Foto Prensa Oficial
Por Ramiro Santinelli
El fanatismo por un equipo de fútbol es una enfermedad
incurable. Te lastima, te come por dentro y te obliga a cometer locuras. Te
hace perder la razón, la objetividad, te cambia el humor y le resta importancia
al resto de las cosas. Te condiciona.
Es una patología que, en contraparte, te
llena el alma, que te regala las más grandes alegrías y te llena de orgullo.
Te
convence de entregarte a pleno por tu pasión.
Te da un fin por el cual
levantarte cada mañana, te endulza los días y -simplemente- te hace bien.
Todo
eso, lo positivo y lo negativo, la felicidad y el sufrimiento, todo, es lo que
me provocó Independiente en los últimos años de mi vida.
Un día pasó lo que nunca creí que pasaría. Lo que siempre me
dijeron que no le podía pasar a Independiente. Nos descuidamos, nos dejamos
estar y te juro, Rojo, que me rompiste el corazón. El odio será eterno para
quienes nos llevaron al fondo del mar. Para los que nos hicieron sufrir, para
los que nos cagaron un año y mancharon la historia del Rey de Copas. Para los
que nos arrancaron las más dolorosas lágrimas. La tristeza fue inconcebible
pero si algo sé en esta vida es que de los errores se aprende y que cuando
tocas fondo solo te queda tomar impulso y salir a flote.
El retorno se consiguió y ese dolor se guardó bien adentro.
Se escondió en lo más profundo, en las fibras más internas, esperando salir a
la luz el día que, en un desahogo único, viera a mi Independiente campeón. Y
ese momento finalmente llegó. Me quebré desde el momento exacto en que vi al
juez colombiano finalizar el partido.
“Se terminó”, pensé. Se terminó esta
época de mierda, estos tiempos de conformismo, de ver festejar a otros, esta
era de promesas incumplidas. Soñé con esto en cada minuto de los últimos cuatro
años. Moría por liberar esa angustia. Daba todo por sentir algo de toda esa
gloria que este club supo tener.
Si me preguntás si tanto dolor valió la pena, no podría
responder. Realmente no lo sé. Sólo puedo decir que aquel sufrimiento fue
inversamente proporcional a la felicidad que me atraviesa hoy. Puedo decir que
la emoción perdura aún en el momento en el que estoy escribiendo estas líneas.
Que fui a nuestra sede a festejar y en más de un momento me frené para ver a mi
alrededor, para tomar consciencia de lo que estaba pasando; para mirar a la
cara a mis amigos, jóvenes como yo, que también vivieron las más pálidas. La
alegría todavía me brota por los poros. Veo camisetas rojas por todos lados y
las sonrisas van de una oreja a la otra.
Me siento orgulloso de haberme bancado todo lo que me
banqué. De haber amado estos colores en las malas, en las peores. Me siento
honrado por los jugadores que me representan, que juegan un fútbol bárbaro y se
entregan al máximo por esta camiseta.
Estaré eternamente agradecido al
Profesor, al creador de este sueño; al hombre que nos devolvió la mística y
puso de pie a este club maravilloso. Este día nunca será olvidado. Siempre
recordaré las lágrimas que me provocaron.
¡Salud, campeones! Pasaron a la
historia del club más lindo del universo y mi consejo es simple: quédense, que
esto recién empieza.
Fuente De la Cuna al Infierno
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