Por Eduardo Verona
La notable disparidad de rendimientos que manifestó
Independiente de una etapa a otra en el 4-2 a Deportes Iquique por la Copa
Sudamericana, reveló la falta de madurez del equipo ya expresada en otras
circunstancias. Los buenos equipos no le perdonan la vida a nadie. El Rojo lo
hizo con el conjunto chileno. Y dejó abierta la serie para la revancha del 2 de
agosto en la altura de Calama.
Creció Independiente bajo la conducción de Ariel Holan.
Creció en resultados y en juego. En resultados su cosecha fue alentadora: de 20
partidos que disputó sumados los del campeonato, la Copa Argentina y la Copa
Sudamericana, ganó 10, empató 9 y solo perdió ante Boca, convirtió 33 goles y
le anotaron 15.
En este período de crecimiento, el equipo brinda buenas
señales. Como las que ofreció, por ejemplo, el pasado miércoles 12 de julio
durante el primer tiempo frente a Deportes Iquique de Chile, al que vapuleó 4-0
en 45 minutos en la mejor producción colectiva desde la asunción del Holan en
enero de 2017. Tuvo todo Independiente en esa etapa: frescura ofensiva,
variantes en la elaboración, asociaciones veloces a un toque, precisión en la
llegada y goles. Un equipo, en definitiva, para que su gente se ilusione.
Lo del segundo tiempo, más allá del 4-2 final que compromete
la clasificación a la próxima ronda porque tendrá que jugar el miércoles 2 de
agosto en de Calama (2500 metros sobre el nivel del mar y a 1600 kilómetros al
norte de Santiago de Chile), dejó una sensación inocultable: el equipo todavía
está verde. Y Holan (se equivoca cuando insiste con Meza y desplaza a Benítez)
aún no logró sumarle ese instinto depredador que todo buen equipo tiene que
expresar.
Regalar como regaló en la segunda etapa el campo y la pelota
dejando agrandar a un rival que estaba entregado a sufrir una goleada
catastrófica, revela el problema conceptual que atrapó a Independiente y a su
conductor. Esta clase de partidos donde se tiene absolutamente todo servido en
bandeja no se pueden desaprovechar en nombre de “actitudes inteligentes” que
por supuesto no son tales.
La teórica “actitud inteligente” fue descansar en el campo
propio, esperar que el equipo chileno se adelantara y salir de contraataque en
búsqueda de los espacios. Cambiar en relación a lo que había realizado en la
primer tiempo. Cambiar pasividad por iniciativa. Cambiar especulación por
ambición. Cambiar una lectura plena por otra lectura básica y primitiva. En el
cambio programado en la charla técnica del entretiempo, salió perdiendo en
todos los planos. Incluso en la chapa del resultado. Porque si el equipo
chileno gana 2-0 de local, clasifica. Y si gana 3-1 también.
Es cierto que cada partido puede dejar una lección para ser
interpretada por los jugadores y por el entrenador. En el 4-2 a Deportes
Iquique, la lección debería ser grupal. Porque la cadena de errores fue grupal.
El técnico, por supuesto, no está a salvo. Se equivocó en modificar lo que no
tenía que modificar, que era la postura, la agresividad y la conducta ofensiva
del equipo, aunque haya tenido chances para aumentar las cifras.
Es cierto que cada partido puede dejar una lección para ser
interpretada por los jugadores y por el entrenador.
Suelen ocurrir estos episodios. Un equipo que la rompe y
saca una diferencia importante en una etapa y cuando está en condiciones de
repetir esa producción en el segundo tiempo ante un adversario sin respuestas,
decide tirarse atrás, bajar la marcha y ofrecerle al rival alguna posibilidad
de recuperación hasta cerrar el partido muy lejos de completar una buena tarea.
Los buenos equipos (Independiente todavía no lo es a pesar
de que supo mostrar una clara evolución desde el arribo de Holan) no le
perdonan la vida a nadie. No bajan el pie del acelerador cuando la obra no está
concluida. Y si lo hacen, no se exponen casi con inocencia como se expuso
Independiente para la revancha.
Holan no atinó durante el letargo del complemento a
despertar al equipo. A sacarlo de la improductividad. Porque esto también
expresa la repentización valiosa de un entrenador. Si lo que se habló no
funciona, promover una variante estratégica sobre la marcha. En el desarrollo
mismo del partido. Esto fue, precisamente, lo que faltó. Y lo que delata la
falla de Holan en los últimos 45 minutos.
Holan no atinó durante el letargo del complemento a
despertar al equipo. A sacarlo de la improductividad. Porque esto también
expresa la repentización valiosa de un entrenador.
Falla muchas veces naturalizada por los técnicos. Como si no
pudieran modificar desde afuera nada de lo que ocurre adentro. Esa especie de
resignación en realidad esconde un rictus de impotencia. O de desconocimiento.
Los jugadores, protagonistas directos de la aventura del fútbol, se equivocan
como nos equivocamos todos. Se equivocan en las decisiones que toman. Y en los
rumbos que eligen para encarar un partido. Esto pone a prueba la inteligencia
colectiva. La inteligencia del equipo. Su madurez. Su convicción.
Independiente, como quedó dicho, está creciendo con Holan.
Esto es evidente. Pero, repetimos, todavía está verde. Aún no maduró. Por eso
le dejó una puertita abierta al equipo chileno.
Fuente Diario Popular
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