Por Román Failache
No sé si hay una sensación más angustiante que la de ganar
goleando e irte de la cancha con un sabor agrio. Es tan peculiar como el revés
de ayer, que a mi gusto tiene responsabilidades compartidas entre técnico y
jugadores. Los goles de visitante y la inexperiencia de este joven
Independiente, que aún así lo creo superior a su rival y le tengo una fe enorme
para la vuelta a pesar de mantener una ventaja corta, hacen a este sentimiento
particular.
Independiente fue dos equipos completamente antagónicos:
fantasía y realidad. El primero, uno de los mejores que yo recuerde y que
presencié en la cancha, con vestigios de aquel del Tolo del 2002. Nery,
ordenando y acomodando a disposición cada fila de juego, como eje central para
coordinar cada avance y retroceso; Fernández, volviendo en un nivel
superlativo; Barco, desparramando chilenos por el suelo a merced de su botín
derecho; el Toro, convertido en una bestia indomable, recuperando, metiendo y
solidificando el sector del medio; Bustos, jugando como lo que es: el mejor cuatro
del país con apenas un puñado de partidos en Primera; Meza, explotando y
aportándole una dinámica interesante al juego; Togni, estrenándose en una
posición desconocida y cumpliendo con creces. Independiente se fue 4-0 al
descanso con todas sus virtudes al máximo y le obsequió a sus hinchas una
performance histórica -posibilitada también por un rival un tanto limitado-. En
los cabales de nadie cabía que podía pasar lo qué pasó, que tiene una
explicación.
Que Nery se haya ahogado y obligado al cambio fue el peor
augurio para un Holan que decidió retrasar a Meza y poner a Benítez, quien
entró flojo, como variante. Sin saberlo, el DT rompió el medio y los chilenos
se agrandaron. Para colmo, todo el peso ofensivo y la maña de Independiente en
ataque se perdió con el ingreso de Albertengo, que hoy juega gratis en la
Primera; el equipo se fue erosionando de a poco, e Iquique se topó con un
regalo arbitral que le vino como anillo al dedo. A la hora de la entrada de
Álvarez, ya era muy tarde.
El segundo gol es propio de la inexperiencia y la juventud
del plantel, y no porque el equipo se confió; en ningún momento mostró
conformismo. Pero Independiente terminó jugando con Bustos, Franco, Tagliafico,
Togni; Álvarez, Rodriguez, Benítez; Rigoni, Barco y Albertengo. El más viejo
era el Toro (27), y en estas instancias de competición la experiencia y la
inteligencia son un plus que no te lo dan las gambetas ni la rapidez. Requerís
de alguien con la sangre fría para pausar el partido, controlar la pelota e
imponer tu propio ritmo; en el banco no se encontraba esa oferta y los chilenos
descontaron por empuje, algo insólito teniendo en cuenta cómo se presentaban
las condiciones. Fue 4-0 y 0-2, dos partidos en uno que vociferan sus propias
conclusiones y que dejan cierto margen de duda para la vuelta.
¿El premio consuelo? Fue otro llamado más al teléfono de los
dirigentes, el enésimo. Independiente precisa jugadores que sepan jugar estos
partidos y también relleno. Si bien la base titular (por ahora) la tenés, el
plantel es cortísimo, y ante dos o tres lesiones ya hay que improvisar
variantes. Ya no es una cuestión de traer jerarquía o no, visto que no andan
con muchas ganas de invertir dinero en alimentar el plantel; se trata de
aportarle jugadores al equipo, nada más. Esperemos que la llegada de Amorebieta
y Jonás, multifacéticos, sumen más de lo que resten, pero que no sean las
únicas. Si no entienden esto, será muy difícil exigir resultados.
Pese a las observaciones anteriormente señaladas, en el
primer partido del segundo ciclo, Ariel Holan demostró y ratificó que el
sistema posee su impronta y que su equipo marcha sobre ruedas. Este
Independiente no fue un veranito de un semestre, sino que es realidad y
presente con una base más que interesante sobre la que trabajar. Solo queda
aportarle algunos cimientos a la pirámide para que se mantenga de pie.
Fuente Orgullo Rojo
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