El DT pasó de que se le rieran por el uso de la tecnología a
lograr que ídolos e hinchas volvieran a creer en el equipo.
Por Favio Verona
El sonido de las hélices de los drones tapa al de la pelota
en Villa Domínico. La escenografía se completa con una mesa de control con
computadoras situada al borde de la cancha y otra en una tribuna, antenas
Wi-Fi, cámaras registrando cada movimiento desde distintas perspectivas,
ayudantes transitando el césped alienados en las pantallas de su tablets,
sistemas de GPS, cables que parecen spaghetti, jugadores con rostros incrédulos
y humo. Una densa cortina de humo. Fue el 6 de enero. En esa calurosa mañana,
Ariel Holan comenzó a trabajar en Independiente acompañado por un ejército de
12 colaboradores armados con un arsenal de tecnología, al mismo instante que a
unas 20 cuadras se incendiaba una fábrica de colchones y el viento acercó una
humareda que alimentó el chiste fácil. Sus primeros días en el club del que es
fanático fueron difíciles: Bochini, Bertoni y Burruchaga lo castigaron por un
audio de WhatsApp en el que aseguraba tener las respuestas a los problemas. El
entrenador llegó envuelto en escepticismo y con el pesado cartel de advenedizo:
su currículum incluía un año como DT de Defensa, sendas experiencias como
ayudante de Burru y Almeyda y una larga trayectoria ligada al hockey. Y el
pobre arranque del equipo en el verano -0-0 ante Atlético Tucumán, 0-3 contra
Racing, y 0-0 y caída por penales con la Academia- derivó en un diluvio de
críticas. “No llega a marzo”, se escuchaba en los pasillos del club. Al DT lo
cuestionaban hasta en los aeropuertos: cuando regresó de la pretemporada en
Salta, algunos pasajeros se quejaron porque sus artefactos tecnológicos
estuvieron en la cinta transportadora durante más de una hora y media y el
resto de las valijas no aparecían.
Pero en menos de seis meses, Holan logró derribar las
barreras de los prejuicios. Su Independiente no alcanzó el objetivo de entrar a
la Libertadores, aunque la gente lo despidió con aplausos. ¿Qué pasó en el
medio? El técnico construyó un equipo que cambió silbidos por aplausos y logró
restablecer, después de varios años, la comunión entre los hinchas y los
jugadores. Debió trabajar mucho para desterrar la impaciencia y unir a la
familia roja.
Para la reconstrucción, decidió comenzar a edificar desde
los cimientos. “El que no quiera estar, que se vaya ahora”, marcó en una de sus
primeras prácticas. Con los días, se marcharon el capitán, Pellerano, el
subcapitán, Cuesta, y otros futbolistas que estaban contaminados por la
acumulación de fracasos: Ortiz, Cebolla Rodríguez,Denis y Vera. Su segunda
medida fue entregarle el brazalete a Tagliafico. “Representa todo lo que quiero
para mi Independiente”, resumió. Y decidió asignarles roles protagónicos a
varios juveniles para darle un baño de frescura y desparpajo al equipo. Bustos,
Franco y Barco pueden dar cuenta de ello, además de Togni y Blanco, habituales
relevos. “El 50% del plantel tiene que estar conformado por chicos de la
cantera. Eso no se negocia”, aseguró. Hoy, 20 de los 31 integrantes del plantel
son menores de 20 años y 18 surgieron de las Inferiores.
El DT también comprendió que era inviable implementar su
idea de entrada y, por eso, en los primeros partidos apostó por los ataques
directos y las transiciones veloces. “Hay mucha impaciencia y es necesario terminar
las jugadas rápido para que no bajen los murmullos”, explicó. Tampoco se ató a
ningún sistema. Si bien pensaba jugar con línea de tres, advirtió que los
jugadores no se sentían cómodos y pasó del 3-5-2 al 4-2-3-1 para adaptarse a
las características del plantel. Rigoni, Benítez y Barco le agradecieron: los
tres aseguran que Holan les encontró el puesto. Y si bien logró establecer una
base de titulares, no se casó con nadie: fue él quien insistió por Erviti y no
le tembló el pulso para sentarlo en el banco cuando advirtió que no estaba en
el nivel esperado.
Se le destaca la capacidad de reacción para resolver
problemas. Cuando a Figal le saltó el doping, improvisó a Tagliafico en la zaga
y puso a Sánchez Miño de lateral izquierdo. Fue un gran acierto, ya que ambos
respondieron con creces. El técnico también apeló al factor emocional. Las
clases de coaching y los videos motivacionales para levantar a los jugadores ya
son una costumbre. En varias oportunidades decidió concentrar a casi todo el
plantel para mantener la salud del grupo. Además, procuró recuperar el sentido
de pertenencia. No sólo es habitual ver a las glorias almorzando con los
jugadores, también convenció a sus dirigidos para reeditar el saludo histórico
de los 60 y 70 y mandó a decorar los vestuarios y las canchas de entrenamiento
con un lema que fue propuesto por el plantel: CAI, Compromiso, Actitud,
Intensidad. “La manera de ver, sentir y disfrutar el deporte que tiene Ariel es
casi amateur. Por eso jugamos con tanta intensidad y pasión”, relató Erviti.
Es cierto que la campaña en casa fue regular y que al equipo
le falta contundencia. Tan verdadero como que Holan hizo méritos para ganarse
el respeto de todos.
Fuente Olé
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.