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domingo, 13 de mayo de 2012

El partido que jugó Cantero.


 


En su palco, el lamento por un gol perdido de Independiente.
Foto: "LA NACIÓN"/ H. Zenteno y Télam.

LA NACION estuvo con el dirigente desde que llegó hasta que se fue del estadio de Independiente; sin rastros de la barra brava, sintió el respaldo de la gente y los políticos, pero sufrió en el palco por la caída con All Boys.


Por Francisco Schiavo | "LA NACIÓN".


Una sombra musculosa aparece detrás del hombre de lentes y campera de gamuza marrón.

Poco se condice con su contextura física, pero ahí está: a la vista de todos en la cancha de Independiente. Javier Cantero es hoy un gigante a los ojos de los hinchas -propios y ajenos- que idealizan un lucha de largo aliento.

Conoce a pocos, pero todos saben de él en Avellaneda.

LA NACION se zambulle unas horas en la vida del presidente que se mantiene nariz con nariz contra los barrabravas.

Él acepta.

Cuesta seguirle el paso. Las cinco horas se vuelven un periplo.

No hay grandes preparativos ni cambia la rutina.

El dirigente no quiere saber nada con los guardaespaldas.

La camioneta negra entra en el estacionamiento y Cantero va como acompañante de Claudia, su esposa, que casi siempre va a los partidos.

Los recibe Leandro, empleado de seguridad del club, que también se ofrece de guía para el fotógrafo y el cronista.

Ni bien pone un pie en tierra, el presidente asegura: "Estoy un poco más nervioso que otras veces por lo que pasó ayer. No fue fácil hablar delante de tanta gente. No estoy preocupado por los barras. Disfruto cuando me putean: me doy cuenta de que estamos haciendo bien las cosas".

La gente está con él. Lo demostró anteayer, en el banderazo en la sede. Y lo ratifica en la cancha. Lo para, le estrecha la mano, lo estruja en un abrazo y hasta le pide una foto. El teléfono celular suena todo el tiempo. Atiende cuando puede. Recorre rápido las entrañas del Libertadores de América.

Dice haber dormido bien. "Tengo insomnio cuando se acerca algún vencimiento, cuando se precisa guita, no por estos temas...".

Todos se ponen a sus disposición. Desde actores hasta políticos de raza, como Patricia Bullrich y Ricardo Alfonsín. El gobierno también está: lo representa Gustavo López, subsecretario general de la Presidencia.

Cantero es el hombre del momento.

Va y viene. Cantero entra en el césped por primera vez y saluda al colega de All Boys, Roberto Bugallo. Bromean. Se ríen.

El presidente de los Rojos traga saliva. Sabe que se acerca el momento. Sube al palco N° 21, pero antes pasa por el N° 22: saluda al empresario Daniel Grinbank, que volvió a la cancha después de mucho tiempo y que colaboró con el ex presidente Andrés Ducatenzeiler en el título en el Apertura 2002.

Y otra vez vuela hacia abajo por los escalones. Ya dentro de la manga, con la plaqueta por el cumpleaños de Cristian Díaz en la mano, ve la fila de jugadores.

Se le iluminan los ojos con el brillo de las camisetas rojas.

En realidad, todo es rojo, más rojo que nunca. Hasta su piel, que, en la manga se eriza.

"El club es de los socios, oh, oh, el club es de los socios" , se escucha.

Mira a cada costado. Y saluda a todos aquellos que lo abrazan con un canto. 

"El respaldo es muy lindo, pero me da vergüenza", asegura.

Las tribunas alientan pese a los goles de All Boys.

Cantero sufre.

Sigue el partido en silencio. Jamás insulta. Mira de reojo cuando escucha alguno por ahí perdido. Los normales movimientos en la tribuna le dan tranquilidad. No hay banderas ni bombos por una cuestión de seguridad. 

Apenas se ve un mensaje de puño y letra que repudia la amenaza de bomba, aparentemente de la barra brava, en el colegio, el jueves pasado.

"No me gusta que no haya banderas. Me gusta el folclore del fútbol. Ya dije que me equivoqué cuando le regalé banderas a la barra, pero no creo que esté mal comprar telas. Los problemas del club pasan por otro lado", dice, convencido, Cantero.


Salen las primeras estrellas y ni noticias de los barrabravas.

El presidente se zambulle otra vez en el vestuario. Saluda, al paso, a algunos futbolistas y, de brazos cruzados, sigue de cerca la conferencia de prensa de Cristian Díaz.

Ahí, en voz baja, describe una de sus últimas sensaciones. "Otras veces se jugó mejor. Fue una pena. No me voy del todo bien. Precisaba una victoria para consolidar la alegría por lo que pasó ayer (por anteayer). Esto sigue. Ellos -por los violentos- tiraron toda la carne en el asador. A mí me queda". 

Cuenta y, por estrategia, calla.

Aún de lejos y en plena oscuridad, la gigantografía de Bochini, con todos los trofeos, parece hacerle un guiño.

Es un destello en la noche cerrada.

El hombre se va como llegó. Claudia sigue al volante y dice tener mejor muñeca que Javier. Es un respiro para el hombre de lentes, que elige ser Clark Kent y no Superman.

"Es mejor que ella maneje. Yo estoy todo el tiempo con el celular en la mano", explica.

Sabe que todavía tiene mucho camino para señalar mientras dormitan las calles de Avellaneda.

A su lado: "Nuestra vida cambió mucho desde que Javier fue presidente, pero es su pasión. Lo respeto y lo acompaño en todo lo que puedo", dice Claudia, esposa de Cantero.


Pura tradición

"Puso mucho coraje", dijo Ricardo Alfonsín.

Una de las presencias más llamativas fue la de Ricardo Alfonsín.

"Tengo una tradición. Mi padre -Raúl- era un gran seguidor y mis hijos también lo son. No vengo seguido, pero quise manifestarle mi apoyo a Cantero, que puso mucho coraje. No debe de ser fácil terminar con las barras bravas porque, si no, se habría hecho antes", dijo a La Nacion.

Alfonsín también dejó lugar para la ironía política. "Miro boxeo. Ya no veo tanto fútbol por TV porque no quiero tragarme toda la propaganda..."

A buen entendedor.




Fuente La Nación

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