartón lleno.
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El predio del América era pródigo en hectáreas, pero no
tanto en comunicaciones. Los habitantes de la isla no tenían cómo paliar una
urgencia: en ese lugar que recordarán por siempre no había teléfonos. En
realidad, en toda la concentración había apenas uno, y conseguir turno para
hablar no era sencillo. "Se respetaban los horarios asignados, para
organizarnos", recordó Fernando Signorini, el preparador físico personal
de Maradona, en el libro El partido, escrito por Andrés Burgo (editorial
Tusquets), que reconstruye el Argentina-Inglaterra del 22 de junio. Para hablar
había que tener fichas, que se compraban en la secretaría del club, de lunes a
viernes.
Dormir en Alcatraz
Para resolver el problema de las camas faltantes, se
improvisaron cuatro habitaciones en un sector posterior del predio. Se trataba
de una construcción que, aun hoy, los protagonistas no terminan de nombrar de
la misma manera. Para Brown era "un galpón"; para Ruggeri, "un
quincho"; para Roberto Molina -masajista del plantel-, "una vieja
cancha de básquet"; y para Bilardo, que también se alojó allí, era
sencillamente "Alcatraz", según escribió en su libro Así ganamos. La
comparación suena adecuada: igual que esa famosa porción de la bahía de San
Francisco, el lugar estaba aislado, a unos 200 metros de donde el resto del
plantel disfrutaba de un televisor color por habitación.
Las comodidades no alcanzaban para aspirar a mostrar
"la isla" en una revista de diseño, precisamente. Había un solo baño
para las cuatro habitaciones, las camas eran tan cortas que los más altos
debieron agregar un cajón para que los pies no sobresalieran y la lluvia, que cuando
llegaba era de madrugada, hacía estragos si el viento movía las chapas del
improvisado techo. No era raro que, en medio de la noche, los jugadores se
levantaran para mover esas chapas y así evitar mojarse.
El mensaje que mandó Bilardo al hacer la lista de quiénes
vivirían allí salió bien: si Passarella -estaba a punto de pasar de la
Fiorentina al Inter- y Valdano -jugaba en Real Madrid- aceptaron sin chistar,
¿qué esfuerzo podían guardarse los demás? La estadía del Kaiser fue la más
corta: una extraña enfermedad -sobre cuyo origen se agrega cada tanto una nueva
versión, en las que no suelen faltar teorías de conspiraciones internas- lo
sacó del plantel muy rápido y tuvo que seguir el Mundial desde un hospital.
En su rol de panelista televisivo, Ruggeri contó hace un par
de años en El show del fútbol (América TV) una anécdota que ilustró bien la
dimensión de dónde habían estado: "El baño tenía una hendija. Algunas
veces Trobbiani se sentaba en el indoro y charlaba conmigo, que lo escuchaba
desde afuera". Tampoco había espacio para los secretos cuando estaban
acostados: las divisiones entre las habitaciones estaban hechas con tabiques de
madera.
Las parejas se armaron fácil: "En una pieza estábamos
Daniel (Passarella) y yo, en otra Ruggeri y Almirón, en otra Valdano y
Trobbiani y en la cuarta, Bilardo, solo, porque decía que el técnico tenía que
predicar con el ejemplo y estar en el peor lugar", le contó Tata Brown a
la revista El Gráfico en 2011. La teoría de Ruggeri de que el lugar había sido
un quincho se apoya en un indicio con aroma a brasas: en la habitación de Brown
y Passarella había una parrilla.
La dupla más dispar era la de Valdano y Trobbiani, que en
común tenían ser santafecinos y haberse enfrentado en el fútbol español. Poco
más: "Él tenía como trescientos libros; yo, ninguno. El Poeta se mandaba
unos discursos bárbaros en las charlas grupales. Yo lo dejaba, lo dejaba. Y
cuando volvíamos a la pieza le preguntaba: '¿Qué carajos dijiste,
Jorge?'", recordó Trobbiani, en uno de los aniversarios del título
mundial. Ese que el paso del tiempo se empeña en seguir agrandando con detalles
inverosímiles.
Fuente Cancha Llena




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