Carl DE SOUZA / AFP
Por Eduardo Verona
No influyó el microclima adverso del Maracaná.
Independiente, fiel a su estirpe histórica, supo manejar los ritmos del partido
decisivo frente al Flamengo y coronó su superioridad individual y colectiva
conquistando por segunda vez la Copa Sudamericana.
El valor agregado (de la
mística siempre reivindicada) para interpretar las necesidades. El perfil
ascendente y templado del equipo que conduce Ariel Holan.
“Los de afuera son de palo”, dijo aquella tarde de domingo
Obdulio Varela, alentando la consagración mundialista de Uruguay en 1950,
cuando el Maracaná superó los 200.000 espectadores. Uruguay ese 16 de julio de
hace 67 años venció a Brasil 2-1 y produjo el inolvidable milagro del
Maracanazo.
"Los de afuera son de palo", dijo Ariel Holan en
la previa de la final por la Copa Sudamericana frente al Flamengo en un
Maracaná siempre inmortal, mágico y legendario. No ganó Independiente.
Empató 1-1 y nadie podría hablar de milagro. Estaba en la
superficie que podía capitular Flamengo, aunque una semana atrás en Avellaneda,
en aquella derrota por 2-1, había demostrado ser un equipo más interesante de
lo que terminó siendo el miércoles 13 de diciembre de 2017 en Río de Janeiro.
Si en 1950 los de afuera fueron de palo, en el 2017 se
repitió la historia. Porque siempre los de afuera son de palo en la medida en
que exista una gran determinación. O una gran autonomía para bancarse y superar
los microclimas desfavorables. Tuvo eso que se necesita Independiente para
trascender algunos malos presagios. Reveló personalidad el equipo. Convicción
para jugar el partido sin subordinarse a los ritmos del adversario. Y madurez
futbolística para entender cómo debía interpretar los 90 minutos.
No parece ser verso la lectura y la influencia de la
mística.
Que en Independiente nació y se proyectó desde la primera Copa
Libertadores que conquistó el lejano 12 de agosto de 1964, cuando se impuso en
la final a Nacional de Montevideo.
Ese mojón fundacional nunca se quebró, más
allá de todas las dificultades o adversidades circunstanciales.
Siguió Independiente dejándose capturar por el perfume de
aquella mística copera. Que se extendió en numerosas consagraciones
internacionales.
Este eslabón en el Maracaná, que fue más pleno que aquel
eslabón de 1995 cuando ganó la Supercopa también ante el Flamengo aún cosechando
una caída por 1-0 después de conseguir una victoria en Avellaneda por 2-0,
quizás expresa la vigencia existencial de algo imposible de definir en pocas
palabras.
Pero que, sin lugar a dudas, está presente. Conservó
Independiente el valor agregado que fueron naturalizando otras generaciones de
jugadores. Porque así se desempeñó en el Maracaná. Con una fortaleza anímica de
alto impacto. Con una presencia nunca débil. Con un contenido que Flamengo en
ningún momento logró neutralizar. Aunque durante algunos minutos haya estado
1-0 arriba, aprovechando una pelota parada.
Venimos destacando de Independiente un perfil muy aguerrido.
Ese perfil volvió a ponerlo en primer plano en el Maracaná. Y lo sintió el Fla.
Lo vio. Lo comprobó. Lo padeció en carne propia, en definitiva.
Estas cosas se transmiten. O se irradian. Independiente
logró proyectarlo. Sin sobreactuaciones innecesarias.Sin tumulto. Sin
patoteadas tribuneras. El equipo fue a ganar el partido al Maracaná. No con
palabras. Con hechos.
Esta actitud quedó en evidencia en el mismo arranque del
encuentro. No salió a aguantar. Salió a proponer. Y lo esterilizó al Fla. Lo
ahogó. Y lo desnudó en algo vital: su impotencia para manejar el desarrollo del
partido. Lo sugestivo es que Independiente no cumplió una producción
superlativa. No la rompió. Pero tuvo lo que no abunda en este tipo de
compromisos decisivos en condición de visitante: sacó chapa. Y mostró esa chapa
de equipo pesado. De equipo que no lo van a llevar por delante. De equipo que
sabe dar respuestas cuando tiene la pelota y cuando tiene que ir a recuperarla.
Por eso no hay desniveles individuales en Independiente. No
hay estrellas ni hay jugadores que se caigan. Denuncia una imagen compacta. En
el frente más joven (Bustos, Franco, Benítez, Barco, Meza) y en el otro frente
que acredita mayores experiencias: Campaña, Amorebieta, Tagliafico, Rodríguez,
Domingo, Sanchez, Miño y Gigliotti, entre otros.
Cuando Barco clavó el empate de penal a 10 minutos del
cierre del primer tiempo, pareció que Independiente ya había radiografiado el
partido. Y aunque la expectativa por el resultado final nunca decayó, controló
al Fla. Y hasta tuvo chances clarísimas para liquidar cualquier horizonte de
duda.
En especial, con aquella estupenda jugada de Gigliotti a la
que Barco no le dio la última puntada porque seguramente creyó que estaba
adelantando, aunque no lo estuviera.
No tuvo aire ni ideas Flamengo para quemarle los libros a
Independiente. Fue inferior. Producto también de las virtudes del rival. De la
certeza de Independiente para calibrar los tiempos del partido. Como si tuviera
mayores horas de vuelo el equipo. Como si encontrara algo de todo lo que
supieron recoger otros protagonistas que vistieron la camiseta Roja. Por el
temple afinado para jugar la final. Por esa música que fue de menor a mayor. Y
hasta por el reencuentro no forzado con los pliegues de aquella mística siempre
reivindicada.
Levantó otra Copa Independiente reconfigurando un gran
regreso. Volverá el año que viene a disputar la Copa Libertadores. El desafío
no cambió. Cambiaron los nombres propios. El Maracaná fue el testigo de la
nueva y vieja versión de Independiente. Habrá que seguirle los pasos.
De lo que
no quedan dudas es que no habrá indiferencias.
Aunque como dijo en los 50,
Obdulio Varela, “los de afuera son de palo”.
Fuente Diario Popular
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