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sábado, 16 de diciembre de 2017

El nuevo y viejo Independiente - Por Eduardo Verona


Carl DE SOUZA / AFP

Por Eduardo Verona

No influyó el microclima adverso del Maracaná. 

Independiente, fiel a su estirpe histórica, supo manejar los ritmos del partido decisivo frente al Flamengo y coronó su superioridad individual y colectiva conquistando por segunda vez la Copa Sudamericana.

El valor agregado (de la mística siempre reivindicada) para interpretar las necesidades. El perfil ascendente y templado del equipo que conduce Ariel Holan.

“Los de afuera son de palo”, dijo aquella tarde de domingo Obdulio Varela, alentando la consagración mundialista de Uruguay en 1950, cuando el Maracaná superó los 200.000 espectadores. Uruguay ese 16 de julio de hace 67 años venció a Brasil 2-1 y produjo el inolvidable milagro del Maracanazo.

"Los de afuera son de palo", dijo Ariel Holan en la previa de la final por la Copa Sudamericana frente al Flamengo en un Maracaná siempre inmortal, mágico y legendario. No ganó Independiente.

Empató 1-1 y nadie podría hablar de milagro. Estaba en la superficie que podía capitular Flamengo, aunque una semana atrás en Avellaneda, en aquella derrota por 2-1, había demostrado ser un equipo más interesante de lo que terminó siendo el miércoles 13 de diciembre de 2017 en Río de Janeiro.

Si en 1950 los de afuera fueron de palo, en el 2017 se repitió la historia. Porque siempre los de afuera son de palo en la medida en que exista una gran determinación. O una gran autonomía para bancarse y superar los microclimas desfavorables. Tuvo eso que se necesita Independiente para trascender algunos malos presagios. Reveló personalidad el equipo. Convicción para jugar el partido sin subordinarse a los ritmos del adversario. Y madurez futbolística para entender cómo debía interpretar los 90 minutos.

No parece ser verso la lectura y la influencia de la mística. 

Que en Independiente nació y se proyectó desde la primera Copa Libertadores que conquistó el lejano 12 de agosto de 1964, cuando se impuso en la final a Nacional de Montevideo.

Ese mojón fundacional nunca se quebró, más allá de todas las dificultades o adversidades circunstanciales.

Siguió Independiente dejándose capturar por el perfume de aquella mística copera. Que se extendió en numerosas consagraciones internacionales.

Este eslabón en el Maracaná, que fue más pleno que aquel eslabón de 1995 cuando ganó la Supercopa también ante el Flamengo aún cosechando una caída por 1-0 después de conseguir una victoria en Avellaneda por 2-0, quizás expresa la vigencia existencial de algo imposible de definir en pocas palabras.

Pero que, sin lugar a dudas, está presente. Conservó Independiente el valor agregado que fueron naturalizando otras generaciones de jugadores. Porque así se desempeñó en el Maracaná. Con una fortaleza anímica de alto impacto. Con una presencia nunca débil. Con un contenido que Flamengo en ningún momento logró neutralizar. Aunque durante algunos minutos haya estado 1-0 arriba, aprovechando una pelota parada.

Venimos destacando de Independiente un perfil muy aguerrido. Ese perfil volvió a ponerlo en primer plano en el Maracaná. Y lo sintió el Fla. Lo vio. Lo comprobó. Lo padeció en carne propia, en definitiva.

Estas cosas se transmiten. O se irradian. Independiente logró proyectarlo. Sin sobreactuaciones innecesarias.Sin tumulto. Sin patoteadas tribuneras. El equipo fue a ganar el partido al Maracaná. No con palabras. Con hechos.

Esta actitud quedó en evidencia en el mismo arranque del encuentro. No salió a aguantar. Salió a proponer. Y lo esterilizó al Fla. Lo ahogó. Y lo desnudó en algo vital: su impotencia para manejar el desarrollo del partido. Lo sugestivo es que Independiente no cumplió una producción superlativa. No la rompió. Pero tuvo lo que no abunda en este tipo de compromisos decisivos en condición de visitante: sacó chapa. Y mostró esa chapa de equipo pesado. De equipo que no lo van a llevar por delante. De equipo que sabe dar respuestas cuando tiene la pelota y cuando tiene que ir a recuperarla.

Por eso no hay desniveles individuales en Independiente. No hay estrellas ni hay jugadores que se caigan. Denuncia una imagen compacta. En el frente más joven (Bustos, Franco, Benítez, Barco, Meza) y en el otro frente que acredita mayores experiencias: Campaña, Amorebieta, Tagliafico, Rodríguez, Domingo, Sanchez, Miño y Gigliotti, entre otros.

Cuando Barco clavó el empate de penal a 10 minutos del cierre del primer tiempo, pareció que Independiente ya había radiografiado el partido. Y aunque la expectativa por el resultado final nunca decayó, controló al Fla. Y hasta tuvo chances clarísimas para liquidar cualquier horizonte de duda.

En especial, con aquella estupenda jugada de Gigliotti a la que Barco no le dio la última puntada porque seguramente creyó que estaba adelantando, aunque no lo estuviera.

No tuvo aire ni ideas Flamengo para quemarle los libros a Independiente. Fue inferior. Producto también de las virtudes del rival. De la certeza de Independiente para calibrar los tiempos del partido. Como si tuviera mayores horas de vuelo el equipo. Como si encontrara algo de todo lo que supieron recoger otros protagonistas que vistieron la camiseta Roja. Por el temple afinado para jugar la final. Por esa música que fue de menor a mayor. Y hasta por el reencuentro no forzado con los pliegues de aquella mística siempre reivindicada.

Levantó otra Copa Independiente reconfigurando un gran regreso. Volverá el año que viene a disputar la Copa Libertadores. El desafío no cambió. Cambiaron los nombres propios. El Maracaná fue el testigo de la nueva y vieja versión de Independiente. Habrá que seguirle los pasos.

De lo que no quedan dudas es que no habrá indiferencias. 

Aunque como dijo en los 50, Obdulio Varela, “los de afuera son de palo”.


Fuente Diario Popular


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