No fue suerte. Esta vez, después de mucho, estamos de este
lado de la raya. El fútbol profesional trasciende el análisis simplista; no
alcanza un solo factor para explicarlo a raja tabla. Es táctico, es social, es
emocional. Y también es lo que fue anoche, esa cuota de milagro y de peso
específico. La vieja y querida ‘mística’. No todos los clubes tienen la
capacidad de gozar de su privilegio.
E Independiente, que bien guardadita la
tenía, después de mucho tiempo se acordó de revolver el arca que forjaron los
héroes vivientes de este club para encontrarla. Fue una noche de copas de las
de antes.
La serie contra Atlético Tucumán debe ser catalogada como
histórica, en una institución donde esa palabra carga con una connotación
especial. Nadie en su sano juicio podría haber previsto un escenario
sentimental como el vivido en el Libertadores. El equipo dio una muestra de
carácter que yo -al menos con mis escasos 24 años- no recuerdo haber
presenciado antes.
Fue la rebeldía mostrada, esa mezcla de obstinación contra
el propio sistema y respeto a una idea trabajada y labrada con paciencia a lo
largo de este proceso. Los tantos corazones paralizados en el penal de
Fernández y los otros tantos clínicamente muertos después del primero de la
Pulga. Fue la resurrección desde las cenizas y el esfuerzo colectivo hasta el
final. Un equipo, como etimológicamente se conoce a ese término.
Y todo esto le
pertenece a Ariel Holan, quien construyó todo desde los cimientos con la
paciencia de una hormiga. El Profe y su cuerpo técnico erigieron este batallón
con una metodología absurdamente cuestionada por los medios, por el simple
hecho de ser un innovador en su materia.
“A los genios se los llama ‘locos'”,
dicen los amantes de Bielsa.
Mejor: que la prensa siga hablando de Guillermo y
Gallardo.
Holan arriesgó tal y como debía hacerlo, pero se topó con un
Zielinski más incisivo de lo que esperaba. Dispuso una línea de tres, con
Franco, Domingo y Tagliafico, que fue presionada constantemente. El hecho de
haber podido golpear rápido influyó, aunque las proliferadas salidas por abajo
nos dieron más angustias que tristezas. Apenas una salió bien, con un gran
cambio de frente de Erviti -lo único que hizo en el partido-, y fue la que
derivó en el primer golazo. Sin embargo, Independiente no estuvo cómodo en la
primera mitad y desaprovechó el daño que podría haber hecho por la derecha con
Bustos.
La frescura habitual la recuperó con el cambio de Torito Rodríguez por
Barco, tras la expulsión de Tagliafico, volviendo a la línea de cuatro con el
Chiqui en el fondo, y ubicando al tridente con Benítez suelto, Fernández por
izquierda y Gigliotti en el centro. Toda la banda derecha quedó como propiedad
del Tractor, con su incansable ida y vuelta. Así, con diez hombres, Holan
expuso todo su poderío ofensivo mediante los “contragolpes” -con lo mucho que
odio llamarlos así y no “ataque posicional”.
El corazón solo, a veces, no
alcanza.
Me sigue costando demasiado poner en un pedestal solo a un
puñado de jugadores. Por contagio y esfuerzo,
Bustos no puedo no encabezar el
podio. Un tipo hecho a la medida de Independiente, y mejor aún: un producto
neto del club. Más que el Negro Clausen es Zanetti; Nico Domingo, con apenas
dos partidos acá, es otro que se puso al hincha en el bolsillo y se destacó por
demás. Su inteligencia para leer los momentos del partido, su sacrificio y -por
momentos- su buen pie fueron determinantes. Un acierto de pura cepa del
entrenador, que lo trajo cuando nadie esperaba nada de él.
El tercer puesto, que se lo diriman entre Benítez,
fundamental; Campaña, apoteótico con su abrazo con Franco tras el penal
atajado; y Sánchez Miño. Este último es, para mí, uno de los futbolistas más
regulares que tiene el plantel. No baja de los seis o siete puntos por partido,
siendo funcional a su posición e influyente en ataque. Y tampoco hay que dejar
de destacar a Alan Franco, un central de 20 años que se carga la defensa al
hombro; al Chiqui Moreira, quien pese a sus tan solo dos partidos en Primera
ingresó cuando las papas hervían y fue decisivo con la pelota recuperada en el
tanto de la victoria; al Toro Rodríguez, de un último semestre muy destacado; a
Leandro Fernández, quizás el más talentoso y peligroso de todos; y al Puma
Gigliotti, de un retorno con mucho sacrificio para ayudar al equipo.
“Volvieron las increíbles noches de copas”. Así definió
Holan al conglomerado de momentos vividos este martes. El Profe, también, nos
reivindicó al amateurismo: el hincha siente esa pertenencia con sus
representantes y los nota comprometidos con la causa en disputa.
El “Porque los
jugadores me van a demostrar que salen a ganar, quieren salir campeón, que lo
llevan adentro como lo llevo Yo” proviene desde los tuétanos de cada persona,
con una fuerza mucho mayor que antes, y los jugadores lo bailan al compás del
clamor que baja de las tribunas. Los festejos de los futbolistas en las redes
son tendencias en los grupos de amigos de WhatsApp.
Todo el Rojo forma una gran
familia que contagia emoción y que, después de mucho tiempo, está unido por un
mismo objetivo.
El proceso está dando sus frutos. E Independiente empezó a
recuperar su mística, que está más viva que nunca.
Fuente Orgullo Rojo
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