En su palco, el lamento por un gol perdido de Independiente.
Foto: "LA NACIÓN"/ H. Zenteno y Télam.
LA NACION estuvo con el dirigente desde que llegó hasta que
se fue del estadio de Independiente; sin rastros de la barra brava, sintió el
respaldo de la gente y los políticos, pero sufrió en el palco por la caída con
All Boys.
Por Francisco Schiavo | "LA NACIÓN".
Una sombra musculosa aparece detrás del hombre de lentes y
campera de gamuza marrón.
Poco se condice con su contextura física, pero ahí
está: a la vista de todos en la cancha de Independiente. Javier Cantero es hoy
un gigante a los ojos de los hinchas -propios y ajenos- que idealizan un lucha
de largo aliento.
Conoce a pocos, pero todos saben de él en Avellaneda.
LA
NACION se zambulle unas horas en la vida del presidente que se mantiene nariz
con nariz contra los barrabravas.
Él acepta.
Cuesta seguirle el paso. Las cinco
horas se vuelven un periplo.
No hay grandes preparativos ni cambia la rutina.
El
dirigente no quiere saber nada con los guardaespaldas.
La camioneta negra entra
en el estacionamiento y Cantero va como acompañante de Claudia, su esposa, que
casi siempre va a los partidos.
Los recibe Leandro, empleado de seguridad del
club, que también se ofrece de guía para el fotógrafo y el cronista.
Ni bien
pone un pie en tierra, el presidente asegura: "Estoy un poco más nervioso
que otras veces por lo que pasó ayer. No fue fácil hablar delante de tanta
gente. No estoy preocupado por los barras. Disfruto cuando me putean: me doy
cuenta de que estamos haciendo bien las cosas".
La gente está con él. Lo demostró anteayer, en el banderazo
en la sede. Y lo ratifica en la cancha. Lo para, le estrecha la mano, lo
estruja en un abrazo y hasta le pide una foto. El teléfono celular suena todo
el tiempo. Atiende cuando puede. Recorre rápido las entrañas del Libertadores
de América.
Dice haber dormido bien. "Tengo insomnio cuando se acerca
algún vencimiento, cuando se precisa guita, no por estos temas...".
Todos
se ponen a sus disposición. Desde actores hasta políticos de raza, como
Patricia Bullrich y Ricardo Alfonsín. El gobierno también está: lo representa
Gustavo López, subsecretario general de la Presidencia.
Cantero es el hombre
del momento.
Va y viene. Cantero entra en el césped por primera vez y
saluda al colega de All Boys, Roberto Bugallo. Bromean. Se ríen.
El presidente
de los Rojos traga saliva. Sabe que se acerca el momento. Sube al palco N° 21,
pero antes pasa por el N° 22: saluda al empresario Daniel Grinbank, que volvió
a la cancha después de mucho tiempo y que colaboró con el ex presidente Andrés
Ducatenzeiler en el título en el Apertura 2002.
Y otra vez vuela hacia abajo
por los escalones. Ya dentro de la manga, con la plaqueta por el cumpleaños de
Cristian Díaz en la mano, ve la fila de jugadores.
Se le iluminan los ojos con
el brillo de las camisetas rojas.
En realidad, todo es rojo, más rojo que
nunca. Hasta su piel, que, en la manga se eriza.
"El club es de los
socios, oh, oh, el club es de los socios" , se escucha.
Mira a cada costado.
Y saluda a todos aquellos que lo abrazan con un canto.
"El respaldo es muy
lindo, pero me da vergüenza", asegura.
Las tribunas alientan pese a los goles de All Boys.
Cantero
sufre.
Sigue el partido en silencio. Jamás insulta. Mira de reojo cuando
escucha alguno por ahí perdido. Los normales movimientos en la tribuna le dan
tranquilidad. No hay banderas ni bombos por una cuestión de seguridad.
Apenas
se ve un mensaje de puño y letra que repudia la amenaza de bomba, aparentemente
de la barra brava, en el colegio, el jueves pasado.
"No me gusta que no
haya banderas. Me gusta el folclore del fútbol. Ya dije que me equivoqué cuando
le regalé banderas a la barra, pero no creo que esté mal comprar telas. Los
problemas del club pasan por otro lado", dice, convencido, Cantero.
Salen las primeras estrellas y ni noticias de los
barrabravas.
El presidente se zambulle otra vez en el vestuario. Saluda, al
paso, a algunos futbolistas y, de brazos cruzados, sigue de cerca la
conferencia de prensa de Cristian Díaz.
Ahí, en voz baja, describe una de sus
últimas sensaciones. "Otras veces se jugó mejor. Fue una pena. No me voy
del todo bien. Precisaba una victoria para consolidar la alegría por lo que
pasó ayer (por anteayer). Esto sigue. Ellos -por los violentos- tiraron toda la
carne en el asador. A mí me queda".
Cuenta y, por estrategia, calla.
Aún de lejos y en plena oscuridad, la gigantografía de
Bochini, con todos los trofeos, parece hacerle un guiño.
Es un destello en la
noche cerrada.
El hombre se va como llegó. Claudia sigue al volante y dice
tener mejor muñeca que Javier. Es un respiro para el hombre de lentes, que
elige ser Clark Kent y no Superman.
"Es mejor que ella maneje. Yo estoy
todo el tiempo con el celular en la mano", explica.
Sabe que todavía tiene
mucho camino para señalar mientras dormitan las calles de Avellaneda.
A su lado: "Nuestra vida cambió mucho desde que Javier
fue presidente, pero es su pasión. Lo respeto y lo acompaño en todo lo que
puedo", dice Claudia, esposa de Cantero.
Pura tradición
"Puso mucho coraje", dijo Ricardo Alfonsín.
Una de las presencias más llamativas fue la de Ricardo
Alfonsín.
"Tengo una tradición. Mi padre -Raúl- era un gran seguidor y mis
hijos también lo son. No vengo seguido, pero quise manifestarle mi apoyo a
Cantero, que puso mucho coraje. No debe de ser fácil terminar con las barras
bravas porque, si no, se habría hecho antes", dijo a La Nacion.
Alfonsín
también dejó lugar para la ironía política. "Miro boxeo. Ya no veo tanto
fútbol por TV porque no quiero tragarme toda la propaganda..."
A buen
entendedor.
Fuente La Nación
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.