Rolfi Montenegro juega con el reloj. (foto Prensa Huracán)
Por Walter Vargas
Hace un tiempo Montenegro hubiera querido retirarse en
Huracán. No pudo ser. ¿Culpa de quiénes? Acaso, lo más posible, culpa de nadie
en particular. Más allá de eventuales maltratos, es la quintaesencia del
profesionalismo la que marca a fuego su impronta de crueldad. Y el Rolfi
debería saberlo: atañe a todo ejercicio ético. No se debe cultivar la fantasía
de que es legítimo abrazarse a un oficio y beneficiarse de todas y cada una de
sus maravillas sin subordinarse a todas y cada una de sus desdichas.
Ahora el Rolfi atesoró la ilusión de retirarse en
Independiente. Ilusión: no por nada ilusión e iluso son palabras hermanas. Un
iluso es alguien que tiende a ilusionarse con poco fundamento o con nada de
fundamento. Ariel Holan aplicó la metálica ley de sus predilecciones y cerró
las puertas. Con elegancia, eso sí, o con un cierto cuidado protocolar. Sugirió
a Montenegro que busque un club donde pueda disponer de minutos, muchos
minutos, o por lo menos que lo aproxime a la cantidad que desea correr tras la
pelota número 5. En Parque Patricios el veterano mediapunta o centrocampista
ofensivo entraba cada tanto y un ratito.
Holan también se comprometió a interceder ante Hugo Moyano
para que llegado el caso disfrute de un merecido partido de despedida, pero
resulta que el Rolfi registra vivo el fuego del futbolista en actividad y
aspira a continuar su vida, por lo menos por un tiempo más, al amparo de ese
calorcito.
Con una mano en el corazón: a juzgar por su rendimiento de
un par de temporadas ha, ¿el Rolfi está para seguir o para dar las hurras? Las
dos alternativas son legítimas y a la vez pasan la bola del lado de una
creencia que supo cultivar Perfumo. El Mariscal postulaba que un selecto grupo
de futbolistas tiene el derecho de despedirse cuando quiera.
¿Será el caso del Rolfi?
Fuente Olé
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